miércoles, 26 de diciembre de 2012

Problemas técnicos

Últimamente entro a Facebook solo para terminar saliendo ciego de ira. Veo noticias de gente cercana, leo en esas notificaciones que están felices, que su vida cada día es más rechinante, que encontraron el amor y perdieron el respeto (tal cual como Dios manda). No me quejo: este agonizante 2012 ha sido el mejor año de mi historia, pero igual me hierve la sangre la alegría digital del prójimo, su sobradez y status quo tan opuesto al mío, que parece una temporada larga de Sábados Felices.

Así es: experimento problemas técnicos. Tengo unas neuronas programadas a pensar lo bueno y lo honesto, así que lucho cuando en flashes forward me veo desde un campanario descargando una M82 sobre las cabezas de quienes viven en una felicidad instagramera, de aquellos que postean su comida, amaneceres o atardeceres, versículos bíblicos, anillos de compromiso, pedidas de mano y demás material que al parecer los hace superiores que el resto de los mortales. No los envidio ni me les amilano, en serio, solo que detesto esa vida plástica que vendemos a través de las redes sociales. Vendemos, me incluyo, porque aunque no tengo Instagram, uso Twitter y hasta Facebook como inyecciones inflamatorias al ego.

Ya veo lo que dicen sus ojos, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, que soy un resentido social, que vaya y me desahogue donde me toca, que no publique estas cosas que a nadie más le interesan, que además de Olafo y paticortico ahora resulté creyéndome de mejor familia, que brincos diera, que tengo hambre. Ignoren lo que sus cabezas dicen de mí. No hagan caso, son rumores, son rumores. Lo cierto es que hasta mi propia familia extendida ha optado por dejarme ir, como si promulgar un cristianismo cotidiano fuera una epidemia de proporciones bíblicas. Y mis camaradas también, pues parece que pensar diferente es autoexcluírse de los rituales que se supone nos unifican.

Esa bendita maña social de querer hacer parte de todo, de ser el punto de quiebre de muchas vidas, de entregar el corazón y la vida a extraños en la calle es desgastante. A eso le llamo problemas técnicos: ese desbalance real basado en la 2.0, esa sensación mamerta y comparativa de incomodarse gratamente con quienes hacen su vida a pesar de uno.

Termino el que ha sido el mejor año de mi vida al estilo de una curva dramática. Empecé 2012 en una playa, con el corazón oliendo a coco y piña y bajo la linda bruma de una ilusión onírica; naturalmente lo termino con todo lo opuesto: sentado en una oficina, con el pelo aplastado y el bigote resoplando fruto de una sensación que todavía no logro identificar. No es rabia, no es ira, tal vez es una suerte de frustración depresiva parecida a la que enfrentó el profeta Elías: he guerreado con valentía y he vencido en las mejores plazas, pero adentro me siento en la lona, con un deseo de escapar, de hacer que todo arda o en su defecto explote.

Tenía otras expectativas de la resolución de estos 365 días de cyberpunk divino, pero no puedo negar que si algo aprendí este año es que el secreto está en enfrentar la vida a pesar de los problemas técnicos. Me le he fugado a la candela muchas veces, me he empapado las rodillas con Isodine y limpiado los ojos con colirio desde que tengo memoria espiritual; me le he medido a sendos cocodrilos siendo un pequeño gato de basurero como para que ahora una cueva me encarcele y acabe. No me siento ni en ventaja o desventaja por contar que hay algo en mí que todavía no termina de ajustarse, pues también creo que la fe no es solo hablar "positivamente", sino hablar con inteligencia, con la conciencia puesta en el cielo y la mirada puesta en la cruz.

Esto me ha llevado a tomar una decisión: este 2013 habrá cambio de mando. No sé ustedes, pero yo me mamé de ser testigo, cómplice y hasta celestino de las historias de otros. Es verdad que me gusta ayudar a que muchos encuentren el propósito de su vida, su camino y destino; pero como dijo mi papá cuando descubrimos que tenía amante: ¿Y dónde quedo yo? No iré a buscarme una oficinista que me acepte una invitación a comer Pollo en la Primera de Mayo ni mucho menos; solo sé que me iré, saltaré, volaré, oh-oh, cantaré, oh-oh-oh-oh. Haré algo más con mi vida que contemplar cómo los sueños de otros se cumplen, con o sin mí.

Aquí estoy, diciendo adiós con la última entrada del año, parafraseando a Dante Gebel, haciendo mi versión libre de algún Salmo, elevando una plegaria en la cual solo pido ser libre de aquel en quien no confío, el que siempre me traiciona, el que me falla por tener mal instinto y se esmera en hacerme presa de sus malas intenciones. Pido ser libre de mí mismo.


@benditoavila

jueves, 20 de diciembre de 2012

Un cara a cara navideño

La navidad me ablanda el corazón. Todo el año suelo quejarme y desear mentalmente la horca de gran parte de la humanidad, pero llega diciembre y vuelvo a ser un ser de luz pura, tal cual como mis abuelas me soñaron. Como este fue un año de grandes actuaciones, me di a la tarea de pensar en probabilidades navideñas, en cómo el mundo se divide en dos clases de personas: los que le piden regalos a Papá Noel y los que le piden al Niño Dios.

Esta polaridad radical ha generado una lucha a muerte entre ambos bandos navideños, y qué mejor que estoy lúcido, sobrio de ira y henchido de amor, para jugar un poco con lo improbable. Esta es una carta que en mi criterio el dulcísimo Niño le escribiría a don Papá Noel. Abro comillas.


Señor o señora Santa:

Empecemos por ahí. ¿Eres mujer? Porque si fueras hombre te dirían Santo, pero nadie lo hace porque el único Santo soy yo. O bueno, eso es lo que me lo repite mi mami todos los días, aunque le explico que no es tiempo de que sepan que soy el elegido, el único, el salvador por el que todos suspiran. Tampoco deberían decirte Papá, porque el único digno de ese rótulo es mi papi Dios, quien junto con el Espíritu Santo comparte con nosotros el trono. Ya ves, mi familia es tan linda y amorosa que todos somos uno, o como uno.

Es claro que los dos no cabemos en el mismo mundo, por eso me alegra que vivas en el Polo Norte, que para mí es como la quinta porra. Supe que compartes casa con tu familia: tu esposa, renos alquilados y varios elfos de narices aguileñas. Empecemos por ahí: hasta yo, que soy un niño milagroso, sé lo que significa fabricar regalos para todo un planeta, y debo decir que ahí la tienes ganada: quién no se engordaría y dedicaría a promocionar gaseosas escandalosamente si tiene un grupo de enanos cantantes que fabrican todos esos regalos, además de renos obedientes para repartirlos. Me imagino que lo que haces es subyugar a tu anciana esposa para que los alimente y mantenga bien todo el año, con eso tu prestigio no decae en diciembre y logras quedar como el rey de la navidad.

