miércoles, 28 de mayo de 2014

Ojalá consigas lo que deseas

Hace un tiempo, un tipo de esos que lo tienen todo menos mujer, se aventuró a flirtear con una vieja que a algunos siempre nos ha parecido maravillosa. De mundos diferentes pero con objetivos parecidos, la nueva pareja nos sorprendió a varios, envidiosos entre dientes, como somos todos con la alegría de nuestros contrincantes aunque lo neguemos. La vaina iba tan bien que resultó sorpresivo cuando terminaron, sin dar razones ni tanta alharaca como cuando se ennoviaron.

Ahora uno los ve alejados, con cierto remordimiento pero sobre todo cargados emocionalmente, porque a la gente ahora no la preparan para el fracaso amoroso, sino que le enseñan que con Dios todo debe ser sí, así sean estupideces las que uno le pide en oración. Para mí, la oración y todos esos deseos personales que la adornan deben estudiarse con meticulosidad, porque nadie sabe lo que pide hasta que lo recibe.

Por ahí aprendí cuando estudiaba en Cuba que hay una particular forma de maldición griega, uno de esos insultos que nadie entiende pero llevan una peligrosa carga negativa de fondo. De hecho, todo el mundo lo ha pensado, y es que lograr el objetivo por el cual uno tanto se ha molido puede ser la razón para quedarse sin razones. No en vano, Óscar Wilde decía que en este mundo hay dos tragedias: una es el no conseguir lo que se desea, y la otra conseguirlo. La última es la peor.

"Ojalá consigas lo que deseas" es justamente esa paradoja de recibir lo que uno tanto soñó, para darse cuenta que ese anhelo venía cargado de tantas responsabilidades y complicaciones que era mejor no pedirlo. Es lo que me pasa ahora, que tras años laborales estables vuelvo a ser perropunk y freelance. Le pedí a Dios que me bendijera con trabajos donde pudiera ser libre, y se lo tomó tan en serio que ahora soy esclavo de mi propia libertad.

No estoy siendo malagradecido, ni mucho menos. Solo creo que cuando se consigue el objetivo es cuando realmente empiezan los problemas: cuando llega esa oportunidad soñada uno tiene que estar preparado para no desentonar, porque si se pide se recibe, aunque lo sensato sería aprender primero a pedir.

Volviendo con la historia, el tipo ahora sigue solo y la muchacha también, algo arrepentidos de no haber calculado el costo intrínseco del sacrificio. Yo vivo acompañadísimo de trabajo y ocupaciones que no tienen forma de personas, sino de letras y cuentas de cobro, porque a escribir para varios clientes es a lo que he sido llamado mientras me llegan las cosas que todavía ni he pedido ni imagino que me tocan.

martes, 20 de mayo de 2014

Pido perdón

No hace falta ejemplificar mucho para convencerlos, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, de que la gente se indigna por bobadas. Llevo contados los últimos 10 años de mi vida, con sus días y sus noches, disculpándome con todo tipo de personas y comunidades por comentarios, memes, tuits, apuntes y cuanta forma de expresión me salga de los dedos y la boca, todo porque me reniego a fusilar mis líneas con los clásicos "Es molestando" o "No mentiras", los mismo que matan el chiste al hacerlo explicativo y literal.

Sí, soy un purista de la comedia, y desde que a la gente se le dio por indignarse con un pendejo como yo, que además de imprudente e ignorante tiene mala memoria para los insultos, no me queda nada más que indignarme también. Ahora ya no se puede opinar ni bromear con nada, porque estamos en un punto de sobrevaloración y de ego humano tan peligroso, que el ídolo falso de uno mismo se incomoda ante la más mínima contracorriente. Es entonces cuando entiendo la importancia de ofrecer disculpas y pedir perdón, porque es la forma de reivindicarse y hacer borrón y cuenta nueva.

Pedir perdón ya me es costumbre, es casi como una muletilla. Debe ser por eso que me la paso embarrándola, porque sé que es un recurso habitual que me va fluyendo. Tal vez esa es la razón de por qué me cuesta tanto socializar, porque estoy convencido de que la gente se va a tomar todo lo que digo de maneras tan literales como aterradoras, y me va a tocar ofrecer disculpas. Pienso en ello ahora que estoy estrenando oficina freelancera, y la verdad cuando voy procuro no hablar mucho porque no sé a quién pueda terminar ofendiendo sin querer queriendo, ya sea con el hecho sencillo de respirar o reír, o existir, que es como nos pasa a muchos de nosotros con quien nos incomoda.

Lo peor es que la indignación crece cuando la imprudencia sale de un ser que dice seguir a Jesús, como yo. Es tal el grado de aversión que se levanta entre la gente, que sinceramente me dan ganas de irme caminando a la casa, pensando por qué no somos capaces de aguantar sin lloriquear la opinión de otro. Si lo que otros dijeran fuese lo que me hubiera dado identidad, sería periquero, morboso y morrongo, además de fascista y chismoso. Me cuesta, porque la gente cree que por ser cristiano uno no puede hacerle bromas a un oficinista gay, no por gay, sino por oficinista. Y así con todo.

Al paso que vamos, perderemos la poca capacidad reflexiva que nos da el otro, quien desde afuera nos ve mucho mejor. No sé si lo que nos lleva a indignarnos es el miedo a descubrirnos desde afuera, o tal vez la insatisfacción frustrante de que el otro tenga razón y se nos desbarate la miserableza de creernos el centro del universo cuando no somos ni basura cósmica. Todo esto para pedirles, humanos a quienes he ofendido, perdón. Perdón sincero, porque cuando opino no lo hago buscando incomodarles, o por lo menos no tan de frente como si fuesen insultos a sus progenitoras.

