lunes, 27 de julio de 2015

La técnica del sandwich

Debo confesar que ahora me aburre tener que corregir personas, algo que antes disfrutaba hacer. En el pasado me sentía más grande moralmente, que es lo que se necesita para tener ese aplomo reformador. Antes iba por la vida parando a la gente para que recogiera la basura que tiraba en la calle, pontificaba sobre los conductores imprudentes y me le metía al rancho a uno que otro fisgón morbosón comentándole sus creaciones; pero ahora como que me da pereza ponerme a pelear, supongo yo es una conquista del carácter.

Sobre todo porque confrontar a la gente es peligroso. Uno ve a una pareja peleando en la calle, y el tipo puede estar levantando a patadas a su pareja, pero cuando uno se acerca a pedirle que la respete, es ella la que se incomoda y entre los dos terminan masacrándolo a uno por noble sapo. O uno se atreve a confrontar a alguien por colarse en Transmilenio y sale es regañado, porque la gente que se cuela tiene un rosario de excusas tercermundistas tan deprimentes que hacen que uno termine dándoles la razón. Uno debería aprender eso en el colegio, a dejar de meterse en las vidas de otros a menos que ellos lo pidan.

Con el tiempo, he ido aprendiendo que uno no opina de la vida de quien no ama, y por eso la actitud justiciera y entrometida es peor que la misma cosa que se está reprendiendo. Es que francamente, somos tan orgullosos que creemos tener la verdad revelada, y en realidad el problema está en entender que todos somos ignorantes, solo que ignoramos cosas diferentes. Ahora que la monto de pacificador, de vive y deja vivir, he perdido gran parte del deseo ponzoñoso de irme en contra del otro, empezando porque para eso uno debe conocerse a sí mismo primero. No hay nada más difícil que eso, verse autodefinido y no desde lo que otros dicen.

Así me pasa cuando la gente me pregunta qué pienso de alguna idea, creación, decisión, entre muchas otras categorías etéreas. Es complicado, porque me preguntan esperando la verdad, pero pocos están preparados para recibir comentarios de otro. A mí la gente me pide opiniones, y de verdad me siento halagado, sobre todo porque trato de ser ecuánime y aterrizado a la hora de hablar, pero muchas veces comento como me gustaría que me lo dijeran a mí: con la verdad y sin tanto aspaviento.

Menos mal aprendí una nueva forma de decir lo que pienso, porque aunque creo que las cosas deben decirse como son, también he descubierto lo importante de amar a la gente a pesar de que sus resultados sean desfavorables, según mi criterio. Ahora aplico una técnica aprendida en el mundo Mad Men en el que terminé metido por curiosidad, y del cual siento que todos deberíamos aprender.

Uno debe primero decir algo bueno, porque siempre hay algo bueno por decir. Cuando ya se ha suavizado al oyente y se le tiene atrapado, se le dice lo negativo, o digámosle lo por mejorar. En este punto el paciente puede estar con tendencia al desánimo, pero es ahí cuando se remata con un cierre positivo, donde se exalte lo bueno y se le señale el potencial que tiene. Eso, es la técnica del sandwich, donde por dos cosas buenas, hay una no tan favorable por 'ensanduchar'. Ojalá la vida fuera resumible así, como la comida. Y que la indigestión de palabras sea filtrada por el buen Alka Seltzer de quien ha decidido suavizar sus palabras en beneficio del otro.

Porque eso es finalmente lo que nos motiva a crecer, no tanto decir lo que pensamos a contrapelo, sino más bien aprender que así haya carne cruda en la mitad, en los extremos hay pan fresco por resaltar. Que en la vida, los elogios y los tomatazos deben ignorarse por igual. Eso es lo único que nos salva de persuadirnos de tener la razón y de vivir convencidos de eructar caviar cuando lo que hay es una profunda y despreciable halitosis, que es a lo que huele un ego herido.

jueves, 9 de julio de 2015

La barrera de la amistad

El problema es empezar, y aplica para todo en la vida: escribir una entrada, armar un proyecto para televisión, hacer ejercicio, bajar buenas ideas y sobre todo, conocer a alguien, que es de los intentos humanos con más alto grado de incertidumbre. Seguramente porque los tiempos cambian, pero nuestros miedos no, esos se van añejando al punto de llevarnos a concluir experiencias de vida como teorías filosóficas fáciles de generalizar.