Según me cuentan unos niños a través de las cartas que me envían (de eso hablaremos más adelante), entras a través de las chimeneas como un ladrón panzón y además de cuello negro, pues, por aquello del carbón que le regalas a los niños que se han portado mal. Yo jamás le daría a algún niño o niña carbón como castigo-regalo; de hecho, planeo alimentarlos bien a todos con panes, peces y un poco de vino por si quedan con sed. En cambio tú, aleccionador, piensas como un viejo y no eres capaz de renovar tu estilo, tan albirrojo como tan flojo.

Debo aceptar que de solo pensarlo me da risa: disfrutaría mucho viendo a un anciano haciendo el ridículo para posar de salvador, sobre todo si está enfrentándose al mismo hijito de Dios, a quien nunca le ha tocado ni robar ni pedir prestado porque por los méritos de su infancia nada le ha sido negado.

De lo que sí quiero hablar en mi carta –que ha escrito el Ángel Gabriel a regañadientes porque mis bracitos no saben escribir-, es que me parece un atrevimiento digno de excomulgación que los niños te escriban para pedirte regalos. No sé si sabías, pero yo reinaré, así que desde ahora me portaré como un pequeño tirano y te advertiré: tienes un mes para dejar tu oficio, desmovilizarte y reinsertarte.

Ya estuvo bien que te lleves el aplauso en las celebraciones decembrinas en mi honor, pues por si no lo sabías, estas celebraciones son por mí, porque nací, moriré y resucitaré, aunque mejor no hablemos de eso todavía.

                                                           Con cariño, tu divino Niño Dios. 

*****

Dicen que el viejo Noel iba a posponer la respuesta para la semana siguiente, como imitando el estilo de este blog asesino, pero se decidió el mismo día y escribió algo más o menos así, abriendo comillas y cerrando las anteriores:


Dulcísimo niñito:

 Espero que estés bien, calientico y cómodo en tu pesebrera. Me imagino que no debe ser fácil estar condenado a crecer y encoger para entrar al pesebre cada diciembre, ¿no? Debe ser duro que tus papitos hayan armado un negocio de tu infancia, como lo hicieron los padres de las gemelas Olsen. En fin, no tengo por qué quejarme del tamaño, pues yo lucho todo el año por apachurrarme dentro de diez fajas y así poder usar mi traje tradicional. En esas me demoro casi diez meses, pero hoy me detuve a escribirte, así que te pido por favor valores el preciado tiempo que invierto en escribirte.

Me gustaría que me explicaras cómo es eso de la Trinidad. ¿Tiene que ver con Trinidad y Tobago? ¿Es un invento del maligno? ¿De ahí se inventaron los trinos? No logro comprender cómo, si eres Dios, acabas de nacer cuando él no tiene tiempo; ni cómo pensar que Dios fue, o es niño; o el Espíritu en forma de paloma que además embaraza jovencitas vírgenes. Son preguntas que seguramente solo se resuelven en la retorcida cabeza de un libretista de telenovelas latinoamericanas.

Dicen por ahí que las canas traducen experiencia. Yo no solo tengo muchas, sino que me sobran y tuve que acomodármelas en la cara: no me podrás negar que te encantaría que te cargara cerca de mi robusta barriga, para que mientras juegas con mi barba me cuentes lo mal que te ha ido de niño. Seguramente, yo te regalaría un buen martillo con serrucho para que vayas perfilando tu rol de carpintero humano y te ganes el pan con el sudor de tu inmaculada frente.

Es que todavía te falta mucho por vivir. Probablemente no lo sepas, pero la humanidad es pedigüeña e ingrata con quien les da el regalo de sí mismo, te lo digo yo que me he dedicado a este negocio hace mucho. No se lo cuentes a nadie, pero la gente duda de tu existencia, dice que un niñito de brazos regordetes no va a poder entregar regalos ni hoy ni nunca, a menos que dé su propia vida y la verdad dudo que llegues a algo así porque no sería el estilo de un infante de luz como tú.

Aunque yo no creo mucho en tu credo, debo decirte algo para curar tu ingenuidad: esas cartas que nos dejan en los árboles, en las botas y en los pesebres mal armados, son leídas y cumplidas por los seres que realmente son mágicos y saben qué es dar la vida por amor: los padres, quienes finalmente hacen milagros para ver la tierna sonrisa de sus hijos cada navidad.

Así que acepto tu propuesta con una condición: si desaparezco yo, desapareces tú también. Eso sí, espero te acuerdes de mí cuando estés en tu reino, porque no es fácil alimentar a tantas bocas que dependen de mí y de este noble oficio que heredé de mi padre, quien aprendió de mi abuelo a disfrazarse cada diciembre para ganarse la vida honradamente.

       ¡Jojojo, Feliz navidad para ti!  Siempre tuyo, San Nicolás, alias Papá Noel


No les deseo Feliz Navidad, porque mi religión no me lo permite y porque el mundo se acaba este 21 de diciembre (guiño guiño). Deseo que recuerden que la navidad cambió la historia, porque la navidad es Jesús.


@benditoavila

Publicado en la Revista Mallpocket

martes, 11 de diciembre de 2012

Al Rescate (y al respaldo)


Rubén negociando con los organizadores del Genesis Party, el evento que los trajo a Bogotá en 2012.

De las dos veces que he salido del país, solo en una ocasión tuve que hacer conexión, porque de Bogotá no hay vuelo directo a Los Ángeles. Recuerdo comer empanada en el Aeropuerto Internacional de Miami y pensar en que las conexiones son lugares no-lugares, como dice Paul Valéry: espacios inexistentes donde todos vamos de paso, sin echar raíces. Más que las conexiones entre ciudades, me gustan las conexiones divinas, aquellas que no tienen que ver con espacio tiempo, sino con la fe en un Dios que sabe lo que uno necesita. Esa fue mi conexión: estar donde debía estar, a la hora indicada y en el día correcto.

No solo lo digo por Rescate; más que eso es el hecho de haber estado justo con ellos cuando reconocí perfectamente las voces de dos fantasmas, dos espectros del pasado relacionados directamente con episodios playeros, temporadas de ira cultural y de un ciclo que creí cerrar. La cámara de mi cabeza hizo el mismo movimiento que hacía Hitchcock, solo que con esta cara. Sabía que era un momento determinante, donde esas mismas circunstancias que me habían alejado ahora me acercaban, así que debía hacer una entrada más contundente. Lo divertido fue que no tuve que decir nada, pues el mismo Tega les dijo que si querían información de su visita a Colombia, me preguntaran a mí, su amigo colombiano. La cara de los susodichos no fue normal, por supuesto.

