martes, 30 de diciembre de 2014

La lista Murtaugh

Como buen ochentero criado en los noventa, crecí viendo muchas películas y series de televisión traídas por la perubólica. Invertí mucho tiempo, y de hecho todavía lo hago, en seguir un poconón de historias y personajes que, tristemente, he ido olvidando con la llegada de nuevas series. En el mejor de los casos, se han ido archivando en una memoria olvidadiza, donde se han condenado a desaparecer silenciosamente.

En una de esas redadas mentales, olvidé que he visto las cuatro películas de Arma Mortal, y fue una de las series que veo actualmente, How I Met Your Mother, la que me recordó a un personaje que con el paso de los años he ido aprendiendo a entender: Roger Murtaugh, interpretado por Danny Glover. Era un policía que recién cumplía los 50 años, y siempre tenía una frase leitmotiv que lo destacaba, al punto de que Glover todavía la dice en su vocabulario regular.

Pude recordarlo cualquier fecha del año y seguramente se me olvidaría, o pasaría como un pensamiento más por la cabeza; pero por estas fechas, justo cuando se acerca con inminencia mi cumpleaños, veo con cierta extrañeza que empiezo a pensar así, que "esto muy viejo para estas pendejadas" y que tal vez es hora de entender que debo replantear hasta cuándo decidiré ser joven.

Naturalmente, para mí la vejez es una actitud mental. No sólo porque lo haya aprendido de Chespirito, sino porque creo firmemente que es uno mismo quien decide sentirse inservible o no. Yo, que ya tengo una que otra cana crespa aunque no parezca, me resisto a ser un adulto con pelo largo, arete de diamante y Converse, porque hay momentos para todo y circunstancias de las que uno debe retirarse con dignidad.

Mi lista Murtaugh, por ejemplo, arrancó hace bastante tiempo cuando me di cuenta que envejecer es perder las capacidades gastronómicas mutantes, cuando comprobé que mi estómago ya no aguanta nada que no venga bajo en grasa, deslactosado y hasta kosher, que ya es mucho decir para un pobre cristiano. Ya no como como antes, ya no recibo comidas después de cierta hora y lo peor, me convertí en ese ser que deja comida en el plato, algo realmente triste.

Ya no estoy para esos trotes de trasnochar, porque además de que al otro día quedo con guayabo neuronal, no puedo pasar la noche en vela porque tengo algún compromiso por asumir, así que mi diversión nocturna ya no pasa de las 10pm, hora en que no importa dónde esté, me quedo dormido. Es por eso que en mi lista pienso adjuntar las mil y un veces que dije "la próxima vez duermo aunque sea un poquito", o "En el camino me nivelo la dormida".

Ahora pienso seriamente si salgo de la casa o no, primero porque me la paso pensando en la plata que debo, y en que cada salida es estar más lejos de la libertad financiera, la misma que espero para independizarme y armar rancho aparte. Vivo fastidiado con el transporte público y en general con los taxis, con los que no quiero pelear por la plata que me cobran de más. Pero como no tengo carro, me toca usar estos servicios, y es entonces cuando me contradigo y sufro por la plata perdida en un plan que prácticamente podría haber evitado.

Es entonces cuando me doy cuenta que he disfrutado mucho la vida, aunque viéndolo así no pareciera. He viajado mucho y no pienso dejar de hacerlo, he fracasado en el amor y sí pienso dejar de hacerlo, pero sobre todo, me esforzaré por vivir al máximo este año que arranca, para que sean más los perdones que los permisos, más las historias divertidas que los what if, más ítems en la lista Murtaugh y así mismo más libertad para ser adulto con dignidad.

martes, 23 de diciembre de 2014

Miedo

Con el fin de los años, empiezan esos deseos inexplicables por valorar y revisar las metas. Inexplicables porque no se sabe si es herencia oficinista de andar chequeando informes de gestión en aburridoras reuniones de tráfico, o si en realidad es un deseo de mejorar, de volverse la mejor versión de uno mismo sin que a nadie más le importe. En mi caso, siempre, desde 1999 hasta la fecha, me he encargado de hacer una lista de propósitos para el año venidero, y me ha funcionado para muchas cosas.

Fue por una de esas listas que me obligué a volver a estudiar bajo, que renuncié a un trabajo para perseguir uno que otro sueño y hasta fracasé en el intento de volar. Pero esas listas, que a fin de cuentas me hacen sentir más bruto, también han sido las mercenarias de muchas promesas incumplidas, palabras postergadas, movidas fallidas que se han salido de mi plan. Allí han quedado plasmados mil y un intentos por disciplinarme haciendo ejercicio, o tratar de mejorar mis relaciones familiares, o simplemente mejorar mis relaciones, o en el peor de los casos tener relaciones, lo que implicaría ser muy familiar, pero la dinámica de la realidad es otra.

Antes le temía muchísimo a ponerme una meta que sabía que no cumpliría, y me dediqué a buscar maneras de cumplir exitosamente propósitos concretos, todo porque le tenía un profundo miedo al fracaso. Ahora no le temo al fracaso, ni a los perros, ni a quedarme otra temporada en Babilonia; mi mayor prevención es con el miedo en sí mismo. Y esto no es una frase redactada por Hassam ni por Jotamario sobrio, es mi realidad de cada día.

Le tengo pavor a que me den miedo las cosas, me produce terror profundo entrar en ese estado de acomplejamiento paralizante; me falta el aire de solo pensar que puedo convertirme en esa persona prejuiciosa que habla de lo que no conoce, y en el peor de los casos no se atreve a experimentar afuera de su pensamiento lineal y por eso juzga desde su tribuna.

