lunes, 30 de enero de 2017

Nuevo dominio

Ya que no supe cómo redirigir la página, a partir de ahora, el contenido de este blog se podrá encontrar en el siguiente enlace:

http://blogs.eltiempo.com/fiebre-de-las-cabanas/

Gracias.

martes, 19 de abril de 2016

Pausa activa

Falté a mi promesa inicial de escribir una vez por semana, hecha por allá en 2010. No es la primera promesa que incumplo, de hecho, recuerdo las veces que prometí llamar a alguien para cuadrar algún plan, o las veces en que solté el clásico "estamos hablando, yo lo llamo", sabiendo que era una pantalla para deshacerme el compromiso. Esta vez, soltaré otra frase de la cual me arrepentiré en el futuro: suspenderé este blog.

No por llamar la atención, ni porque me esté quedando sin material. Sucede que como toda idea inofensiva, se convirtió en algo poderoso que se salió de control. Tanto, que de un periódico colombiano me buscaron para abrirle espacio, así que de ahora en adelante publicaré allá, tratando de generar un discurso más global desde mi propia mente local.

El link es: http://blogs.eltiempo.com/fiebre-de-las-cabanas/. Ya veremos qué más vendrá, amados cabañeros. A partir de ahora, declaro la pausa activa más larga que haya podido tener.

 

lunes, 29 de febrero de 2016

Desprestigio

Ya dije antes que lo malo de viajar es regresar, principalmente porque uno sabe que no es el mismo que se fue, sino que hay algo internamente en proceso de reajuste. En mi caso, tiene que ver con mi espiritualidad cristiana, la cual debo confesar ha estado fundamentada en el señalamiento fariseo, en buscar a toda costa escoger si ser frío o caliente, blanco o negro, cuando la vida real está tan llena de tibiezas grises que son lo que le dan, curiosamente, clima y color a la existencia.

He vuelto, lleno de cariño, decía Joe Arroyo. Y cito a un cantante secular -oh término tan satánico- para empezar, porque ahora resulta que la relevancia espiritual de las personas se mide por las radicalidades de ultraderecha a las que se sometan. Regreso al ruedo y no pasaron muchos días desde que me bajé del avión para ya estar en boca de personas que cuestionan mi relación con Dios y mi estado espiritual según su propia estructura, y los entiendo, porque es común que la gente juzgue lo que está bien o mal según su aparato mental, esa carta de instrucciones con la que son criados y que difícilmente será renovada a menos que así se quiera.

No sé si sea por haber pasado por Hillsong NYC y Hillsong Buenos Aires -la iglesia favorita de esos mismos que ahora me ven como 'mundano', curiosamente-, pero justamente mi percepción de Dios cambió este año gracias a la convivencia con gente de carne y hueso, que podían estar la noche anterior compartiendo con amigos y hasta bebiendo cerveza -sí, los cristianos internacionales toman-, y al otro día ministrar en la tarima y disfrutar de la reunión dominical sin más extrañeza. Rimó y todo, aunque no era la idea.

Les voy aclarando, caza gazapos y caza fantasmas, que no hice parte de esas "prácticas mundanas", pero sí me impactó pensar que las realidades son mutantes, y que la libertad de obra parte de tener un corazón dispuesto a agradarle a Dios aún a pesar de la gente. Compartí con personas maravillosas cuyas vidas son hermosamente humanas. Sí, porque es bonito cuando uno reconoce esa limitante y finita facultad de vivir aprendiendo a cometer otros errores, que es mi definición de ser mejor persona. No se trata de perfección, se trata de disfrutar un poco más el amor de Dios siendo uno mismo.

A diario me esfuerzo por agradarle a Dios, y siempre creí que se trataba 100% de mí, de mis justicias, actos de bondad, y que por eso gente desprendida como Teresa de Calcuta era la única que podría agradarle. Yo, que colecciono cosas viejas, camisetas y cuanto souvenir me topo de Chespirito, no soy el mejor modelo a seguir entonces, pues además de ese instinto acumulador, soy videoso, trascendental, neurótico, exagerado e impulsivo, todo lo que un líder cristiano no debería ser según la religión organizada.

Lo más difícil de ser cristiano es tratar de complacer a otros cristianos. Esta es la forma de decir que ahora mi énfasis está en ser lo suficientemente humano y frentero como una manera de que se vayan desanimando de una vez aquellos que me tienen como 'referente', porque si mi forma de pensar, hablar, tatuarme, bailar, relacionarme con otros, et al, les da permiso para vivir alocadas vidas a costa de mi desprestigio, el problema no soy yo, son esos que buscan chivos expiatorios para justificar las decisiones que jamás se atrevieron a tomar.

Yo amo la luz y desecho la oscuridad, solo que no me veo a mí mismo como alguien de los buenos o de los malos. Simplemente, soy un ser humano que entiende su lugar de redención, que busca que otros encuentren el propio y así mismo reflejar una fe confiable donde las jerarquías no son sacrosantas, sino lo suficientemente humanas como para poner la mirada en el cielo, donde reposa lo único perfecto, lo único digno de imitar; no en este blog o yo, donde hay colores, ideas visuales y percepciones como daltónicos, ciegos y tuertos en el mundo.

jueves, 18 de febrero de 2016

A media luz

Albert Camus decía que uno conoce una ciudad cuando sabe cómo trabajan, cómo mueren y cómo aman sus ciudadanos. La verdad es que como turista es difícil percibir a fondo esas particularidades, pues uno anda abrumado con todo, asombrado ante lo nuevo y cualquier detalle tiende a exagerarse. En Buenos Aires se ve eso, una suerte de majestuosidad que la misma ciudad emana y hasta contagia.

La ciudad es absolutamente turística, con las opciones y posibilidades de transporte, movilidad y señalización que hacen que un extranjero no se pierda, más tenga vida eterna. Y es que recorrerla a pie se hace tan mundano -en el sentido terrenal, no pecaminoso-, que genera esa sensación de recorrer grandes metrópolis, como cuando se recorre Nueva York. Como colombiano, uno sabe que está en el mismo continente, pero se siente esa amplia distancia cultural, de costumbres y de universo mental.

Después de estas letras con tinte de revista de avión, aquí van más postales desde Argentina, esta vez recorriendo otras comunas de Buenos Aires, que es como le llaman también a los barrios.


La popular Feria de San Telmo, que desde 1970 funciona todos los domingos en Defensa y recibe a más de 10 000 visitantes. Ahí es donde uno debe comprar el imán para la nevera, la billetera de cuero, la camiseta del Ché y otros muchos clichés.

Los puestos son negocios familiares de corte tradicional, donde las artesanías son cuestión de padres e hijos de todas las edades.

Imperdible venir a Buenos Aires y no conocer el Paseo de las historietas, circuito callejero por Monserrat, San Telmo y Puerto Madero. Allí se rinde homenaje a los personajes más importantes de la caricatura argentina, o como le llaman ellos, la historieta (obvio, por algo el paseo se llama así).

Ahí, en Defensa y Chile, a la altura 371, está la casa donde vivió Quino mientras hacía a Mafalda. Bueno, la foto lo dice todo.

La tradición es tomarse foto con Mafalda, Susanita y Manolito, el cual no sale en la foto porque lo tapó la señora del celular. La gente hace fila para esta foto, y la verdad vale la pena, porque Mafalda es de lo mejor que ha dado Argentina al mundo.

Cerca, muy cerca, está Puerto Madero, que es el barrio exclusivo de Buenos Aires. Aquí viven las personas con más plata del país, quedan importantes hoteles y hay todo tipo de restaurantes elegantes; y se entiende, pues la vista al río y a las fragatas hacen del paisaje algo inolvidable.