Nos sentamos a almorzar pero yo no podía dejar de pensar en este punto de giro, inesperado, incierto pero gratamente incómodo. Sabía que las miradas de aquellos que me tomaron por ralea clase media reposaban sobre mí, que estarían preguntándose de nuevo por mi pelo ensortijado, mi plan de vida, mis desbordantes cuentas bancarias, mi intención de conquistar a su hija. Así que preferí respirar hondo, disfrutar la compañía y dejar que desde su mesa contemplaran lo que pocos han podido ver. Esa era la verdadera motivación de todo ese trayecto divino: conversar con Rescate sobre su ministerio musical. Y sí que me di por bien servido.

Marcelo y Ulises conversando de mí. Decían que me parecí a un ingeniero de sonido argentino. 

Marcelo al fondo sorprendido mientras Sergio posaba ante la cámara. Rubén tuiteaba del asunto.

"El que toca, nunca baila. Es lo único malo de ser músico" eso decía Ulises mientras devoraba con gusto su salmón. Fue una frase adecuada para este año de rebobinar el casete del llamado, porque además de sus letras y música, lo que más me gusta de Rescate es la forma en que han logrado mostrar a un Dios de misericordia, un Dios que tiene mala memoria para mis errores y además que quiere salir del Templo.

Ojo, no porque se lo hayan llevado, como pueden pensar los ñoños religiosines, sino como un Jesús que se baja de la cruz y resucita. Ese es el llamado de Rescate: ser para afuera y no para adentro, ser fieles a una comunidad cristiana que los ha tildado de apóstatas desde 1988, el mismo año en que nací y en el cual también fui condenado a la paila infernal, según los religiosos.


"Nos conocen, y los que nos necesitan nos buscan. Hay muchas Iglesias a las cuales nunca nos han vuelto a invitar, pero ese es el precio de ser fiel al llamado, a lo que uno ama: Jesús en la calle". 

Alguien posó su mano en mi hombro, y justo antes de girarme, reconocí que eran otra vez ese par de voces fantasmagóricas que ahora hacían su entrada para despedirse. Rescate los saludó en gesto y les sonrieron, mientras ellos aseguraban que les gustaba su música, que le servían al mismo Dios y que les deseaban lo mejor. Se despidieron de mí respetuosamente mientras pensaba en las casualidades de la vida, en aquellos lindos encuentros en los que los que los fantasmas se quedaron con la imagen pocacosa que construyeron de uno.

Me gusta pensar en que esos son los ajustes divinos, momentos que Dios usa para hacernos dignos y hasta limpiar nuestros nombres con aquellos que asumieron nuestra bajeza. Ahora estaba ahí, de mendigo a príncipe, de exconvicto a rey local. Ahora entiendo que Rescate no solo vino a ponerme a rockanrolear, sino a respaldarme en un ajuste natural de las cosas.

Como lo que me interesaba no era solo conocer a Rescate, sino también verlos tocar en vivo, procedí a despedirme, a dejarlos descansar. Todos y cada uno me dieron abrazos sentidos, con la camaradería de quienes se conocen de toda la vida con tan solo verse una vez. "Gracias, Luis", "Chau, loco", y hasta "Te veo luego, capo" fueron las palabras con las que me despedí y procedí a tomar una foto final, épica, irrepetible.



"Mansos como corderos, astutos como serpientes, valientes"

En el concierto salté, pogueé, sudé, grité y volé como nunca. Pero el punto más emocionante fue cuando Ulises habló de tocar una canción que nunca presentarían en festivales evangelísticos como los de Luis Palau, pues era para quienes querían correr con Dios. Ahí me emocioné, porque antes de irme del hotel, le pregunté a Ulises si iban a tocar Tu coche, que a mi juicio es una canción perfecta. Me miró, me sonrío y me dijo: -¿Tu coche, te gusta? Le sonreí y me fui.

Ahora estaban en vivo tocando aquella canción. Ulises me miró a lo lejos, me señaló como pudo y con un guiño preparado para mí, dejé que los acordes nos inundaran hasta la locura. Es que ese es Dios para mí, un padre de amor que quiere viajar conmigo, cuidarme y que a cambio quiere que no le de la mezquina mitad, sino todo mi amor.


@benditoavila

martes, 4 de diciembre de 2012

Al Rescate

Seré breve: este 2012 cumplí un sueño de 2002. Sí, diez años después. Esa parece ser la tendencia de mi vida real: logro las metas, cumplo los sueños y además los hago públicos tras mucho tiempo de callarlos, de pensarlos y esperarlos. Lo cierto es que la gente cree que eso fue porque todo se dio, o porque corrí con suerte. No es cuestión de suerte, porque esa es la excusa de los mediocres. Yo prefiero ser como Harvey Dent: un promisorio activista que fabrica su suerte, sin llegar a ser un dos caras.

Cuando uno va a acercarse a gente que admira siempre hay una suerte de miedo, porque nadie quiere ver a esos grandes en su humanidad: uno espera que sean como uno los ve; pero estar cerca involucra ver cómo se comportan, si más que posar son como uno cree que son. Lo mejor de conocer a los grandes es precisamente eso: comprobar su humanidad y entender que nadie es digno de ser idolatrado, porque además ellos mismo lo tienen claro. Todo esto alcancé a pensar cuando recibí una llamada sorpresa de una amiga, quien de forma afanada me pidió que la acompañara a Eldorado a recoger a mi banda favorita, que venía desde Argentina y estaba esperando que los recogiéramos. Era real: era yo frente a Sergio Ramos, Rubén López, Marcelo Barrera, Marcelo Tega, Ulises Eyherabide. Era yo, al rescate de Rescate.

Marcelo Barrera (guitarrista) y Rubén López (trompetista y mánager de giras). Desde ese iPhone manejan su Facebook y Twitter oficial. 

De pie Marcelo Tega (bajista), Ulises Eyherabide (guitarra y voz) y Sergio Ramos (batería) comiendo granos de café colombianos mientras contaban del vuelo.

Como siempre he creído que la integridad de un artista se ve cuando está abajo de la tarima, cuando es un mortal más, me impactó verlos ahí, tan personas, tan sencillos, tan descomplicados a pesar de haber dormido tan solo una hora. La noche anterior, Rescate estaba tocando frente a más de 15 000 argentinos en un evento llamado Rock & Vida, una especie de festival ecuménico en torno a la prevención del VIH. Fue lo primero que me contaron, aunque ya lo sabía. Así como sabía sus nombres completos, estados civiles y demás información básica. Eso siempre me ha pasado: me vuelvo especialista en lo que me gusta, para ahí sí poder hablar con autoridad del tema.

