lunes, 30 de noviembre de 2015

Las cosas de arriba

Después de pagar todas mis deudas, que en realidad eran tan solo una grande, viscosa y con mil cabezas, he venido haciéndome la pregunta del millón de dólares, la misma por la que uno puede perder cualquier concurso: ¿Y ahora qué sigue?, porque con la conciencia de la libertad, de por fin aterrizar en el pavimento de la inhóspita vida del no-endeudamiento, uno empieza a pensar en el paso a seguir, o por lo menos en dónde aparcar para descansar del vertiginoso mundo financiero.

Y me doy cuenta de que el ciclo nunca se detiene, porque tan pronto di la noticia de mi libertad, me impactó recibir sugerencias financieras de la siguiente inversión: que la Maestría, que el carro, que el CDT y que hasta el matrimonio, entre otras que sé que son importantes, cómo no, pero que confirman que esta vida es como andar en carretera, al filo del exceso de velocidad y sin derecho a parar al baño.

El mundo sigue, y como decía Mafalda, quiero que lo paren para poder bajarme, porque estoy viendo que uno pierde mucho tiempo pensando en qué hacer con su plata, cuando de verdad es tan solo eso, algo que se va a derramar en un dos por tres. Para mí el problema radica en eso, en que vivimos tan obsesionados con acumular y traducir la estabilidad según los ceros a la derecha en la cuenta, que perdemos la mirada del momento, de la gente, de las oportunidades, como decía Calamaro, porque la buena fortuna pasa de largo.

Nada más fue que diera la noticia para que, milagrosamente, me llamaran de un banco a felicitarme por mi buen comportamiento financiero, a ofrecerme un seguro de vida por muerte súbita y a darme tres tarjetas de crédito con derecho a cupo en crecimiento. Pero yo reacciono como siempre ante esas ofertas: mirando, agradeciendo y saliendo, porque uno no sale de una para meterse en otra, o por lo menos en teoría.

Sobre todo porque llega fin de año, y como buen sujeto con verbo y sin complemento, prefiero ahorrar para invertir en lo que vendrá, que a ciencia cierta sigue siendo difuso y hasta etéreo, porque eso de vivir en fe no se trata de no tener nada y esperar solamente, también es tener y guardar para esperar la oportunidad perfecta para debitar, y esto aplica para todo en la vida. Así que ahorro plata, relaciones y experiencias con el simple propósito de vivirlas cuando toca, con quien toca, donde toca. Ojalá para siempre.

Me llegó la hora de cambiar la forma de ver las cosas, de adaptarme o morir, o mejor de morir y ya, porque adaptarse a ese estilo de vida de consumo irrefrenable me está pareciendo desgastante. Vivir para tener es chévere, tener ni se diga, pero me imagino que caminar en una dimensión donde uno simplemente disfruta la vida haciendo lo que ama, le pagan por eso y en gran parte tiene alto riesgo de aventura espiritual, debe ser alucinante.

No sé qué siga, si mirarme las manos para exprimir los dones, o si dedicarme a caminar hasta que me pidan el pasaporte; lo cierto es que en ciertos momentos de la vida, a todos nos llega la hora de poner la mirada en el para qué, que queda a dos cuadras del para dónde y se ubica en el mejor barrio de los planes, el de las cosas de arriba.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Chao Icetex

Desde que me fui a dar una vuelta por el universo y dejé de publicar, prometí volver cuando tuviera algo interesante por contar. Y la verdad es que me fui a escribir mi vida, sobre todo la financiera, porque esa es una de las responsabilidades que tenemos los clase media aspiracional al crecer. Los que me conocen, o en su defecto me leen, saben que llevo unos diez largos años en la más estable de las relaciones que cualquier hombre puede tener, y es el amor a su culebra, o mejor, la atadura a una deuda, para no generar controversias entre Adán y Eva.

Estudié la carrera con crédito educativo del ICETEX, y mal haría yo en hablarles pestes de esta entidad a la que, siendo sinceros, debo agradecerle por creer en mí, en mi codeudor y en mi supuesto talento profesional, pues eso de que le presten plata a uno para "pagarla cuando tenga trabajo" es un voto de confianza bonito de parte del Estado. Lo cierto es que como todo en mi vida, llega un momento de desbaratar pactos, adicionarle un otrosí a los contratos verbales, renunciar a lo cómodo en pos de algo mayor.


Ahora es el Icetex el que me debe. Otra foto que siempre quise tomar.

Así es. Esta foto es la constancia de que soy libre financieramente, pero tomarla costó sacrificar varios sueños, renunciar a mecatiármela en cositas, abstenerme de viajar a mi antojo y hasta meter mi vida amorosa al freezer, porque eso de conquistar a una mujer es una fuerte inversión con cara de pasivo fijo que los endeudados generalmente no podemos sostener.

Ahora que soy libre sufro un poco, porque con este logro mueren los chistes referenciados y gran parte de mi material creativo. Ya no habrán tuits repulsivos quejándome de no haber nacido en cuna de oro, ni mucho menos ataques existencialistas por no haber tenido de otra. Pagar las deudas, en parte, es una manera de purificarse y de invertir en un futuro donde no haya grilletes de ninguna clase, es crecer ligeramente, es perder las excusas para no triunfar en la vida, porque ahora el camino ha sido allanado.