Pasar por Puerto Madero demanda caminar por el Puente de la Mujer, que es como cruzar el Brooklyn Bridge pero en menor escala.

El picnic en verano es casi que un plan imperdible en la Avenida Costanera. Aquí, las familias salen a tomar mate, compartir la comida y jugar Badminton. O por lo menos con eso me encontré.

El popular y bien ponderado Choripan, el cual sale, con bebida, por unos 53 pesos argentinos, que son como COP $11 000. Uno lo puede rellenar con lo que quiera.

El Rally Dakar tiene su parada y pasada obligadas por Buenos Aires. Aquí un fanático charla con uno de los pilotos que estaba limpiando su carro. La escena transcurre en la entrada del Hotel Hilton de Puerto Madero.
Estadio Luna Park, lugar donde las actividades culturales de todo tipo han tenido su lugar. Aquí Maradona hizo su fiesta de matrimonio, boxeó Carlos Monzón, tocó Red Hot Chilli Peppers, y predicó Dante Gebel. Todos gente de mi completa admiración.

Reza el tango de Carlos Gardel que aquí, en Corrientes 348, transcurre una historia de amor y cocteles. Lo bonito es que el lugar conserva la fachada homenaje, que hace que se resalte el lugar en la zona.

Para muchos, Corrientes 348 remite a Gardel. Para mí, remite a Rescate.

Pecado es no probar las empanadas argentinas, todas preparadas al horno, con muchos quesos y aceitunas negras. Aquí un puesto de empanadas en la Avenida Federico Lacroze.

Rosedal de Palermo, un lugar para quienes aman las flores. Yo, que soy severa flor, tenía que visitarlo. Obviamente no duré ni un minuto allí.

La gente cuestiona mucho el ego de los argentinos, pero cuando uno comparte con ellos se da cuenta de que tienen un arraigo distinto, una identidad nacional que no se pone en duda ante nada, tan diferente a Colombia. Este es un tremendo copy visto en GreenEat, maravilloso mercado natural.

Me explicaron que cuando un auto tiene una botella encima, quiere decir que ese auto está en venta. Creo que este tipo de cosas son las que revientan la cabeza del turista, como me pasó a mí, que quedé feliz de saber esto aunque no me servirá para nada en la vida.


Niños felices alimentando peces. El cuadro es totalmente internacional, casi que podría ser una postal de Miami. La foto fue tomada en un lugar bien internacional: el Jardín Japonés.

La comunidad asiática tiene en Argentina un lugar preponderante, casi que sucursal. Impacta ver a chinos, japoneses y koreanos haciendo negocios y conviviendo tan naturalmente.

Heladería Freddo, un clásico argentino que está en todo lado. Recomendado el helado de Mascarpone.

Y ya que hablamos de comida, esta es La Casona del Nono, restaurante de parrillada y carnes en Lavalle. Allí uno se puede aplicar una buena comida para dos en 300 pesos argentinos.

La pizza argentina es diferente, más delgada, más Chicago, más quesuda. Recomendada la Fruzzeta, que es hecha a base de Muzzarella y cebolla. Pizzería Kentucky en Palermo viejo, calle Soria. 

El popular Subte, capturado en movimiento en plena Línea D Estación Scalabrini Ortiz. La forma de movilizarse así, por debajo de la tierra y a media luz, cosa a la que no estamos acostumbrados en Colombia, donde el 'a media luz' es común a la corrupción de vivir con zonas de oscuridad en todas las esferas del poder, no a tener un Metro y condiciones de transporte decentes.

lunes, 8 de febrero de 2016

Zoom

Dicen por ahí que todo niño llega con su pan debajo del brazo. Yo, que de engendrar solo sé la teoría, prefiero decir que todo viaje llega con su bicoca en el calabazo. O mejor dicho, siempre que viajo doy con gangas de la vida, con personas que no son baratijas, pero desinteresadamente me dan lo mejor que tienen, me enseñan y hasta me mantienen, literalmente. A ellos les agradezco siempre, porque mi filosofía de viajar en temporada alta con presupuesto de temporada baja solo es posible gracias a tanto mecenas latinoamericano.

Así, con suma gratitud, empieza una tanda de postales donde se recogen algunos momentos vividos, percibidos y apropiados a mi estilo, donde mi cabeza hizo zoom a lo que le importaba. Arrancamos con Buenos Aires.

Tren de la Costa, Estación Olivos. Allí, por 10 pesos argentinos, se puede viajar tanto a Tigre, a 40 minutos al norte de Buenos Aires, como a Retiro, la estación central donde se conectan los trenes.

Tradición culinaria esta de probar facturas, que es como se denominan las colaciones y productos de panadería.

Un tributo citadino y casual a The Beatles, con gente que ni supo que sucedió en mi mente. Vicente López, Provincia de Buenos Aires.

Parque 3 de Febrero, clásico bonaerense a la altura del Barrio Palermo. Al fondo se ve un McDonalds, y justo al lado hay un box de Crossfit. Así es Argentina, todos conviven con todo.

Personas camino al Planetario de Buenos Aires. En las noches la cúpula se ilumina con diversos colores. Me di por bien servido al pisar el lugar donde Soda Stereo grabó el videoclip de Zoom.

Pareja en Picnic en uno de los lugares más maravillosos que tiene la ciudad: Bosques de Palermo. De entrada impacta el montón de gente haciendo ejercicio a cualquier hora del día.

Floralis Genérica. Avenida Figueroa Alcorta en la Plaza de las Naciones Unidas. Es una maravilla porque se abre y cierra según la hora del día. Igual, todo eso está explicado en Wikipedia. 

La ciudad tiene un servicio de bicicletas gratuito al cual se puede acceder por teléfono o por una app. Aquí la bicicleta en la que anduve y de fondo la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Pareja bailando tango debajo de El gomero de la Recoleta, árbol milenario junto al Cementerio. Es tan grande que cubre hasta un café improvisado, y en verano da sombra.

El mismo gomero desde un punto de vista mejor, diría yo.

Entrada del Cementerio de la Recoleta, lugar donde reposan los restos de los argentinos más prestigiosos. Curiosamente, aquí no reposan los restos del General Juan Domingo Perón, los cuales fueron profanados en el Cementerio de Chacarita, que es donde entierran al pueblo.

Entrada al Teatro Colón, uno de los tres mejores lugares para ver Ópera en el mundo.

Obelisco, en la Av 9 de Julio. Fot clichezuda de un imperdible argentino.

Sucede que los argentinos son gente que va diciendo las cosas como son, sin aspavientos ni adornos de ninguna clase. Y esto se refleja en su poder sindical, porque como no le comen a mucho, tampoco a lo que no les gusta. Aquí una huelga de una cooperativa.


Buses así recorren la ciudad. Interesante que cobran una tarifa dinámica con base en el lugar hacia donde uno vaya. Buses, Subte y demás, todo está unificado con la tarjeta SUBE. Al fondo, un bus amarillo de turismo.

Tren de la Línea Mitre. La foto es un punto de fuga, sí, un intento de mostrar lo largo del articulado.

Villa Retiro, uno de los sectores más deprimidos y peligrosos de la ciudad, según dicen. Resulta impactante ver desde lejos las casa roídas, que están tan cerca de lugares tan snob como Puerto Madero.

Estación Retiro, que adentro parece un micro mundo de Harry Potter. Aquí se conecta Subte con Trenes Argentinos, todo por precios relativamente bajos a comparación de Colombia.

Me habían dicho que los argentinos eran excelentes redactores. Para la muestra, un botón amarillo.