Los que me conocen, saben que Rescate para mí es como The Beatles para Manolo Bellón, o U2 para alguien a quien le guste mucho U2, o como Arcángel para mi hermano. Cuando uno ama una banda, uno sueña con ese momento en el que les podrá preguntar mil cosas, de sus canciones, de sus letras, de sus historias de vida. Hablamos de Álex Campos, de la MCI, de sus conciertos en Bogotá, de los discos difíciles de conseguir, del libro que Ulises escribió, de sus hijos y sus pequeñas bandas, de Colcafé, del Sida, de sus Iglesias en Rosario, de mi Iglesia en Bogotá, de Dios.

Hablamos de música y se enteraron que yo era bajista. Me sorprendió la naturalidad con la que Marcelo Tega me ofreció su Soame, me contó que lo hizo un luthier argentino y que hasta me lo podía vender si me había gustado. Le di las gracias y le conté que toco con Lakland y de ahí no me moveré por ahora. No sé si alguien logre comprender esto, pero para un músico compartir el instrumento con que atacará esa misma noche, es un acto de confianza e intimidad que involucra responsabilidad. Probé el bajo y fue increíble. No me lavé las manos desde ese día.


Aunque era un bajo, le di como a violín prestado. Nótese al fondo que seguridad y policía ya venían a apresarme, tan solo por tener bigote hipster.

Hasta este punto, muchos de ustedes, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, pueden estar pensando que soy una groupie bigotuda y desesperada, que además me excedo, que soy un idólatra, que maldito el hombre que confía en el hombre y cuando insulto santo se les ocurra. No me interesa. Lo cierto es que me doy por bien servido, porque creo en un Dios que inclusive alcahuetea los sueños tontos, esos que no tienen que ver con grandes gestas humanitarias ni de salvación, aunque en mi caso sí.

Rescate fue la banda que me mostró que ser cristiano no era vivir en ñoñería ni en falsa espiritualidad, que me llevó a plantarme en una Iglesia y a construir una relación con Dios, que me retó a salir a la calle a meterme en problemas que no me competían, todo por una razón. Gracias a su música entendí la importancia de una espiritualidad aplicada, mucho más en una era donde Dios da el paso pero a nosotros nos compete hacer nuestra parte.  Iba a escribir que "Rescate me rescató", pero creo que es un titular predecible y además obvio. Obvio que así fue y así ha sido.

Rescate y yo tenemos algo en común: seguimos la luz aunque no lo parezca.

Hasta ahí podría darme por bien servido, pero si algo aprendí este 2012 es que las bendiciones de Dios llegan completas, no a medias. Si ver a la banda favorita de uno en vivo ya es algo grande, hablar con ellos, montar en la misma van y llevarlos a almorzar en un reconocido restaurante de hamburguesas es más que una credencial VIP, es algo indescriptible. Tan indescriptible como a lo lejos oír un par de voces pregonar: "¡Esos son los de Rescate. Hola, Rescate!". Ahí me congelé, porque reconocí perfectamente ante quiénes estaba ahora.

Lo que sucedió después merece entrada aparte. O sea, dele clic aquí para saber qué pasó después.


@benditoavila

viernes, 23 de noviembre de 2012

Los fantasmas

Últimamente he vuelto a moverme con miedo e incertidumbre, con esa sofocante sensación de estar entre ojos, bocas y manos de extraños. He vuelto a recaer en la paranoia, aquella vieja compañera con la que crecí. Digo que he vuelto, porque creí que era un tema superado; pero cómo no reactivarla si he vuelto a ver a los fantasmas. Sí, yo también veo gente muerta y aunque Bruce Willis trate de tranquilizarme, los veo vivitos y coleando, caminando cerca de mí, presionándome la conciencia y trayéndome el pasado al presente.

Siempre creí que el remedio ante el fracaso es seguir viviendo, pero va uno a ver y no. La realidad es que así uno decida convertirse en un zombi cristiano, de esos que mueren por la causa y dejan atrás el arado del pasado, siempre volverán esas personas, recuerdos y demás situaciones antiguas que todavía guardan facturas pendientes y que llegan a cobrarlas, sin importar que ya no son meses sino años vencidos y se supone, pagados.

Hace poco me pasó. Estaba comiendo tacos al pastor y creí ver el fantasma de una ex. Me paralicé y desconcentré, pero estoy seguro que no fue ni por la comida ni tampoco por el agua de horchata: es que siempre he creído que la ex es excremento y con la comida no se juega. La verdad es que los fantasmas tienen sus aliados, sus dobles, gente parecida que la simula y hasta representa. En realidad lo que vi fue una vieja muy parecida a la otrora novia, una humana con cara de fantasma. Mi desconcierto me llevó a pensar en que si no les debo nada, si ya todo supuestamente fue saldado, ¿por qué nos paralizamos? ¿por qué nos congela encontrarnos con el pasado? ¿por qué todavía veo gente tan parecida a otra? ¿por qué los vivos parecen muertos?

Lo malo es que a uno no le enseñan a enfrentar a los fantasmas. Intenté evadirlos, huírles, eliminarlos de Facebook, pagarle a mis héroes de infancia para que los capturen y hasta trepanarlos espiritualmente de mi cabeza, pero como si se empeñaran en aparecer, en pedirme cuentas del presente, ahí están. La televisión me los recuerda, los trae de vuelta desde su pantalla brillante, recordándome que de mí depende que vayan a descansar en los jardines de paz del recuerdo (mi cementario personal todavía no patentado). Lo cierto es que si han vuelto debe ser por algo, y como no sirvo para convivir con ellos, tengo que buscar la forma correcta de dejarlos ir.

Fui al pasado, donde los fantasmas fueron sinceros y honestos hasta donde tengo entendido. Fui al futuro, donde los fantasmas ya no tienen lugar. Estoy en el presente, donde los fantasmas me piden más que una movida, un cambio de ritmo que les deje claro que no soy el mismo que conocieron, que tengo algo para darles aunque mi intención tampoco es intimarles. Los fantasmas no saben de tiempos, solo viven en recuerdos que para mí se quedaron en el último viaje hecho en el DeLorean, en el cual volví a hacer una de las cosas que más amo.

Uno aprende a dejar de condenarse y de llorar sobre la leche derramada, porque eso del perdón de pecados por la cruz es una realidad; pero son pocos los que enseñan a restituir, a ponerle las dos mejillas a quienes afectó inmisericordemente con acciones mugrosas. No le tengo miedo a enfrentar a los fantasmas, solo que no lo había visto necesario hasta que me pregunté ¿qué pasaría si volvieran, si decidieran todos y todas juntos y juntas visitarme y halarme las patas? puedo enfrentarlos, sí, pero en el fondo algo me dice que yo debo producir dicho encuentro.


