lunes, 29 de febrero de 2016

Desprestigio

Ya dije antes que lo malo de viajar es regresar, principalmente porque uno sabe que no es el mismo que se fue, sino que hay algo internamente en proceso de reajuste. En mi caso, tiene que ver con mi espiritualidad cristiana, la cual debo confesar ha estado fundamentada en el señalamiento fariseo, en buscar a toda costa escoger si ser frío o caliente, blanco o negro, cuando la vida real está tan llena de tibiezas grises que son lo que le dan, curiosamente, clima y color a la existencia.

He vuelto, lleno de cariño, decía Joe Arroyo. Y cito a un cantante secular -oh término tan satánico- para empezar, porque ahora resulta que la relevancia espiritual de las personas se mide por las radicalidades de ultraderecha a las que se sometan. Regreso al ruedo y no pasaron muchos días desde que me bajé del avión para ya estar en boca de personas que cuestionan mi relación con Dios y mi estado espiritual según su propia estructura, y los entiendo, porque es común que la gente juzgue lo que está bien o mal según su aparato mental, esa carta de instrucciones con la que son criados y que difícilmente será renovada a menos que así se quiera.

No sé si sea por haber pasado por Hillsong NYC y Hillsong Buenos Aires -la iglesia favorita de esos mismos que ahora me ven como 'mundano', curiosamente-, pero justamente mi percepción de Dios cambió este año gracias a la convivencia con gente de carne y hueso, que podían estar la noche anterior compartiendo con amigos y hasta bebiendo cerveza -sí, los cristianos internacionales toman-, y al otro día ministrar en la tarima y disfrutar de la reunión dominical sin más extrañeza. Rimó y todo, aunque no era la idea.

Les voy aclarando, caza gazapos y caza fantasmas, que no hice parte de esas "prácticas mundanas", pero sí me impactó pensar que las realidades son mutantes, y que la libertad de obra parte de tener un corazón dispuesto a agradarle a Dios aún a pesar de la gente. Compartí con personas maravillosas cuyas vidas son hermosamente humanas. Sí, porque es bonito cuando uno reconoce esa limitante y finita facultad de vivir aprendiendo a cometer otros errores, que es mi definición de ser mejor persona. No se trata de perfección, se trata de disfrutar un poco más el amor de Dios siendo uno mismo.

A diario me esfuerzo por agradarle a Dios, y siempre creí que se trataba 100% de mí, de mis justicias, actos de bondad, y que por eso gente desprendida como Teresa de Calcuta era la única que podría agradarle. Yo, que colecciono cosas viejas, camisetas y cuanto souvenir me topo de Chespirito, no soy el mejor modelo a seguir entonces, pues además de ese instinto acumulador, soy videoso, trascendental, neurótico, exagerado e impulsivo, todo lo que un líder cristiano no debería ser según la religión organizada.

Lo más difícil de ser cristiano es tratar de complacer a otros cristianos. Esta es la forma de decir que ahora mi énfasis está en ser lo suficientemente humano y frentero como una manera de que se vayan desanimando de una vez aquellos que me tienen como 'referente', porque si mi forma de pensar, hablar, tatuarme, bailar, relacionarme con otros, et al, les da permiso para vivir alocadas vidas a costa de mi desprestigio, el problema no soy yo, son esos que buscan chivos expiatorios para justificar las decisiones que jamás se atrevieron a tomar.

Yo amo la luz y desecho la oscuridad, solo que no me veo a mí mismo como alguien de los buenos o de los malos. Simplemente, soy un ser humano que entiende su lugar de redención, que busca que otros encuentren el propio y así mismo reflejar una fe confiable donde las jerarquías no son sacrosantas, sino lo suficientemente humanas como para poner la mirada en el cielo, donde reposa lo único perfecto, lo único digno de imitar; no en este blog o yo, donde hay colores, ideas visuales y percepciones como daltónicos, ciegos y tuertos en el mundo.

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