Casa Rosada, lugar de Gobierno de la nación. Se hacen recorridos gratuitos los sábados en la mañana. En la foto, una señora que posó para mi cámara, sin miedo, sin problema, como uno debería tomarse las fotos con los edificios.

Conocer la historia argentina demanda explorar oscuros capítulos donde las dictaduras marcaron miles de vidas, donde algunas se levantan a tratar de reclamar justicia así cueste la vida. Aquí una de estas admirables gestas, Abuelas de Plaza de Mayo, asociación que busca reconectar a las familias que se separaron debido a la dictadura del 76'. Ya son más de 109 casos de éxito.

Avenida Diagonal Presidente Roque Sáenz Peña. Debajo corre la Línea D del Subte, Estación Catedral. Al fondo se ve el Obelisco, siempre imponente, y para muchos el fiel representante del machismo, ya sabrán por qué.

Lugar altamente recomendable, por todo y en todo sentido. Naturalmente, con el solo nombre ya hay mucho interés.

Las caminatas deben ser largas, pues solo recorriendo las ciudades es que medianamente se alcanza a percibir su carácter. Lo interesante fue seguir en el recorrido, con la expectativa de lo que me habría de encontrar debajo del brazo, que es donde quedan las axilas y donde se guardan las agendas com muchos recuerdos.


lunes, 1 de febrero de 2016

Con furia

Hay una pregunta que me abraza, y es muy sencilla: ¿Por qué nos gusta viajar? Uno dirá que es la manera de reinventarse, renacer, aprender sin estudiar; pero siendo honestos, viajar es desgastante, caro y hasta incómodo. Lo dice alguien que ama montarse en un avión, pero odia pasar por una migración; alguien que sueña con caminar por todas las ciudades posibles, pero detesta las casas de cambio y sus tarifas.

Igual ignoramos esa incomodidad, y está bien que así sea, porque lo que incomoda es lo que después uno más respeta. Lo que incomoda es lo que al final de la película de la vida merece gratitud, como el mejor de los conflictos aplicado a la realidad. Me ha tomado años aprender a darle gracias en el presente al yo inseguro que tomó el riesgo en el pasado, porque el yo del futuro fue -o será- construido desde entonces. No es una reflexión hippie producto de las horas de espera aquí, en el Aeropuerto Tocumen de Panamá, más bien es el concepto de fondo de mi vida viajera.

Bajo ese espíritu emprendí uno de los viajes más arriesgados que he tenido: me decidí a visitar tres países, caminar por seis ciudades, viajar en seis aviones, dormir en dos aeropuertos, montar en dos buques y caminar kilómetros enteros para darme cuenta, en el presente que será pasado, que estoy viviendo, simple y llanamente disfrutando la vida que he podido recibir.

"Una eternidad esperé este instante..." Entre Caníbales, Soda Stereo

Y heme aquí, cumpliendo el sueño infantil y juvenil de conocer Buenos Aires, ciudad que desde siempre me pareció interesante. Debe ser porque mucho del contenido cultural que he consumido ha surgido en este país, tan cultural, tan abierto mentalmente, tan lleno de cosas inciertas como de colombianos radicados. Escribo desde la curiosidad que me produce recorrer las calles por donde caminó Cerati, o el mismo Gardel; o siquiera pensar en que Rescate debe andar por ahí, al acecho. Son tantas las cosas por conocer, que de solo pensar en ellas, se me abruma la cabeza y me dan ganas de quedarme quieto, debe ser producto de la comprensión de que se viene algo grande.

Viajo con expectativa, porque los viajes siempre me resuelven la vida. Viajo con tensión, porque ni el mismo idioma será suficiente para sobrevivir. Viajo con furia, porque ante una ciudad tan basta como esta, uno no puede permanecer con las emociones equilibradas. Este será el memorial de lo que vendrá, y solo el tiempo dirá si coincide con lo que de verdad terminaré viviendo.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Siempre es nuevo

¿Podremos exprimir la creatividad a finales de diciembre hasta obtener algo decente? Es una pregunta difícil, casi que de Miss Universo, porque a estas alturas el año ya agoniza, y con su muerte se ven caer los cadáveres de quienes tratamos de exprimirnos la cabeza buscando algo. Llega diciembre, y trae alegría, pero también cansancio acumulado, frustraciones de lo que no se logró, culpas por lo que no se hizo, entre muchos pensamientos.

En mi caso, extrañamente, ya no son tibios ni grises, porque aunque mi costumbre es olvidar lo vital, no puedo dejar pasar que este año di el salto a nuevos retos: viví la incomunicación social, descubrí un enemigo espiritual, viajé al futuro para tener mi crisis de los 30,  entré al Madmediano mundo de la Publicidad, gané enemigos gratis por decir lo que pienso, pontifiqué de la amistad y el amor y fui libre de deudas. Son cosas que de no ser porque las escribo, seguramente ya habría olvidado.

Basta con ejercitar la memoria para darse cuenta de que hay muchas razones para estar agradecido, sobre todo por los desaciertos, porque cada uno de ellos trae algo nuevo. Y eso ha sido este año, un fracaso exótico que detonó en un gran final lleno de nuevo material viejo, un escarbar en el pasado para terminar descubriendo que uno no es lo que va a ser, sino que siempre lo ha sido. 

Para mí, eso de que somos libros con páginas en blanco que se van rellenando ya no es tan cierto. Este año me fue enseñando que desde siempre hemos sido libros escritos, por Dios, que lo único que piden es que alguien los lea. En ese sentido, uno ya tiene todo lo necesario para enfrentar lo que vendrá, que siempre es nuevo porque nosotros, curiosamente, no seremos los mismos. 

Como no quiero ser el Arjona de la era bloggera, creo que el cierre debe ser corto, preciso, sin pretensiones ni frases enredadas. Termino este 2015 haciendo una minuciosa lectura de mí mismo, para darme cuenta de que lo mejor ya está en camino, y este apenas es el comienzo. Lo escribo contento y emocionado, con unos tiquetes en la mano, con destino a la ciudad de la furia, desde donde espero experimentar lo nuevo, o por lo menos algo diferente para la mente.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Costo de oportunidad

Aprender de la vida es de lo más barato que hay. Basta con salir a la calle, fracasar un poco, dejarse atracar, exponerse, comer en un parque y muchas otras cosa que a todos nos toca. Pero ahora es más fácil posar de erudito y citas conferencias TED, que es la manera más efectiva de quedarse con algo en la cabeza en cuestión de segundos.

En una de esas tandas sinsentido laboral, pero que para mí son el verdadero equipamiento, encontré una de un profesor que en 2005 hablaba de la toma de decisiones, y de cómo entre más opciones uno tiene va siendo, paradójicamente, más infeliz a la hora de escoger, porque caemos en la parálisis y el remordimiento, la insatisfacción de haber decidido mal comparado con lo que habría pasado si se tienen menos alternativas.

Y tiene mucho sentido. Basta con pensar en ir a comprar ropa, o celular. Ahora que soy libre financieramente, decidí cambiar de teléfono, pues el que tenía ya presentaba ciertas fallas. Me ofrecieron algunos Android pero decidí seguir con el legado iPhone, por aquello de la uniformidad. Tuve en mis manos un iPhone 6, con su pantalla gigante, sus mil y un facilidades y esa cámara tan brutal que se gasta.

Estuve dispuesto a pagarlo y segundos antes de comprarlo, me sentí intranquilo porque lo veía muy grande para mi gusto, así que preferí buscar otra opción. Me fui por un iPhone 5S, pero ya después de comprarlo, seguí pensando qué hubiera pasado si tuviera el 6. Y así con todo, los pensamientos de lo que no se hizo se quedan rondando la cabeza, al punto de que uno deja de disfrutar lo adquirido a consecuencia también de los comentarios de la gente, que siempre espera que uno escoja no lo mejor, sino lo que ellos creen que uno debería escoger.