@benditoavila

viernes, 16 de noviembre de 2012

Medidas completas

Se supone que una casa es un refugio ante el apremiante ahogo de la calle, que un interior siempre será más barato y fácil para grabar que un exterior, que adentro hay más calor y abrigo que afuera. Parecen lecciones pre-kinder de Plaza Sésamo, pero hasta ahora las pude aterrizar, mucho más cuando viví en carne propia la transformación de una simple ducha casera en un arma asesina, electrocutante y enervante, algo que se opone totalmente al concepto de hogar.  

La solución ante la ducha fue, desde el principio, cambiarla; cosa que por fin se pudo hacer gracias a la ayuda del celador, quien a estas alturas ha sido el hombre no solo de la casa, sino de todo el conjunto. A él le agradezco por despedirme a diario con un "Buen día, campeón", o "¿Cómo le fue, Luisito?". Es todo lo que recuerdo de afecto masculino desde que mi papá se fue.Ya no sufro por eso, solo una que otra noche en la que necesito consejo emocional, o cuando no sé en qué gastar la fortuna que estoy ganando con mis tres trabajos (guiño guiño). No sé si gastarlos pagando el Icetex, o viajando sin pensar en nada más, o endeudándome con otro antojo, o pagando alguna otra deuda heredada.

Cambiamos la ducha y nos ahorramos las electrocutadas, pero ¿por qué será que uno parece disfrutar eso de vivir al límite, al extremo de perderlo todo, al filo del abismo? Uno pasa la vida decidiendo a medias, como jugando con lo que debe cortar de raíz. No soy alguien radicalista y ortodoxo, pero empiezo a darme cuenta de que son las decisiones completas las que realmente funcionan. Si uno decide a medias, obtendrá libertades y frutos a medias. Si uno opta por ser un medio amigo, medio buen oficinista, o inclusive un medio cristiano, fracasará exitosamente. La vida no está ni para aguas tibias ni para duchas rotas.

En el fondo admiro a aquellos hippies aventureros (los admiro por aventureros, no por mugrosos) que en arrebatos emocionales de un día para otro, deciden renunciar a su trabajo, quitarse el grillete de la corbata y salir a bailar en la pradera mientras comen sánduches. Los critico por mamertos y hasta mediocres, pero a la vez quisiera tener los pantalones y los testículos para no vivir frustrado haciendo lo que me tocó. Todavía recuerdo mis sueños preadolescentes, en los que era locutor de radio, Dj de turno, bajista y cantante de una banda de reggae, viajero frecuente y comediante. Veo el hoy y estoy en un cubículo, pataleando para abrirme cancha en un medio en el que estoy seguro no estaré para siempre.

En el fondo, usted y yo anhelamos eso: tomar medidas completas, calvearnos y dejarnos la barba completa, pero somos tan cobardes y miedosos que preferimos la comodidad antes que la búsqueda personal de realización. Nos gusta lo predecible, lo que se ve políticamente correcto, lo fácil, lo ligero. Lo cierto es que por estos días aprendí que para tomar medidas completas se necesita persistencia poderosa, porque después de dar el paso es normal sentir miedo y desear la apacible cárcel.

No quiero ser de esos que se quedaron con el dolor de crecer de mentiras, sin haber vivido lo que soñaron de niños. Mucho menos me interesa volver atrás, como aquel pisco que después de terminar con esa exnovia diabólica y absorvente decide cangrejearse, como el perro vuelve a su vótimo, por miedo a quedarse solo para siempre. Lo mío es revisar la escaleta, reenfocar la brújula y creer, que es lo que queda  cuando uno ya ha hecho su parte.


@benditoavila

viernes, 9 de noviembre de 2012

Medidas medias

El fin de semana se dañó la ducha eléctrica de mi casa. Era algo inminente, pues no se ha inventado el electrodoméstico que logre vencer a mis hermanos y a mí, hombres de distintas edades pero compañeros de gaminería y amotricidad. La ducha duró con nosotros cerca de ocho años, y hace aproximadamente cuatro meses empezó a chorrear agua por encima.

Aquí vienen los comentarios de los chocolocos, los que dirán que de una ducha obviamente cae agua, esos mismos que publican algo en Facebook y se dan like a sí mismos, que se ríen de sus propios chistes y solucionan todo con alguna frase de Jorge Duque Linares. La ducha tenía una fisura en su parte superior y por ella se filtraba agua fría cuando uno quería bañarse con caliente, algo que yo no podía permitir.

Es desubicante y fastidioso bañarse en una ducha (¿o bajo ella?) que mezcla distintas aguas. Es provocante mucho más cuando el que pone la cabeza es alguien ligeramente neurótico, como es mi caso. Como no podía quedarme con la paralizante sensación de un chorro frío bajando por la espalda, decidí solucionar el problema: le di la espalda a la pared y esquivé como pude el agua helada.

Lejos de pensar en que estaba buscando una ducha escocesa (esa terapia en que se mezcla agua fría y caliente para relajar los músculos), lo mío fue empezar a evadir el chorro que con el pasar del tiempo se volvió doble. Ahora tenía dos cascadas pequeñas contra las que debía pelear cada mañana, un par de serpientes marinas intangibles que con solo tocar mi cabeza se evaporaban, pues ahí ya tenía el cerebro hirviendo a mil revoluciones. Renegué, tal cual como lo haría Abe Simpson: con la mano enhiesta, el ceño fruncido y la impotencia de ser vencido por la hidráulica y la electricidad.

Fue entonces cuando decidí armarme de valor y sin perder más tiempo y paciencia, probar con mis propias manos qué sucedía. Subí la mano para tapar los huecos, con tan mala suerte que el corrientazo me mandó a volar. La mano izquierda fue a dar contra el quicio de la puerta, produciéndome un par de raspones exteriores. Estando ahí, tirado contra una pared de baño, recordé que ya he sido vencido por tomas de corriente, cerraduras, mangueras, hornos microondas y demás objetos inanimados de los cuales lo que más me enfada es eso: que no tienen vida, que no están hechos para lastimar pero aún así me han dejado callos y violencia con su sola existencia.

Esa es la vida: lastimarse con personas, animales y cosas que son el arezzo, la decoración escenográfica y hasta la utilería de un set donde se supone que es uno quien tiene el control. Nos esforzamos por tapar goteras usando el dedo y luego nos lamentamos ante el dolor de estar empapados. Tomamos medidas medias cuando lo que se requieren son medidas completas.