Es entonces que recuerdo una frase que le oí a Diego Camargo: "Comediante que no se mete en problemas, no es comediante". Creo que ya tengo el primer requisito, ahora a plasmarlo todo en rutinas y entradas que no hagan daño. Una vez más, perdón por este final de entrada tan mediocre. Perdóname mamá. Perdóname Chespirito. Perdóname Jesús.

martes, 13 de mayo de 2014

Gente rara

Hace unos meses di con una serie que marcó un hito en la televisión británica en los últimos años, llamada Misfits. Como siempre llego tarde a lo verdaderamente importante, la empecé a ver sin saber que en diciembre pasado llegó a su fin, así que procuro que nadie me cuente en qué terminó, porque para mí sigue en el presente.

Y permanece porque es la historia de un grupo de jóvenes incomprendidos, malandros e inadaptados que deben prestar servicio social a su comunidad, pero después de una tormenta eléctrica descubren que ahora cuentan con diferentes y extraños poderes, así como varias personas a su alrededor, lo cual los pondrá en riesgo. Recomendadísima, porque además de su atrapante historia, plantea un estado actual y mental de fondo: cómo lo diferente en grupo parece igual; cómo hay personas que nunca se han sentido parte del sistema social o cultural y viven a contrapelo con sus principios y valores, algo que les compromete hasta la vida.

Es natural que siempre nos cueste trabajo categorizar lo desconocido. Tal vez por eso este término, misfit, terminó acuñándose en sociedad para rotular a algo o alguien que no encaja, ni se ajusta, o se comporta diferente al molde. Es más fácil tachar de ‘raro’ o ‘freak’ a ese introvertido del salón que habla poco y anda con apariencia nerviosa, o juzgar de ‘frito’ a aquel que se relaciona con pocos, que es muy inteligente pero tiene tendencias depresivas y gustos particulares.


La entrada completa en la edición de Mayo de 2014 de la Revista Mallpocket 

martes, 6 de mayo de 2014

Blackmail

Ahora resulta que la gente me tiene miedo. Asumo que no me temen tan literalmente (es claro que no intimido ni a un gato recién nacido), pero sí a contarme sus historias. Es una pena que priven a un amante de la vida cotidiana de ese preciado néctar que es el cotilleo: el fino arte de nutrirse con rumores de pasillo, radio bemba, corrillos, chismes o como se les quiera llamar.

La verdad es que me gusta el chisme, pero como tengo una memorización selectiva después se me olvida lo que me contaron y hasta quién lo hizo. O en el peor de los casos, se me olvida que me lo contó un sujeto X que odia a un sujeto Y que no debe enterarse y termino siendo peor recadero que el mismo Chavo del 8. Me pasó hace poco, cuando me pidieron una referencia personal para una nueva vacante, sin saber que estaba haciéndole el cajón a otro conocido. Me hice bolas y por querer agradar en lado y lado, me crucificaron.

Tengo muchas tarimas en la vida y a todas las alimento con lo que me cuentan. Me imagino que a esa exposición es que le tienen miedo todos los que me inspiran contenido, pues está claro que soy un Homero Simpson de la docencia y la comedia sin adornos. En mi defensa, debo decir que soy poderoso pero no peligroso, como un pitbull bien domesticado que ignora su ki de pelea masticando botellas de plástico sin saber que con sus mandíbulas podría llegar a dominar el mundo.

Es complicado vivir siendo ingenuo, porque aunque soy astuto para conseguir lo que quiero, cuando se trata de otros soy fácil de pillar. Y no es que viva chismoseando, pero a veces doy por hecho que todos saben lo que sé y lo que veo, así que voy contando cosas que para mí son tan naturales como los embarazos prematuros de mis amigas, las dobles vidas de mis amigos y hasta los pasados de mis conocidos, incluyéndome a mí, a quien creo conocer un poco.

Me leo y veo un sujeto despreciable, cínico y egoísta; pero la verdad nunca he sido malintencionado: jamás he usado el chantaje para ganar beneficios propios, porque ahí se me activa un radar que me hace sellar los labios con pegante. Quisiera tener una moralidad tipo Frank Underwood o Nepomuceno Matallana e irme regando en chismes ponzoñosos de la gente, tan solo para quedarme con todo, pero la verdad el Dios que habita en mí está tan entronado que es difícil caer en deslealtades.

Lo que algunos llaman deslealtad, yo lo llamo imprudencia. Como es algo con lo que debo luchar a diario, he encontrado que la mejor manera de vivir en paz es siendo de una sola pieza. Tampoco es que sea imposible, y gracias a Dios la capacidad cerebral solo me da para tener una personalidad sin compartimentos ni vidas paralelas. Es entonces cuando encuentro que no hay nada como vivir en coherencia, exponiéndole al mundo lo que se es, porque además no hay más.

El miedo a estar expuesto controla, reprime y presiona tanto que obliga a protegerse como se pueda. En contravía, he optado por confesar públicamente mis errores, desaciertos, traumas y peculiaridades varias, como una manera de apalear cualquier chantaje futuro. A mi modo de ver, vive uno más protegido cuando no guarda las llaves debajo del tapete, sino que las pone a la vista, porque lo que se camufla en la cara de alguien es lo que menos opción tiene de agredirle.