Pues es justamente eso, lo aprendí viendo la charla, lo que se llama costo de oportunidad, que en resumidas cuentas es aquello a lo que renunciamos cuando tomamos una decisión importante. Cuando hay muchas opciones, es fácil imaginar las cosas que nos gustan de las alternativas que rechazamos, dejando de pensar en eso mismo. Pasa en el supermercado, pasa en la calle, pasa en el amor.

Ahora es cada vez más difícil escoger pareja por eso, por tanta diversidad. Tengo un amigo de esos bien novieros, que optó por tener novias como por deporte, porque cree que si no prueba y prueba no sabrá si la que es debe ser. El tipo es experto en el scroll de Tinder, y creo que su tendencia a vivir pensando en razones para decirle NEXT a alguien revelan el momento social en el que estamos, donde escogemos porque desconocemos, y a veces preferimos desconocer por no escoger.

Escoger pareja está desvalorado, porque nos han enseñado a que si tiene un defecto congénito, un testículo magullado, una cicatriz inocultable, toca cambiarla, como si fuera un bovino o un chifonier. A mí, que me han friendzoneado lo que no está escrito, me causa curiosidad que en los argumentos que me han botado siempre se resalta el interés de esperar algo mejor, la poca intención de conocer, de explorar, de perderle el miedo a equivocarse y hasta dejarse sorprender, que es lo bonito de la vida.

Ahora, me han dicho porque no me consta, que soy un soltero codiciado. O por lo menos en el barrio La Castellana, que es a donde pertenezco. He recibido mensajes internos y hasta 'whatsappazos' de mujeres que quieren que les dé el sí, y la verdad yo las dejo en visto, porque me aterra ver que el menú crece, y no tengo idea de qué pedir. Lo cierto es que me recluyo y evalúo, primero porque no me gusta que sean tan lanzadas conmigo, pero además porque lo que quiero es conocer los defectos, lo que me volará la cabeza, la impuntualidad que no soporto; porque eso es lo que amaré y en lo cual trabajaremos (además en mis defectos, que son tantos), para cultivar algo.

Me mantengo en que las relaciones se construyen con trabajo, tiempo y compromiso. Y eso sí que requiere menos Tinder, menos NEXT, y más menos: más negarse a uno mismo, más dejar de mirar otros patios, más morir a mí. Lo sé porque el costo de escoger me lleva a elegir la oportunidad, y hay cierto riesgo en la aventura de conocer a un interrogante. Mientras pasa, seguiré viendo TED, comiendo helado de arequipe y escuchando canciones como esta. Háganlo y vuelvan a leer desde el inicio.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Las cosas de arriba

Después de pagar todas mis deudas, que en realidad eran tan solo una grande, viscosa y con mil cabezas, he venido haciéndome la pregunta del millón de dólares, la misma por la que uno puede perder cualquier concurso: ¿Y ahora qué sigue?, porque con la conciencia de la libertad, de por fin aterrizar en el pavimento de la inhóspita vida del no-endeudamiento, uno empieza a pensar en el paso a seguir, o por lo menos en dónde aparcar para descansar del vertiginoso mundo financiero.

Y me doy cuenta de que el ciclo nunca se detiene, porque tan pronto di la noticia de mi libertad, me impactó recibir sugerencias financieras de la siguiente inversión: que la Maestría, que el carro, que el CDT y que hasta el matrimonio, entre otras que sé que son importantes, cómo no, pero que confirman que esta vida es como andar en carretera, al filo del exceso de velocidad y sin derecho a parar al baño.

El mundo sigue, y como decía Mafalda, quiero que lo paren para poder bajarme, porque estoy viendo que uno pierde mucho tiempo pensando en qué hacer con su plata, cuando de verdad es tan solo eso, algo que se va a derramar en un dos por tres. Para mí el problema radica en eso, en que vivimos tan obsesionados con acumular y traducir la estabilidad según los ceros a la derecha en la cuenta, que perdemos la mirada del momento, de la gente, de las oportunidades, como decía Calamaro, porque la buena fortuna pasa de largo.

Nada más fue que diera la noticia para que, milagrosamente, me llamaran de un banco a felicitarme por mi buen comportamiento financiero, a ofrecerme un seguro de vida por muerte súbita y a darme tres tarjetas de crédito con derecho a cupo en crecimiento. Pero yo reacciono como siempre ante esas ofertas: mirando, agradeciendo y saliendo, porque uno no sale de una para meterse en otra, o por lo menos en teoría.

Sobre todo porque llega fin de año, y como buen sujeto con verbo y sin complemento, prefiero ahorrar para invertir en lo que vendrá, que a ciencia cierta sigue siendo difuso y hasta etéreo, porque eso de vivir en fe no se trata de no tener nada y esperar solamente, también es tener y guardar para esperar la oportunidad perfecta para debitar, y esto aplica para todo en la vida. Así que ahorro plata, relaciones y experiencias con el simple propósito de vivirlas cuando toca, con quien toca, donde toca. Ojalá para siempre.

Me llegó la hora de cambiar la forma de ver las cosas, de adaptarme o morir, o mejor de morir y ya, porque adaptarse a ese estilo de vida de consumo irrefrenable me está pareciendo desgastante. Vivir para tener es chévere, tener ni se diga, pero me imagino que caminar en una dimensión donde uno simplemente disfruta la vida haciendo lo que ama, le pagan por eso y en gran parte tiene alto riesgo de aventura espiritual, debe ser alucinante.

No sé qué siga, si mirarme las manos para exprimir los dones, o si dedicarme a caminar hasta que me pidan el pasaporte; lo cierto es que en ciertos momentos de la vida, a todos nos llega la hora de poner la mirada en el para qué, que queda a dos cuadras del para dónde y se ubica en el mejor barrio de los planes, el de las cosas de arriba.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Chao Icetex

Desde que me fui a dar una vuelta por el universo y dejé de publicar, prometí volver cuando tuviera algo interesante por contar. Y la verdad es que me fui a escribir mi vida, sobre todo la financiera, porque esa es una de las responsabilidades que tenemos los clase media aspiracional al crecer. Los que me conocen, o en su defecto me leen, saben que llevo unos diez largos años en la más estable de las relaciones que cualquier hombre puede tener, y es el amor a su culebra, o mejor, la atadura a una deuda, para no generar controversias entre Adán y Eva.

Estudié la carrera con crédito educativo del ICETEX, y mal haría yo en hablarles pestes de esta entidad a la que, siendo sinceros, debo agradecerle por creer en mí, en mi codeudor y en mi supuesto talento profesional, pues eso de que le presten plata a uno para "pagarla cuando tenga trabajo" es un voto de confianza bonito de parte del Estado. Lo cierto es que como todo en mi vida, llega un momento de desbaratar pactos, adicionarle un otrosí a los contratos verbales, renunciar a lo cómodo en pos de algo mayor.


Ahora es el Icetex el que me debe. Otra foto que siempre quise tomar.

Así es. Esta foto es la constancia de que soy libre financieramente, pero tomarla costó sacrificar varios sueños, renunciar a mecatiármela en cositas, abstenerme de viajar a mi antojo y hasta meter mi vida amorosa al freezer, porque eso de conquistar a una mujer es una fuerte inversión con cara de pasivo fijo que los endeudados generalmente no podemos sostener.