@benditoavila

jueves, 1 de noviembre de 2012

Estructura


Hoy estoy escribiendo muy mal. Sin norte, sin estructura, sin saber ni por qué lo hago. Ah claro, para poder pasar la cuenta de cobro y sostener un prestigio que ni siquiera habla de quién soy. El oficinismo salvaje es así, nos compara y forra como salchichas hechas en tanda buscando que no hagamos obras de arte, sino producción en serie. En serie que en serio no quiero sonar a artista mamerto -es como ser hippie con billete-, solo que experimento una turbulencia mental y creativa propias de los mayas, el fracaso emocional, la peste negra, los malentendidos por tuits sacados de contexto, la pobreza en África y por supuesto Samy. Eso es lo fácil, culpar al Alcalde Diamante, nuestra versión local de Sandy.

Son días en los que me devuelven todos los libretos porque o no se ajustan a producción, o están defasados en farsa, o la estructura no está clara. Mando los artículos para la revista y me alegan porque no tienen estructura, porque las ideas están pegadas con babas y los párrafos no cumplen la promesa de la introducción. Me senté a pensar eso y en definitiva, desestructurar la cabeza parece no ser tan bueno como pensaba. He vivido huyéndole a la estructura para comprobar que es necesaria.

Hace mucho dejé de pensar que la vida era un cubo de tres dimensiones y ahora la veo como un caleidoscopio rellenito de aristas por explorar. No soy un sujeto unidimensional, soy un yo que debe acompañarse de miles de adjetivos: el Luis Carlos oficinista no es el mismo al Luis Carlos hijo, ni al Luis Carlos melómano aunque se parezca al Luis Carlos libretista. Todos soy yo, pero ninguno podría resumirme. Lo malo de crecer es eso, que todas las estructuras sociales nos quieren encajar en una sola versión de uno mismo, como si con eso se asegurara un individuo social provechoso que nunca se rebelará ante el sistema. Así no funciona, Gran Hermano.

La estructura tiene esa función: pretender estandarizar el producto comercialmente, pues a nadie le pagan por decir lo que cree tan abiertamente, a menos que sea Fernando Gaitán o Adolfo Zableh. A mí, como todavía me faltan billones de letras por aterrizar, de personajes por crear, de peleas por cazar y hasta de ideas por bajar del cielo -que es en donde reposa la creatividad-, me toca sacudirme la cabeza y el bolsillo para pagar con entregas mediocres los recibos mensuales del Icetex mientras además alimento a mi lindo hijo caba-ñero.

No es resignación ni reclamo, solo que uno una debe confundir su identidad, lo que en realidad es, con lo que hace y como se ve haciéndolo. Ahí empiezan los problemas, cuando uno no aprende que la crítica no es personal ni ataca la esencia del creativo, solo su trabajo mediocre. Entonces no queda más que persistir y aventurarse a esperar la siguiente ráfaga de creatividad divina, de esa que llega en grupos de a 3 y vence a los otros 97 tríos mientras pasa.


@benditoavila

martes, 23 de octubre de 2012

Noche de ADN

Todo cristiano tiene su precio, aunque a decir verdad el mío no es muy caro. De nada me sirvió promulgar lealtad, fidelidad a los principios, ni ninguna clase de consagración en vida cuando ante tal oferta dije: "Listo, hagámoslo". En mi defensa, me vendí después de haberlo pensado, pues me preocupaba mi prestigio, mi buen nombre e identidad cristiana. Pero también vi que se dieron las cosas sin forzarlas mucho y eso en cierta medida me dio la paz cuando la gente de Enlace me ofreció una boleta para ver a Dante Gebel en Bogotá a cambio de tuitear del tema. Sí, me vendí por un pan dulce.

Aquí ya hay una contradicción muy fuerte que para un Grinch local, un Woody Allen criollo y neurótico espiritual como yo encierra una ironía: yo, Luis Carlos Ávila R, crítico acérrimo de los medios de comunicación cristianos, era contactado por el canal de televisión al que más he disparado con mis ponzoñosas apreciaciones de producto y contenido. Gracias a Dios no soy un ortodoxo idiota ni extremista ñoño, pues es de valorar que la gente de Enlace muy atentamente me contactó, llamó, buscó y ofreció con nombre propio la entrada gratuita al evento. Bendije a Enlace, a los que trabajan allí, y a mi cuenta en Twitter aunque desde siempre ha sido bendita la muy bendita.

Pero bueno, eso no es lo interesante, ¿o sí? para muchos puede que sea divertido pero para mí es una lección de humildad, porque cuando me creo la chimba Dios usa gente y hasta empresas claves en Su Reino para aterrizarme y mostrarme el grado de idiotez, estupidez y boludez que cargo en mis venas. Aclarando y confesando mi miserable prejuicio, me queda decir que fue un momento lindo de mi vida tuitera, pues nunca antes Twitter me había servido para algo concreto y real más que algunos RT y menciones. Fue algo lindo, pero no tanto como caminar bajo la inclemente lluvia del viernes en la noche, a buscar lugar, a encontrar destino y a cargar baterías con uno de los predicadores cristianos que más he admirado en vida.

Desde que tengo memoria cristiana, he admirado a Dante Gebel. Recuerdo sus prédicas los martes a las 4pm por Enlace -cero y van dos-, donde me impactaba un cristiano que además de hacerme reír me retaba con su discurso más que emocional. De Dante aprendí que un comunicador debe hablarle a la necesidad de las personas y tiene un reto tácito cada vez que se trepa en algún púlpito: no agregarle ni quitarle nada a la revelación divina. La gente ha creído que lo idolatro, pero lo cierto es que lo admiro y mucho. Los ñoños religiosines siempre hablan de quien rompe esquemas y así como hablan de mí, han hablado de Dante y véanlo ahí, removiendo cabezas con hachas espirituales. Eso me alimenta el deseo de avanzar como alguien que quiere ver arder el mundo. Aquella noche, con los pies secos pero con los hombros empapados, me senté a recibir una cátedra práctica de lo fundamental para ser cristiano.

Dante habló del ADN, de cómo olvidamos la esencia del cristianismo y la terminamos enterrando para que la gente se quede con un decorado, una caja con moño que disfrazamos de positivismo, valores, felicidad, solución a los problemas. Si en algo he pensado en vida es en eso, en cómo hemos hecho del cristianismo un producto mercadotécnico donde la cruz es un objeto subvalorado. Empaquetamos a la gente en procesos, niveles, ministraciones, ayunos y cuanta práctica cristianamente se nos ocurra, desconociendo que el centro debe ser la cruz y la conciencia personal de necesitar un salvador.

Tristemente creí que nunca iba a poder ser cristiano, pues hace 10 años di con una Iglesia donde aprendí elementos buenos pero viciados: aprendí a tener una relación con Dios edificada desde las mañas, los gajes de oficio y del beneficio. Creí que Dios era alguien a quien debía buscar dejando de ser yo mismo y convirtiéndome en una suerte de Ned Flanders que seguramente evolucionaría en Walt White en algún momento. Por eso, cuando en verdad pude conocer a Jesús, mi vida se partió en dos, porque lejos del esquema religioso y de mi estructura emocional, entendí que de ahí no me sacaría ni la Javeriana, ni la radio, ni el oficinismo, ni la neurosis, ni la soltería, ni nada.