Esa catarsis mental parte de aprender a pensar mejor, porque todos heredamos conceptos financieros de nuestra familia, quienes los heredaron de la tradición, y así vivimos pensando que la única forma de conseguir las cosas es pegándose senda endeudada con un banco que después reclamará el favor cobrando lo que no está escrito en intereses. He aprendido que estar endeudado no es deberle plata a alguien, es haber dejado de pagar, que es distinto, y eso nos lleva a ver que sí, vamos a necesitar pedir prestado, pero siempre y cuando tengamos claro el por qué, para qué y hasta cuándo de la deuda, las cosas detonan distinto.

Pero lo bueno es que como me acostumbré a sacar una parte de los ingresos freelanceros para el Icetex, a lo mejor la disciplina ahorrativa se traduzca en un nuevo ingreso, pro viajes, pro carro, pro familia. Ahora siento que por fin la vida brilla, y como que dan ganas de seguir creyendo en un porvenir distinto, donde en vez de cuotas mensuales y recibos vampirescos, hay alas e ideas para seguir volando. Ya sin deudas, prometo seguir disfrutando la vida, finalmente el excedente por fin se quedará de este lado.

viernes, 13 de noviembre de 2015

De puertas para afuera

Se va acabando el semestre, y por estas semanas la cabeza deambula entre el cansancio y el estrés, entre el agotamiento propio de todo el año y la incertidumbre de si el corte queda arriba de tres. Lo cierto es que con la llegada de fin de año se da inevitablemente uno que otro momento reflexivo, donde todos alguna vez nos hemos preguntado: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Todo esto sí valdrá la pena?

Esas preguntas llegan en un punto de la existencia y sin tener que estar entonado, se los aseguro; lo que sucede es que detrás de ellas viene otra peor: ¿Sí aprendí algo este año? Y va uno a ver y sí, cositas, tipcitos, daticos, porque todo lo que no se procesa y aterriza queda en diminutivo en el cerebro. Es por eso que nos esforzamos mes a mes por darles los mejores datos cocteleros, pues si no aprendieron en clase, buscamos que por lo menos lleguen a la casa con la revista en la axila y queden como unos sabihondos de la cultura pop después de leerla y compartirla. Por algo se empieza.

Decía John Lennon que la vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes, y tenía razón, porque a veces vivimos tan aislados dentro de las aulas de clase, bibliotecas y demás templos académicos que se nos olvida el lugar donde hay otro tipo de sabiduría y aprendizaje: la calle. Sí señores, la calle tiene un fuerte lado pedagógico que deberíamos aprovechar más, finalmente esa también va pagada dentro de la matrícula semestral.

Después de la casa y la universidad, la calle es tercer espacio donde más pasamos tiempo, ya sea transitando, esperando un bus, echando ojo y hasta cuidándonos de uno que otro chicungunya con bozo y saco de Warner Bros. Como universitarios amamos la calle, porque es la forma en la que capturamos la realidad de la etapa en la que estamos, y está bien que ella nos enseñe cómo esquivar vendedores de incienso, predicadores furtivos, manifestantes de todo tipo. En la calle se aprende algo que no enseña la universidad: la importancia de perder el tiempo.

En el colegio, ya queremos estar en la universidad; en la universidad, ya queremos ser profesionales; pero cuando empezamos a trabajar nos damos cuenta que la vida no para, que el ritmo adulto tiene su elemento desgastante, y que tal vez faltó disfrutar un poquito más ver personas pasar, tener conversaciones sin sentido o simplemente reír en las escaleras, en la entrada de la cafetería, en el paradero, o donde sea, porque la vida universitaria no es lo mucho que estudiemos, sino las emociones y recuerdos que nos quedan de esos aparentes momentos sin sentido.

Esta es la Mallpocket callejera, la misma que viene del futuro y que espera que la disfruten tanto como nosotros al hacerla. En mi caso personal, esperé esta edición para asegurarles que uno no aprende grandes secretos de la vida haciendo lo mismo en el mismo lugar. Por eso, antes de que sigamos suspendiendo la vida sin aprender a vivirla, sacudámonos y salgamos a correr el riesgo de dedicarnos a ser expertos en el ocio, perdamos el tiempo en los hobbies que a nadie le importan, gastemos los días en lo que nos apasiona pero que nunca nos dará de comer. Hagamos lo que los hace felices, compremos un bajo y hasta una melódica, ensayemos triunfar y también fracasar, vivamos y dejemos vivir, mucho más si es de puertas para afuera.

Ese es mi mensaje, y resulta emotivo porque es mi última edición como Director Creativo de Mallpocket. Agradezco profundamente a este equipo tan maravilloso, pero mucho más a las manos y ojos que nos han leído por más de 35 ediciones. El mundo es de ustedes, así que salgan de la zona de confort y disfruten la vida como debe ser.


Publicado en la Revista Mallpocket del mes de Noviembre de 2015