Ahora que soy libre sufro un poco, porque con este logro mueren los chistes referenciados y gran parte de mi material creativo. Ya no habrán tuits repulsivos quejándome de no haber nacido en cuna de oro, ni mucho menos ataques existencialistas por no haber tenido de otra. Pagar las deudas, en parte, es una manera de purificarse y de invertir en un futuro donde no haya grilletes de ninguna clase, es crecer ligeramente, es perder las excusas para no triunfar en la vida, porque ahora el camino ha sido allanado.

Esa catarsis mental parte de aprender a pensar mejor, porque todos heredamos conceptos financieros de nuestra familia, quienes los heredaron de la tradición, y así vivimos pensando que la única forma de conseguir las cosas es pegándose senda endeudada con un banco que después reclamará el favor cobrando lo que no está escrito en intereses. He aprendido que estar endeudado no es deberle plata a alguien, es haber dejado de pagar, que es distinto, y eso nos lleva a ver que sí, vamos a necesitar pedir prestado, pero siempre y cuando tengamos claro el por qué, para qué y hasta cuándo de la deuda, las cosas detonan distinto.

Pero lo bueno es que como me acostumbré a sacar una parte de los ingresos freelanceros para el Icetex, a lo mejor la disciplina ahorrativa se traduzca en un nuevo ingreso, pro viajes, pro carro, pro familia. Ahora siento que por fin la vida brilla, y como que dan ganas de seguir creyendo en un porvenir distinto, donde en vez de cuotas mensuales y recibos vampirescos, hay alas e ideas para seguir volando. Ya sin deudas, prometo seguir disfrutando la vida, finalmente el excedente por fin se quedará de este lado.

viernes, 13 de noviembre de 2015

De puertas para afuera

Se va acabando el semestre, y por estas semanas la cabeza deambula entre el cansancio y el estrés, entre el agotamiento propio de todo el año y la incertidumbre de si el corte queda arriba de tres. Lo cierto es que con la llegada de fin de año se da inevitablemente uno que otro momento reflexivo, donde todos alguna vez nos hemos preguntado: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Todo esto sí valdrá la pena?

Esas preguntas llegan en un punto de la existencia y sin tener que estar entonado, se los aseguro; lo que sucede es que detrás de ellas viene otra peor: ¿Sí aprendí algo este año? Y va uno a ver y sí, cositas, tipcitos, daticos, porque todo lo que no se procesa y aterriza queda en diminutivo en el cerebro. Es por eso que nos esforzamos mes a mes por darles los mejores datos cocteleros, pues si no aprendieron en clase, buscamos que por lo menos lleguen a la casa con la revista en la axila y queden como unos sabihondos de la cultura pop después de leerla y compartirla. Por algo se empieza.

Decía John Lennon que la vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes, y tenía razón, porque a veces vivimos tan aislados dentro de las aulas de clase, bibliotecas y demás templos académicos que se nos olvida el lugar donde hay otro tipo de sabiduría y aprendizaje: la calle. Sí señores, la calle tiene un fuerte lado pedagógico que deberíamos aprovechar más, finalmente esa también va pagada dentro de la matrícula semestral.

Después de la casa y la universidad, la calle es tercer espacio donde más pasamos tiempo, ya sea transitando, esperando un bus, echando ojo y hasta cuidándonos de uno que otro chicungunya con bozo y saco de Warner Bros. Como universitarios amamos la calle, porque es la forma en la que capturamos la realidad de la etapa en la que estamos, y está bien que ella nos enseñe cómo esquivar vendedores de incienso, predicadores furtivos, manifestantes de todo tipo. En la calle se aprende algo que no enseña la universidad: la importancia de perder el tiempo.

En el colegio, ya queremos estar en la universidad; en la universidad, ya queremos ser profesionales; pero cuando empezamos a trabajar nos damos cuenta que la vida no para, que el ritmo adulto tiene su elemento desgastante, y que tal vez faltó disfrutar un poquito más ver personas pasar, tener conversaciones sin sentido o simplemente reír en las escaleras, en la entrada de la cafetería, en el paradero, o donde sea, porque la vida universitaria no es lo mucho que estudiemos, sino las emociones y recuerdos que nos quedan de esos aparentes momentos sin sentido.

Esta es la Mallpocket callejera, la misma que viene del futuro y que espera que la disfruten tanto como nosotros al hacerla. En mi caso personal, esperé esta edición para asegurarles que uno no aprende grandes secretos de la vida haciendo lo mismo en el mismo lugar. Por eso, antes de que sigamos suspendiendo la vida sin aprender a vivirla, sacudámonos y salgamos a correr el riesgo de dedicarnos a ser expertos en el ocio, perdamos el tiempo en los hobbies que a nadie le importan, gastemos los días en lo que nos apasiona pero que nunca nos dará de comer. Hagamos lo que los hace felices, compremos un bajo y hasta una melódica, ensayemos triunfar y también fracasar, vivamos y dejemos vivir, mucho más si es de puertas para afuera.

Ese es mi mensaje, y resulta emotivo porque es mi última edición como Director Creativo de Mallpocket. Agradezco profundamente a este equipo tan maravilloso, pero mucho más a las manos y ojos que nos han leído por más de 35 ediciones. El mundo es de ustedes, así que salgan de la zona de confort y disfruten la vida como debe ser.


Publicado en la Revista Mallpocket del mes de Noviembre de 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Neotenia

Hoy La Fiebre de las Cabañas está cumpliendo exactos cinco años de haber arrancado. Recordemos este triste origen, donde me vi a mí mismo sin trabajo, sin título universitario, pero con un cerebro que no podía atrofiarse por cuenta del ocio y la espera. Empecé a relevar mis labores domésticas con este pseudohijo, al que desde el inicio me comprometí a alimentar constantemente, como si tuviera vida propia y mi responsabilidad fuese no dejarlo morir.

Tener un blog es una suerte de responsabilidad, pues aunque decidí escribir para mí mismo, como una forma de vencer la amnesia, la bola de nieve fue creciendo hasta que se volvió lectura semanal obligada para muchos. Y finalmente eso es clave en la escritura, tener claro que siempre hay alguien que leerá lo que uno escribe, así uno intente disimularlo o esconderlo.

Debo decir que quien más ha sido bendecido en este tiempo he sido yo mismo, pues no hay otra manera de desenredar las ideas que pasándolas por los dedos, plasmándolas en conceptos y así mismo dándoles forma. Ha sido un ejercicio creativo, pero sobre todo espiritual, pues esto de abrir el corazón y la vida nunca terminará de ser fácil. En La Fiebre de Las Cabañas saco mis trastornos, mis miedos, mis fracasos. Han sido cinco años de confirmar que se es más humano y se vive mejor entre más uno se equivoca y desacierta, que la familia es un anhelo de todos, que la comedia es la ciencia de la vida, que a todos nos toca aprender a pensar, que el amor siempre está en camino, que Dios está más cerca de lo que uno cree.

Entradas como esta se leen como mediocridad perfumada, como cuando en las series de televisión hacen un capítulo con solo material ya emitido y de ahí sale un especial navideño. Yo solo debo decir que cada día se aprenden cosas nuevas, y que para seguir aprendiendo hay que seguir soltando, caminando y avanzando. He sido muy feliz plasmando ideas, viajes y hasta análisis médicos inventados aquí; el blog me ha servido para armar manifestos de libertad, espiritualidad y creatividad; me ha dado trabajo y hasta le he ganado algunos beneficios como boletas de conciertos, viajes y hasta reconocimiento, pero como todo en la vida, hay que seguir.