Hace un tiempo he venido pensando en esto, en cómo el rechazo es de las únicas experiencias de la vida que parece no sacarme callo, sino que va apretando los botones de rechazo full power, en un extraña fatality de Mortal Kombat. Pero hay razones para pensar así, sobretodo porque con las mujeres no se sabe. Si uno es bacán, ayudador y altruista, de esos que quieren resolverles problemas en la vida, que se enfocan exclusivamente en ellas y buscan demostrar una inminente fidelidad futura, terminan viéndolo como un dummie asexuado, un teletubbie que tendría que morir y reencarnar antes de dejarlo de ver bañado en la dulzura de un bon bon bum sumergido en Chocorramo esparcible.

Yo sé de lo que hablo, amados caba-ñeros, porque la vida se ha encargado de demostrarme que los Ted Mosby y los Ross Geller de carne y hueso debemos pagar el purgatorio de la friendzone, ya sea por ñoños, neuróticos, detallistas, subversivos contra Instagram y demás elementos que nos hacen ver tan complicados y exóticos que damos ternurita, pero de la bizarra. Y de ahí pocas veces se avanza, de ese lodo cenagoso de Te quiero como amigo, pasando por Eres un gran partido, y Tu esposa va a ser muy feliz. Pero uno, que la monta de inteligente y estratega, curiosamente es bruto para entender que detrás de esos querido, amigo y querido amigo con los que se dirigen a uno, no habrá más; que en esos Yo te aviso o Yo te llamo cualquier cosa hay un Gran Cañón de distancia. Con chulos, olor putrefacto y todo.

Por eso la gente de socialización compleja y galantería amputada, como yo, nos resignamos con la espera en Dios, creyendo en que hay un mérito por ser buena papa. Cuánto engaño, porque lo que se necesita en realidad es apurarse por vencer rápido eso que he denominado "La barrera de la amistad". Y es que en toda interacción social llega un punto dramático del no-retorno, un escenario donde ya se sabe que será una amiga más, y se puede vivir relajado con eso. Pero antes, en la previa, hay una incertidumbre disfrazada de reto, una bocanada de aire caliente que recorre el estómago y pone a volar polillas en las tripas.

Me ha pasado con grandes amigas actuales, con quienes en principio hasta me alcancé a preguntar ¿Qué pasaría sí...?. Luego, tras vencer la barrera, sin siquiera comentarlo ni verbalizarlo, quedamos de grandes amigos, porque no hay nada que perder a la hora de encontrar gente con afinidades. También he sido objeto de "conocimiento", y en un par de ocasiones me dijeron que querían conocerme, así, sin adornos. Me di la oportunidad, porque no hay nada que perder, y tal vez no se dieron las cosas, pero por lo menos tomamos onces y aprendí de derecho penal.

No hay una charla TED para esto, solamente el reto de darse la oportunidad de conocer a alguien y no parecer desesperado en el intento, ni muy atento ni muy amistoso. Porque entre más uno se propone caerle a una vieja, más la espanta. Entre más stalkee, rebusque y encuentre cosas que le gustan o la hagan reír digitalmente, menos opciones se tienen de que lo vean como macho alfa.

Yo, que cada vez entiendo menos la vida, estoy por pensar que la claridad resuelve todo, que eso de "primero seamos amigos y conozcámonos" es complicado, porque en el fondo uno lo que quiere es quedarse de este lado de la barrera y marcar su vida para siempre. Y es ahí cuando se tienen dos caminos: o uno insiste en conquistar, o sale por la puerta (grande) de atrás. Es que hay algo de reto en eso de tratar de impresionar a alguien, y a veces se confunde el espíritu de conquista con el de terquedad.

Entonces no queda más que la honestidad brutal, la astucia de darse a conocer siendo claro en las intenciones de quererla coronar, pero tampoco dejándose mangonear como el más lindo de los amiwis. Toca darse la pela de irse fogueando sin importar el sello de deportación a la friendzone que empuerca el pasaporte emocional, porque si empiezan a contemplarlo a uno, sabrán reconocer que hay un hombre -no un oso de peluche- intentando acercarse, cosa que de por sí ya es meritoria. Si no, es tiempo de fumigar, porque como en Mortal Kombat y en el cristianismo, matar es la única forma de seguir viviendo.