Dejemos la payasada, caba-ñeros y caba-ñeras, que esto no se trata de nosotros, de hacer reuniones cortas para que podamos salir a hacer planes, o de no saturarnos con compromisos eclesiales porque "tenemos una vida real afuera": esto se trata de Él, de la conciencia plena de que al morir en la cruz nos redimió y escogió, de darle la prioridad y el lugar al piloto que debe guiar al avión, el único que podrá hacer que esa nave con destino a Temptation Island haga un giro en u, para embarcarse hacia un destino mejor que el soñado.

Me gusta ver que cuando me imagino a un Jesús punkero, violento, energúmeno y no tan buena onda no estoy fuera de onda. Jesús vino a que lo siguiéramos, fue influyente, firme, no un caribonito y tiernito como el que nos vendió Mel Gibson en su momento. Jesús es amor, pero todo amor carga algo de violencia interna. Si vino a que lo siguiéramos, ¿por qué esperamos que sea él quien se ajuste a nosotros? Jesús no perdía el tiempo haciendo milagros para convencer a la gente de que lo siguiera, lo hacía porque en cada uno de ellos imprimía su influencia. No esperaba que volvieran la semana siguiente para "terminar de convencerlos", no los convencía a cuotas sino que capturaba su atención de un primer impulso.

Salí del lugar con el corazón y la cabeza a mil, pues los retos espirituales involucran no solo el músculo de la fe, sino todo el ser. Son cuestiones ontológicas y de identidad y creo que eso es lo que resume mi vida, lo que me hace ser quien soy: entender que un encuentro con Dios arruina el apetito por los encuentros humanos, que 30 segundos frente a esa cruz fundamentan y cambian a alguien para siempre.


@benditoavila

lunes, 15 de octubre de 2012

Química

Ver tanto Breaking Bad me ha dejado muchas enseñanzas: que la gente es contradictoria, que uno nunca sabe cómo puede reaccionar hasta que se enfrenta a una situación extrema,  que está bien que un cambio de pensamiento se note hasta en un nuevo look y nombre. Sí, descubrí que el agua moja y ahora todos sabrán que mi capacidad de conclusión es la de un niño latinoamericano ochentero criado con  Los ositos cariñositos. Lo cierto es que de Walt White aprendí una frase implacable para sobrevivir en la sociedad: "The chemistry must to be respected". Yo diría que la química es lo primero, y por eso debe respetarse.

Hay muchas tipos de química, pero a la que siempre me refiero es la que traduce empatía, feeling, nosequenosedónde. En mi vida he sentido química con mucha gente, otra cosa es que decidí hacer alquimia con muy pocos. Creo que ese ha sido mi problema desde que escribo en La Fiebre -mi hijo bobo-: que plasmo cosas que consume gente que cree tener química conmigo, pero que para mí es incierta y desconocida. La química y la gente. Sí, soy alguien de socialización compleja, contrario a lo que muchos y muchas pensarían.

Si la química es lo primero, quiere decir que no es lo fundamental. Lo primero, lo superficial y predecible no es lo que nos enseña a ver El Principito. La química plantea un impacto, un interés desenfocado que lleva al instinto y anula el raciocinio. La química es engañosa porque no se cohíbe ni restringe; es una vieja cegatona que bloquea las luces en rojo y se empecina en fundirnos en un sentimiento espiritualmente improcesable. Hay química, y cuando no hay propósito eso es una razón para preocuparse.

Como no me gusta hablar de lo que no conozco, leí de buena fuente (El rincón del vago) que existe una categoría social de la química, la que habla del amor. Dicen que es plausible porque en la cascada de reacciones emocionales hay electricidad (descargas neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Además, esa química es la responsable de que una pasión amorosa descontrole nuestra vida, explicando así que cuando nos atraen personas con rasgos similares a los nuestros, tendemos a elegir el olor de aquellas que tienen un sistema inmunológico muy distinto.

Aquí me quedo quieto, porque mientras escribo suena la química en iTunes. Es curioso, pero la química siempre me ha llevado a poner la mirada en situaciones, objetos y personas inapropiadas. Esto me ha demostrado que aunque uno no puede evitar sentir la química, la incoherencia inicia cuando es usada como excusa para perder la cabeza. De nada sirve saber que el cuerpo produce una suerte de drogas internas si se ha guardado el dominio propio en la guantera. Está la oxitocina, que se produce cuando existe un amor pasional y se relaciona con la vida sexual. La dopamina, que es la droga del amor y la ternura. La finilananina, que genera entusiasmo y amor por la vida. La endorfina, que es un trasmisor de energía y equilibra las emociones, el sentimiento de plenitud y el de depresión. La epinefrina, que es un estímulo para el desafío de la realización de metas.

Tal parece que no hace falta un chequeo hormonal para determinar que la voluntad de Dios para mi vida radica en algo que supera la química, pues dicen que la felicidad se da cuando el flujo correcto de sustancias circula en equilibrio. La química no determina nada, pues el secreto está en mirar hacia adentro, hacia el presente, hacia el propósito y ser feliz con el terreno futurista.


@benditoavila

lunes, 8 de octubre de 2012

Adiós René

No hay vínculo más varonil que el que un hombre puede tener con su carro. El mío se cortó la semana pasada, pues por decisiones familiares que se veían venir, además del trillado divorcio de mis papás, vendimos al gran René. Sí, el único carro familiar que los Ávila hemos tenido en serio. Que yo recuerde tuvimos un Renault 4, un Monza y a René, pero mis recuerdos dominantes van ligados al bólido que me vio crecer y al que pude yo mismo cuidar y manejar.

Los Ávila, además de punkeros, ingenuos y familia clase media aspiracional, somos gente apegada que le da cierto valor nostálgico a los objetos materiales, entre ellos al Renault 9 modelo 1984 que tuvimos por más de 17 años. ¿Tantos? Sí, porque René era como el cariño verdadero, ese que ni se compra ni se vende pero resulta tan enternecedor cuando se liga al recuerdo infantil. De ahí la importancia de esta entrada dedicada a René, el protagonistas de Nuestra Tele de esta historia, quien no fue ni será un mal actor, pues siempre lo dio todo en las pistas.

René fue el bebé de la familia hasta que llegó Ágatha. Fue el carro que mi papá compró cuando vio que la prole se le estaba creciendo y que era hora de empacar a sus tres pequeños hijos en un auto cómodo y familiar. Qué mejor que un R9 blanco para encarnar el sueño de tener vehículo propio para ir a Cafam Melgar, para llevar a los niños al Colegio, para mercar sin que saliera muy caro el taxi y hasta para llevarle flores al abuelo en Jardinez de Paz.