Pero lo que más rescato es cómo la creatividad nos ayuda, hagamos lo que hagamos en la vida, a aprender, a desarrollar la neotenia, a sacar a flote esas cualidades de nuestro niño interior donde podemos quitarnos el temor y ser libres para aprender, donde no juzgamos la espiritualidad de la gente por sus errores sino comprendemos que los santos son los que más conocen los infiernos de donde han salido. Por eso creo que el mensaje es que debemos seguirle perdiendo el miedo al qué dirán, al remoquete de sonar hueco o vacío, porque todo eso nos hará seres insensibles que no conquistarán su campo de acción. El creativo no puede civilizarse, debe incomodar a un sistema que lo abruma y busca callarlo, es la única manera de ser diferente.

Es por eso que he decidido celebrar el primer lustro dándome unas vacaciones indefinidas. No tengo claro cuánto tiempo, o siquiera si he de volver, pero por ahora creo que necesito darme una vuelta por el universo para tener más cosas que contar, para refrescar el panorama y luego volver con algo distinto, como le pasó a Simba cuando creció y volvió a derrotar a Scar para ser rey. Termino preguntándole, a quien lea esto, ¿Aprendió, le quedó algo en la cabeza gracias a La Fiebre? Lo pregunto sin arrogancia, solo para que me lo recuerde, porque a lo mejor hasta yo mismo necesito recordarlo.


martes, 15 de septiembre de 2015

Serendipia

Un ingeniero se retiró frustrado de su carrera, pues se imaginaba que detrás de ese título habría justamente ‘ingenio’, cosa que no experimentó en la academia. El hombre caminó frustrado por la calle, hasta que en una fachada de un edificio vio una convocatoria para nuevos empleos. Entró y se encontró con dos filas: una donde se solicitaba productores de televisión y otra, más corta, donde buscaban escritores. Agotado, buscando evitar el rechazo, decidió registrarse en la de escritores.

Estando allí, recordó que él disfrutaba mucho escribir cosas en un pasquín del colegio, y apuntó esa experiencia, que tampoco era la gran cosa. Tiempo después, empezó a escribir anuncios publicitarios, y su trabajo gustó tanto que brincó al cine y luego a la televisión, donde escribió libretos que, por otro error del destino, terminó interpretando él mismo. El protagonista de esta historia se llamaba Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito. Alma bendita y paz en su tumba.

Para mí es que es bien difícil no admirar a Don Roberto, mucho más cuando uno conoce esta historia y se da cuenta que la vida es eso, vivir abierto a la verosimilitud de lo imposible, a todas esas probabilidades incontempladas que cuando suceden, cambian el rumbo de la vida para algo bueno. Justamente eso es el error, la posibilidad de cambiar algo cediéndole el control a Dios, el destino, la Fuerza, o como cada uno lo quiera llamar.

Le tememos mucho al fracaso porque en el fondo no queremos equivocarnos. Y por eso la vida nos da tan duro, porque no hemos aprendido que el truco está en aprender a equivocarse cada vez mejor. Error es la definición de humanidad por excelencia, pero vivimos en una era donde embarrarla se castiga con La Picota pública, desconociendo que el aprendizaje proviene justamente del experimento, que de las constantes pruebas es que se desarrollaron inventos ingeniosos como la bombilla, la rueda, o el amor.

Nacemos, crecemos, peleamos, nos arreglamos, nos mantenemos en esas y no aprendemos a usar el Ay exclamativo, que es toda una pena. Pero lo bueno es que al final lo que queda es el recuerdo, esa capacidad humana de sobreponernos ante lo cometido, ya sea aceptar un trabajo inmundo, pagar la primiparada en la universidad, haber nacido o siquiera cometer un adefesio ortográfico.

Pero como para todo hay palabras, existe el concepto ‘Serendipia’, que se relaciona justamente con eso, con aquellos accidentes que terminan produciendo felices resultados. El avance humano justamente parte de esto, de darnos cuenta de que detrás de cada mala decisión puede existir un nuevo hallazgo, una sorpresa abrumante, una solución necesaria.

A esto jugaremos en esta edición, donde equivocarse está permitido y de hecho es casi una ley. Seremos como los de ‘La familia del futuro’, y celebraremos cada defecada suya o nuestra, porque en ella está condensado lo que somos: pura y física de la que sabemos, pero perfumada para no mostrar el hambre. Así que disfrute leyendo estos grandes errores humanos de gente de todo tipo y vaya pensando en el suyo, en el próximo que cometerá, pues ahí está su libertad creativa, emocional y espiritual.

Publicado en la Revista Mallpocket del mes de Septiembre de 2015

domingo, 6 de septiembre de 2015

Incompetencia

Escribo este blog es para que no se me olvide. Y aun así, después de escribir más de 200 entradas por ya casi 5 años, sigo pensando que material hay de sobra, pero a la vez la mecha se va quedando corta. Es extraño, porque entre más uno calienta la mano y el cerebro va desenredando ideas en letras y solucionando problemas desde escritorios, que es la más bella definición de escribir un blog, más uno se va dando cuenta de todo lo que falta por aprender.

No es falsa humildad, como se pudiera llegar a pensar, más bien es que mientras uno va haciendo lo que le gusta, va aprendiendo de la vida; y en el camino se da cuenta de que no se ha recorrido ni un cuarto de la montaña, que la cuesta sigue bien arriba, empinada, aunque cada vez más interesante. Yo he sufrido mucho con esto, pues en parte me es difícil verme a mí mismo como otros dicen verme, y en parte en eso radica mi especificidad: en una particular inseguridad interna que se acoraza en determinación.

Pasa cuando uno se dedica a oficios creativos, donde no hay fórmulas para repetir los éxitos. Pasa cuando uno contempla áreas espirituales, donde se comprueba la impotencia humana ante la vastedad de Dios. Pasa cuando uno sigue especializándose en algo, y llega ese momento efectivo de darse cuenta de que todavía no se sabe nada. No es filosofía confucionista -por aquello de la confusión-, más bien es la confirmación de que somos gente curiosa y particular. Hace un tiempo leí acerca del Efecto Dunning-Kruger, el cual nos muestra justamente esto: las personas con menos capacidades o conocimientos, creen que tienen más capacidades y conocimientos de los que efectivamente poseen, y viceversa: quienes son más competentes, tienden a subvalorarse.

Los tipos cuentan la historia de McArthur Wheeler, hombre robusto de 130 kilos que robó dos bancos a plena luz del día, sin máscara que ocultara su rostro y fue arrestado ese mismo día. Cuando declaró, el tipo argumentó que confiaba en que aplicando jugo de limón sobre su cara, sería invisible ante las cámaras, pues un amigo ladrón se lo sugirió tras comprobárselo: le bañó la cara con jugo de limón y luego le tomó una foto, donde no apareció nada. Wheeler creyó en la tinta invisible que lo metió tras las rejas. Y aquí surge la pregunta que se hicieron Dunning y Krueger: ¿será posible que la propia incompetencia nos haga inconscientes de esa misma incompetencia?

Los tipos hicieron el estudio, y se dieron cuenta de que como humanos, tenemos la tendencia a mostrarnos competentes en lo que no sabemos, pero incompetentes en lo que dominamos. De ahí que exista gente que se jura cantante cuando su voz desgañitada nos destruye el yunque, o que haya gente experta en diversos temas pero a pesar de eso se abstenga de opinar.

Yo por eso ahora no opino ni de lo que sé, no por cobardía o por miedo a tener encontronazos con otros -eso es tan necesario como tomar agua-, solo que hasta ahora entiendo que muchas de las cosas que hago, que para mí son normales, parece que no son de gente normal, o por lo menos así no lo hace la mayoría. Vuelvo e insisto, no es de picado o crecido -eso sí que menos-, simplemente es el acto de cuando una persona descubre sus dones y se da cuenta de que no todos lo hacen como uno, en cuanto a facilidad y talento.