Ya lo dijo Walter White: el miedo es el enemigo real. El miedo es una completa idiotez heredada de las experiencias de mis familiares, a quienes también les debo las deudas. Me acuerdo de mi papá, quien tiene en su casa, en su carro y en su oficina un kit de desastres donde guarda provisiones por si hay terremotos, tsunamis, derribos de torres y cuanto desastre se le venga a la cabeza. Y lo que no cubre el kit, seguramente está salvaguardado por alguna de las cuatro pólizas por muerte violenta, fideicomisos de usufructo y hasta plan canitas. La gente alega que hay que ser prevenido, pero francamente esas prevenciones son las que más quitan la paz, que es lo que uno debe procurar.

Es por eso que ante esa nostalgia campesina de quien quiere regresarse por donde vino, recordando con quien anduvo y hasta añorando el pasado infructuoso del terreno conocido, contraataco con amor innovador, que es para mí lo contrario al miedo rutinario. Esa nostalgia es medio peligrosa, y por eso me parece riesgoso cuando la gente termina el año frustrada por lo que no hizo, ignorando que todavía hay un presente, que a fin de cuentas es lo único que queda.

Para el año que viene, espero tener mi lista con propósitos que me dejen paniqueado de sólo pensarlos, porque tengo claro que no existen las condiciones perfectas para hacer algo. Así que espero perderle el miedo a trabajar con cristianos, meterme a un foro a leer comentarios en mi contra y hasta atreverme a fracasar de nuevo, porque siempre hay cierta pedagogía en hacer las cosas mal. En últimas, el miedo será algo que siempre enfrentaremos, pero entre más rápido salgamos de ahí serán muchas las oportunidades que se podrán aprovechar.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Caradura

Toda la vida andamos buscando reconocimiento. Es una de las necesidades básicas desde que somos niños, y como algunos todavía no maduramos del todo, seguimos tratando de encontrar manos que nos aplaudan, palabras que nos soben la espalda, sonrisas que nos retribuyan la paga por lo que se supone que hacemos. Y es una tristeza, porque uno lucha toda la vida por hacer lo que le gusta y en el camino se encuentra con la fama, que en esta sociedad significa éxito, de donde deriva la estabilidad y la seguridad para muchos.

En mi caso, he enfrentado públicos grandes desde los 5 años, cuando me escogieron como maestro de ceremonias en la clausura de mi jardín infantil, todo porque además de que era el que mejor leía del curso, generaba más ternura poner en tarima a un pequeño hobbit charlatán que a uno de estatura normal hablando a trastazos. Y así fui creciendo, creyendo que lo mío era el reconocimiento como fin y no como consecuencia.

Me tomaron 20 años para entender que hay cierto placer en el anonimato, así como lo han mantenido creativos y cantantes a lo largo de la historia. A mí me gusta citar a los tipos de Daft Punk por eso, porque se dedican a lo suyo aún a pesar de sí mismos. Pocos saben que sus nombres son Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter, ya que andan detrás de sus máscaras robotizadas, dando pocas entrevistas, como tratando de decirnos que siempre será necesario trascender la humanidad por la confianza en uno mismo, en el mensaje y en la audiencia. Y es que generar esa distancia entre el yo artista y el yo hombre siempre será necesaria, aunque de eso ya he hablado mucho.

Daft Punk en principio daba la cara, pero con el tiempo fueron migrando al anonimato sutil, posando en medio de más personas, o publicando sus fotos de bebés que al crecer se robotizaron. Me gusta pensar en que cuando escribo un personaje, o actúo de algún otro, estoy generando ese distanciamiento artificial que me ayudará a separar lo público de lo privado, porque a veces esto de ser tan transparente es un arma de doble filo.

Alguna vez intenté desarrollar un proyecto a dúo en completo anonimato, algo tipo La Bobada Literaria. Y la verdad me sentí bien hasta que me di cuenta que mi socio buscaba la selfie chismosa, la primicia instagramera y todo ese discurso de inmediatez que terminó revelando, en un deseo de reconocimiento de su parte, que estábamos detrás de ciertos videos virales de rápida difusión y altísima efectividad. Luego fue una pena enfrentar a los admiradores. Es que esto de ser famoso en ciertos sectores (y lo digo con temor y temblor), resulta más riesgoso que andar enmascarado, desde donde se podría vivir más tranquilo.

Ahora ando en una etapa reflexiva, tratando de abrazar esas máscaras que me protegen de mí mismo. La fama, como decía García Márquez, se termina volviendo el oficio del famoso, y no queda más que dedicarse a eso en un intento de retribuir a las personas que lo han ponderado a uno en esos pedestales imperfectos. Yo hace mucho dejé de tomarme en serio a mí mismo y por eso sufro cuando me reconocen en la calle, porque temo desilusionarlos con mi humanidad, con que no todo el tiempo tengo un apunte rápido para alegrarles la vida o que no siempre estoy de buenas pulgas para hablar de Chespirito. Quizá algunas veces la gente se siente defraudada, pero así es como quiero hacerlo.

No quisiera convertirme en ese ser al que lo abordan en la calle para pedirle fotos y autógrafos (cosa que me parece horrorosa), porque creo que soy exactamente igual que ellos. Y en el amor pasa lo mismo, muchas veces he descrestado desde la tarima y no desde la fila para el auditorio, donde todos somos iguales. Ahora entiendo esa necesidad de escape plasmada detrás de gente como Gorillaz, Ziggy Stardust, Kiss, y hasta Slipknot, porque yo también quiero tener la cara dura para ser un caradura con mi reputación personal.