jueves, 29 de marzo de 2012

Famosos anónimos

Me gusta coleccionar objetos: sombreros, material relacionado con Chespirito, Star Wars y Rescate. Tengo una mesa de noche abigarrada de objetos encontrados en la calle, recibidos como regalo y hasta heredados, porque debo decir con orgullo que papá, sin saberlo, ha sido un coleccionista de rarezas que para mamá solo reflejan sus mañas de acumulador. Tal vez por eso fue que se divorciaron.

Entre mis herencias, guardo las gafas que usaron mis dos abuelos antes de morir. No porque quiera ver el mundo como ellos, más bien porque es la forma en que me recuerdo que la visión debe corregirse, para pararse en el pasado como referente y no como presente. Guardo casetes con grabaciones de programas de radio en los que yo era el protagonista: mamá hizo grabaciones de mi voz hasta los 9 años, para que cuando yo tuviera hijos se las heredara también. Atesoro llaveros, reproductores obsoletos y algo que para muchos es una manía propia de una persona con trastornos: fotos de famosos anónimos.

Caminaba por la Javeriana y encontré una foto tamaño 3x4 fondo blanco de un estudiante de Medicina. Lo sé porque se ve su uniforme pitufo y sus cejas pobladas. No tengo ni idea quién es el susodicho, lo cierto es que al entrar a mi cuadro de famosos anónimos ahora se llama Juan Pablo, le gusta jugar squash y arregla su economía juvenil trabajando los fines de semana en una tienda de ropa.

Años más adelante y dejando atrás la universidad, iba subiendo un puente peatonal que me llevaría al oficinismo en Las Américas, justo cuando identifiqué una foto de fondo azul donde una niña de aparentes 14 años vestía una sudadera colegial, de esas que hacen que la cremallera llegue hasta el mentón. En Famosos anónimos se llama Astrid, estudia en un colegio del distrito y no le gusta que se burlen de las pecas que adornan sus mejillas, a pesar de que la música que oye y baila suele denigrar de la mujer y de cualquier cuerpo exuberante.

El cuadro lo completaría hace un mes un pequeño niño de aproximadamente 4 añitos -como dicen las mamás-, quien reposaba oculto en un tablero donde Bancolombia promociona sus planes de ahorro. Acepto que dejé la fila por unos minutos para agarrar al 'niño nuevo' de los Famosos anónimos, so pena que pasar por enfermo o pederasta. Su nuevo nombre es Yesid, no conoció a su papá y al parecer sufre de precoces arranques de tiranismo, situación alimentada por su propia madre.

Guardo con mucho respeto a mis Famosos anónimos, pues vienen a ser referentes concretos de creación y de reacción visual. Lo divertido de esta tarea es que el grupo no crece frecuentemente, tan solo cuando tengo la suerte de descubrir en algún lugar del planeta una foto sin nombre, sin futuro aparente y sin propietario conocido.

Puedo pasar por enfermo o loco, pero tristemente la gente parece no comprender que detrás de una foto perdida puede existir una increíble historia qué contar.

Famosos anónimos, 2012


@benditoavila

jueves, 15 de marzo de 2012

Conjunto Cerrado

Nunca será posible pronosticar en qué Transmilenio aparecerá uno de esos viejos amigos de época. Me encontré no con un amigo, sino con una amiga. Bueno, tampoco era amiga, era conocida del conjunto residencial en el que pasé la mayor parte de mi infancia. Es que finalmente ser niño es eso, un ejercicio hasta democrático donde todos jugábamos sin prejuicios ni mezquindades, material que nos llega ya de adultos.

Una de estas noches vi que al lado se sentaba una mujer de cara conocida. No suelo olvidar caras, así que recordé que estaba junto con Íngrid, la versión adulta y rubia de una niña que andaba en sudadera verde y era mayor que yo. No suelo olvidar nombres, así que empecé a narrarle las tres veces en la que tuvimos contacto: cuando integramos un concejo juvenil para promover valores dentro del conjunto, cuando discutimos sobre el drama de una canción de Willie Colón y cuando charlamos en un pasillo hasta que María, la santandereana que nos cocinaba en casa, me interrumpió para preguntarme a qué horas iba a comer, sin importar que estuviera socializando.

Íngrid solo atinó a recordarme a mi abuelita. No porque me haya insultado, sino porque dijo que siempre la ha querido mucho por ser una gran vecina. Me contó que desde que me fui del conjunto las cosas no fueron iguales, pues los que fueron mis primeros compañeros de grupos musicales imaginarios ahora dividían su tiempo entre en el mormonismo, los hijos, las drogas y el ocio. Me dijo que no se acordaba de mí sino de mi papá, y que las cosas no eran como antes: ya no existe el pino donde nos trepábamos, el parque está a punto de entregarse al Distrito y la gente ha migrado a muchos otros conjuntos.

Íngrid ahora trabaja en una ONG, un banco o algo así. La verdad cuando empezó a hablar me puse a pensar en que uno cree que todo tiempo pasado fue mejor, pero nada más falso que eso. Nada más engañoso que estancarse en la involución que proponen ciertos melancólicos, pues si bien es cierto que el pasado produjo los clásicos, el futuro hará que entre esos clásicos estemos nosotros.

Antes de llegar a mi parada me encontré con un compañero de épocas universitarias, quien se desvivió en elogios dizque porque me vio triunfando en el extranjero. Íngrid abrió los ojos, como quien por fin reconoce que lo importante de las personas es verlas en desarrollo y no en diseño. Cuando se dio cuenta que los planos del pasado ahora eran edificio ya era demasiado tarde, porque yo ya me había bajado del bús. Literalmente.


@benditoavila