Somos incompetentes, todos, lo que pasa es que la incompetencia se manifiesta diferentemente y según el perfil: unos saben de música, otros de publicidad y marketing, los demás de la vida, pero cada uno cuenta su historia particular. Con el tiempo he aprendido esto, y además, que la forma en que me ven los otros tiene algo de cierto en su universo, cosa que debo aprender a escuchar. Por eso ahora tengo más cuidado en decir que soy bueno en algo, porque mi opinión difiere de lo que realmente proyecto, y está bien que así sea.

Quisiera vivir en la sana incompetencia, en esa convicción admirable de, por ejemplo, el Hitch peruano, quien vive tan seguro de sí mismo que vive feliz, estancado y sin evolución alguna, pero feliz. Lo malo es que esa autoconvicción de éxito no trae nada más que fracaso, pues es el primer paso para acomodarse en estructuras mentales que no se renuevan, y ahí sí no tendría sentido seguir.

Todos tenemos ese grado de incompetencia, porque no somos perfectos y estamos en proceso de mejorar, el problema es cuando se nos olvida. Por eso tengo este blog, pero también por eso pienso en darme vacaciones del mismo, para dedicar un tiempo a atender mi ego acallando las voces de otros, pero sobretodo la mía, a ver si silenciándola por fin aprendo a escuchar la divina.

lunes, 10 de agosto de 2015

En Su Presencia

Hace unas semanas me lanzaron una pregunta muy difícil: "¿Si usted necesitara que yo orara por usted justo en este momento, por qué le gustaría que lo hiciera?". Antes de responder como reina de belleza o como cristiano en edad de perecer -que en últimas viene a ser lo mismo-, me detuve a dimensionar lo impactante del escenario, pues este tipo de preguntas casuales con fines espirituales se hacen cada vez menos.

Tengo la bendición de ver que hay gente que de cerca o lejos me tiene presente, y es bonito saber que se acuerdan de uno cuando hablan con Dios. Creo que es la bendición de pertenecer a un lugar, a una familia, a una Iglesia local. En mi caso, me envalentono a plasmar algunos de los recuerdos tras cumplir, por estos días agostinos -no agustinianos, porque es algo cristiano-, diez exactos años en El Lugar de Su Presencia.

Aquí soy feliz hasta cuando me toca en gallinero.

Lo primero es contar que empecé a ir a la Iglesia porque una ex me llevó, Y sí, amados caba-ñeros y caba-ñeras, no pasaron más de dos semanas cuando la deporté a la friendzone, porque tenía claro que ella no sería la tales, la que sabemos, sino un juglar de paso, cual hostal barato en una ciudad capital. Quisiera decir que le terminé por Dios o algo así espiritualoide, pero pensé algo: si sé que no me voy a casar con ella, ¿para qué sigo magullando el aguacate? Además, la oficial me puede estar viendo y como mínimo me puede estar tachando de su lista. Y bueno, primero muerto antes que perder la vida.

Ya superada esa piedra de tropiezo con pelo largo, recuerdo que empecé a asistir el domingo temprano, para que me rindiera el día. Pensamiento algo avanzado y nerd que conservo hasta hoy. Llegué a la Iglesia a mis tiernos 17 años, cuando era una casa pequeña con mezzanine, donde disfrutaría de la música de Éxodo 33:14. Y digo disfrutaría, porque el día que decidí plantarme -ah palabra tan cristiana-, el cantante se retiró de la banda. Lo bueno fue que la música, siempre excelsa, fue una de las cosas que me confirmó que ese sería mi lugar por unas buenas temporadas.

La primera vez que asistí fue a una reunión de jóvenes, donde recuerdo presencié una obra de teatro experimental. Pero lo que más me impactó fue el uso de recursos audiovisuales de maneras tan creativas, con imitaciones, pregrabados, televentas y demás elementos que me hicieron llorar. Sí, era como llegar a un Magic Kingdom y descubrir que sí existía un lugar hecho a la medida de mis insatisfacciones. Nunca me imaginé que diez años después sería parte activa y creativa de aquello que me supo atraer.

Venía a la Iglesia motorizado, en el clásico carro familiar a quien llamamos René (Q.E.P.D). Como eran otras épocas donde delinquir se disfrutaba más, parqueaba por ahí cerca, dejando el René a la deriva y salvaguardado por cualquier fuicioso a cambio de unos miserables quinientos pesos. Y es hora de confesar algo, como llevaba un año manejando y no era que practicara mucho, dando reversa le pegué a otro carro y me escapé. Si alguien lee esto y reconoce abolladuras con pintura blanca, que Dios le pague y le responda.

Recuerdo que me costaba concentrarme en el tiempo de la alabanza por andar viendo a los bajistas de turno, pues pocos saben que además de tocar fondo, también toco bajo, lo cual es un chiste interno de Dios: poner a un bajo a tocar más bajo que otros bajos. El chascarrillo suena flojo contado por mí, pero estoy seguro que estaba en el plan divino. Cuando me enteré que para tocar en la Iglesia debía vincularme, sin duda lo hice, y el primer paso fue ir al Encuentro.

Allí estaba yo, en el Hotel La Fontana, con afro y gafas de marco grueso, cual Piero local, lo que me mereció cierto reconocimiento dentro de los asistentes. Me parecía increíble que como universitario rastrero que era pudiera quedarme en semejante lugar, gracias a la Iglesia. Y sí que lo disfruté, porque aquel fin de semana de Octubre de 2005 experimenté a Dios como una persona, que tiene emociones y que supera cualquier clase de estructura mental.

Allí creí estar listo para tocar, pero como los planes humanos son la comedia del cielo, terminé metiéndome en el coro, dizque para poder brincar facilito al beisguitar. No me imaginé que pasaría cerca de un año sin cantar, pero eso sí, participando de la ampliación del nuevo auditorio, que para mí era mejor que el Palacio de los Deportes bogotano. Pasaba las tardes de los sábados lavando pisos, limpiando sillas y pensando en cómo la vida necesita cierto sentido de pertenencia y referencia a una visión, a un lugar, a un llamado. 

Fue en la Iglesia donde, en estado eterno de espera, confirmé que esa bulla y energía chocoloca en forma de niño que tanto les fastidiaba a los curas con los que estudié no era algo satánico, como me dijeron unos que otros pastores, sino que ahora debía llamarlo temperamento. Y no para seguir siendo la ralea humana que todavía soy, sino para abrazar mi diseño original y así poder ser libre. En la Iglesia confirmé que podía inventar situaciones, personajes, historias; que me gustaba escribir comedia y que podía hacerla también. Es en ese lugar donde mis dones crecieron y donde descubrí el privilegio de servirle a los demás. Sí, esa vaina de verdad que es maravillosa.

Aquí entra en créditos el paso de tiempo, o mejor, rueda en caracteres "diez años después". Miro hacia atrás y le agradezco a Dios, porque buscando algo encontré mucho más. Como en la Biblia y esa historia donde Jesús compara el Reino de Dios como un terreno donde hay un tesoro escondido, yo terminé queriendo tocar bajo, ser aceptado y amado; y ahora encuentro que Dios me permitió tragarme, fracasar, subir de nivel, fracasar, conocer gente maravillosa, descubrir que servía para bailar, fracasar, relacionarme con Dios, y así seguir viviendo con una gran razón: que todos conozcan que es a través de Jesús que la vida cobra sentido, y así mismo propósito.

Quisiera meterle más candela a estas letras, pero prefiero preguntarle a quien esté leyendo esto: ¿Si usted necesitara que yo orara por usted justo en este momento, por qué le gustaría que lo hiciera? Depronto en esas nos encontramos por allá, circundando la que yo llamo la Comunidad Jedi de La Castellana.

lunes, 3 de agosto de 2015

Giro en U

Si estuviera agonizando en una cama y vinieran a pedirme un consejo para la vida, les daría uno y dos más, porque ya para qué: empiecen con lo que tienen, vean Breaking Bad mínimo una vez al año y viajen siempre, sin importar el destino. Pero ya como que ha de quedar poco aire y las conexiones neuronales no darán para más, les encimaría la joya de la corona en forma de ñapa: nunca, muchachos –suponiendo que muera en la ancianitud-,  nunca, pero nunca, vuelvan con una ex.

Esa es mi premisa con forma de mantra: “La ex es excremento”. Burdo para muchos, gracioso para otros, pero la gran mayoría coincide en que hay una suerte de vergüenza cuando uno, por razones que todavía desconoce, se ve otra vez atraído por un poderoso imán llamado “zona de confort”, o lo que en el mundo emocional se llama “cangrejear”.

Lo digo con autoridad moral personal, porque de un tiempo para acá empecé a recibir noticias de varias de mis ex-es. A algunas de ellas les dio por cristianizarse, por cambiar su vida y enderezar el caminado, y en esa medida están en terapia espiritual de redención, donde se supone yo debo estar. No entiendo para qué me quieren en contacto de nuevo, cuando para mí lo mejor que pudo pasarme fue dejarlas ir.

Ahora les dio por agregarme de nuevo a Facebook, por intentar acercarse para simplemente ser amigos, pero si algo aprendí de Friends es que uno no puede ser amigo de una ex, ni debería caerle a la ex de un amigo, y del mismo modo en el sentido contrario. La verdad hace tiempo tengo claro que hay ocasiones en donde uno debe dinamitar los recuerdos, quemar los barcos y destruir cualquier puente hacia la vida pasada.

Eso dice la teoría, pero va uno a ver y la vida es un remake constante, donde terminamos reculando en decisiones estúpidas para volver a lo mismo, a repetir las historias que juramos clausurar en los periódicos de ayer. Es así como en un abrir y cerrar de ojos uno está tomándose un café con una de ellas, y luego en otro abrir y cerrar de ojos la está recogiendo en la casa, donde ya no hay que presentarse ni caer bien; y en otro abrir y cerrar de ojos termina de vacaciones con ella, tomando literalmente un giro en u. Mi triste historia, por si acaso.

Solo quien viaja entiende la importancia de un retorno: una vía alterna que da la opción de volver, de revisar qué pasó detrás, si esos traspiés en la carretera fueron producto de la imprudencia de otro chofer o del afán de uno mismo. Uno hasta piensa en arjonadas así, como tratando de justificarse, pero en el fondo es una trampa emocional. Ahora, también hay que agregar que en esos retornos, que son como la reversa de los caminos, el control Z de la realidad, uno aprende a revisarse, a cerrar ciclos y enterrar fantasmas, todo en función de aprender, pero de fondo hay un miedo por esperar y conquistar lo nuevo.

Reciclaje de la vida es justamente eso, una edición dedicada a mirar el espejo retrovisor no para tratar de cambiar el pasado, pero sí partir de esos errores para aprender a equivocarnos cada vez mejor, que es como realmente se debe vivir. Y a eso sumarle que nunca se debe perder la expectativa de lo que falta por conocer y viajar. Lo digo con autoridad moral personal, porque por mi salud mental, cangrejeé de haber cangrejeado y sin necesidad de estar agonizando. Lo aprendí excrementándola.


Publicado en la Revista Mallpocket del mes de Agosto de 2015

lunes, 27 de julio de 2015

La técnica del sandwich

Debo confesar que ahora me aburre tener que corregir personas, algo que antes disfrutaba hacer. En el pasado me sentía más grande moralmente, que es lo que se necesita para tener ese aplomo reformador. Antes iba por la vida parando a la gente para que recogiera la basura que tiraba en la calle, pontificaba sobre los conductores imprudentes y me le metía al rancho a uno que otro fisgón morbosón comentándole sus creaciones; pero ahora como que me da pereza ponerme a pelear, supongo yo es una conquista del carácter.

Sobre todo porque confrontar a la gente es peligroso. Uno ve a una pareja peleando en la calle, y el tipo puede estar levantando a patadas a su pareja, pero cuando uno se acerca a pedirle que la respete, es ella la que se incomoda y entre los dos terminan masacrándolo a uno por noble sapo. O uno se atreve a confrontar a alguien por colarse en Transmilenio y sale es regañado, porque la gente que se cuela tiene un rosario de excusas tercermundistas tan deprimentes que hacen que uno termine dándoles la razón. Uno debería aprender eso en el colegio, a dejar de meterse en las vidas de otros a menos que ellos lo pidan.

Con el tiempo, he ido aprendiendo que uno no opina de la vida de quien no ama, y por eso la actitud justiciera y entrometida es peor que la misma cosa que se está reprendiendo. Es que francamente, somos tan orgullosos que creemos tener la verdad revelada, y en realidad el problema está en entender que todos somos ignorantes, solo que ignoramos cosas diferentes. Ahora que la monto de pacificador, de vive y deja vivir, he perdido gran parte del deseo ponzoñoso de irme en contra del otro, empezando porque para eso uno debe conocerse a sí mismo primero. No hay nada más difícil que eso, verse autodefinido y no desde lo que otros dicen.

Así me pasa cuando la gente me pregunta qué pienso de alguna idea, creación, decisión, entre muchas otras categorías etéreas. Es complicado, porque me preguntan esperando la verdad, pero pocos están preparados para recibir comentarios de otro. A mí la gente me pide opiniones, y de verdad me siento halagado, sobre todo porque trato de ser ecuánime y aterrizado a la hora de hablar, pero muchas veces comento como me gustaría que me lo dijeran a mí: con la verdad y sin tanto aspaviento.

Menos mal aprendí una nueva forma de decir lo que pienso, porque aunque creo que las cosas deben decirse como son, también he descubierto lo importante de amar a la gente a pesar de que sus resultados sean desfavorables, según mi criterio. Ahora aplico una técnica aprendida en el mundo Mad Men en el que terminé metido por curiosidad, y del cual siento que todos deberíamos aprender.

Uno debe primero decir algo bueno, porque siempre hay algo bueno por decir. Cuando ya se ha suavizado al oyente y se le tiene atrapado, se le dice lo negativo, o digámosle lo por mejorar. En este punto el paciente puede estar con tendencia al desánimo, pero es ahí cuando se remata con un cierre positivo, donde se exalte lo bueno y se le señale el potencial que tiene. Eso, es la técnica del sandwich, donde por dos cosas buenas, hay una no tan favorable por 'ensanduchar'. Ojalá la vida fuera resumible así, como la comida. Y que la indigestión de palabras sea filtrada por el buen Alka Seltzer de quien ha decidido suavizar sus palabras en beneficio del otro.

Porque eso es finalmente lo que nos motiva a crecer, no tanto decir lo que pensamos a contrapelo, sino más bien aprender que así haya carne cruda en la mitad, en los extremos hay pan fresco por resaltar. Que en la vida, los elogios y los tomatazos deben ignorarse por igual. Eso es lo único que nos salva de persuadirnos de tener la razón y de vivir convencidos de eructar caviar cuando lo que hay es una profunda y despreciable halitosis, que es a lo que huele un ego herido.