Iba a escribir que en René aprendí a ser hombre, pero se oye muy feo para la salud de sus mentes, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras. Diré que con René aprendí muchas de las cosas que la hombría requiere: fue piloto de pruebas de mi curso de conducción, practicante fijo de mis investigaciones mecánicas, invitado de honor a mis primeras salidas nocturnas y cristianas -ambas al tiempo-, testigo silencioso de errores, desamores, fracasos y éxitos.

Los que me conocen de tiempo atrás, no solo los que leen los tuits o La Fiebre y se creen con el derecho de pontificar sobre mis ideas, saben que René fue especial. Pero como todo en la vida, hay que quitar lo bueno para recibir lo mejor. Tal vez por eso aprobé la venta, porque en el fondo sabía que de conservarlo viviría atado al recuerdo de lo probable, lo recorrido y lo religioso de un carácter que está en proceso de emancipación y liberación.


René, el día en que decidió agarrar vuelo. A la izquierda, mi papá tranquiliza a mi mamá, quien dentro del carro se resistía a creerlo. 


@benditoavila

martes, 2 de octubre de 2012

Javerianidad

Las mejores y peores cosas de la vida pueden pasar en Transmilenio. Estando allí recibí la llamada cuando me contrataron en mi actual trabajo, me reencontré con amistades de infancia y hasta sufrí diversas penurias tercermundistas. Lo cierto es que pasan cosas, pasa la vida y pasa también la que en mi época javeriana fue la directora de carrera de Comunicación. Comprobé que era ella porque sigue con su pelo corto y colorido, con la misma gracia y amabilidad con la que la recuerdo me saludaba cuando era estudiante.

Como sufro y le tengo un ligero pánico a ciertas convenciones sociales, como el abrazo a la hora de saludar y la lagartería oficinista, le correspondí con respeto y me llevé la sorpresa cuando me saludó de "Quihubo radiofónico Ávila". El tiempo se había inmortalizado y tuve un largo flashback javeriano. Me pregunté cómo hubiera sido haber tenido La Fiebre en épocas de estudios, pues como algunos saben este hijo lindo nació mientras hace dos años esperaba el grado académico y buscaba vencer el síndrome paranoide de estar encerrado sin trabajo, sin grado, sin plata.

Tal vez en esa época hubiera escrito sobre la presión de ser cristiano en una Facultad de Comunicación donde la imagen es más importante que la misma academia. Les hubiera confesado que en primer semestre soñé con poner cartuchos de dinamita en las escaleras o en el Rey León, para llamar la atención de aquellas mentes nubladas que para lo único que usaban sus neuronas era para planear la ruta de salida a Andrés Carne de Res. Me pongo a pensar, y mis escritos narrarían el trauma que tenía de cortarme el pelo, de cómo ganaba plata vendiendo gomas y bon bon bumes, de mi época como programador y locutor en Javeriana Estéreo. Hablaría hasta de mis desviaciones cristianas porque de todo se aprende.

Ese tipo de encuentros con gente de otras épocas de la vida son desincronizantes, porque lo obligan a uno a pensar en el yo de otro tiempo, en el pendenciero, el neurótico y el soñador que ahora que lo veo sigo siendo. Mi problema es que la cabeza me funciona como la de un protagonista de serie gringa: siempre vivo cada temporada desgarradoramente pero se me olvida lo que pasó en las anteriores. Soy producto de lo que antes creía y pensaba, un personaje que si no se adapta termina perdiendo la vida. Tal vez  por eso ahora pienso distinto y defino mi identidad en un nivel en el que veo el Luis Carlos javeriano, tan ingenuo e inexperto que el Luis Carlos errecenístico debería visitarlo, tal cual como lo hizo Cornelius en La Familia del Futuro, o Marty McFly en Volver al futuro.

La directora me hablaba de Ático y hasta se acordaba que ahí tuve mi primer trabajo como monitor de radio. Me contó que todo estaba mejor y que debía visitarlos, aunque sabía que ahora era oficinista televisivo, que había dejado la radio y que debía balancearme en el ritmo de vida propio de un comunicador con tres trabajos. Me felicitó por haber estado en México con la Tesis de Chespirito y justo ahí empecé a notar que sabía muchas cosas de mí, y antes de llevarme a sentirme complacido me aterrorizó. Uno se gradúa de la universidad y la deja ir, pero pareciera que esta sigue con el cordón umbilical además informativo de en qué andamos sus egresados.

Hablamos de los sueldos bajos y me contó que los comunicadores organizacionales siguen ganando hasta el triple de los demás. Le dije que eso no era problema de la universidad, sino del profesional y la forma en que hacía valer su experiencia. Ella sepultó el tema con una frase lapidaria: "La vida es dura y no está como para ser mediocre". Le di las gracias y cambié de bus, porque hay etapas a las que es mejor volver, porque no hay nada más peligroso que la comodidad de lo recorrido.


@benditoavila

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Perder el tiempo es sano

Disfruto mucho sentándome a escribir en La Fiebre, porque cuento lo que se me da la gana, hablo de los temas que a mí me interesan y por fortuna -o infortunio- muchos y muchas lo están leyendo. Lo malo de esto es que suelo desplayarme en mostrarme sin tapujos,  por lo que aquí soy la mejor versión de mí mismo y suelo poner mi vida en la palestra pública. Excreto mi esencia en un blog que inició para mí y terminó para otros. Espero no estarme equivocando, porque de hecho ya no soporto a quienes creen que son mis amigos íntimos por el hecho de leerme. Lo bueno es que ya aprendí que uno no revela su intimidad a quien no ha pagado el precio, porque tal vez no lo merezca nunca.

Mi dicha bloggera se completaría si pudiera dedicarme a esto de lleno, y si esa premisa hippie de que la escritura libera fuera una realidad. Escribir no me sirve para exorcizar demonios o como me dijeron esta semana "desahogarse", la verdad es que me gusta y ya. Creo que las ideas se desenrredan mejor cuando pasan por la punta de los dedos y se plasman para difundirse y recordarse, no es más. De hecho, por algo así fue que nació este blog.

Lo que más me alegra de escribir es hacerlo cuando no es el tiempo para ello. Escribo esto en horarios laborales, me le río en la cara a Recursos Humanos aunque sé que los de Sistemas me monitorean. Cuando la gente va pasando cerca a mi cubículo oficinista minimizo la ventana y vuelvo al Outlook, simulando que estoy esperando algún correo. Abro Excel o algún libreto, mientras simulo concentrarme como si de esa lectura detenida dependiera la firma del proceso de paz. 

Así se me va parte del día, tuiteando, leyendo lo que otros publican, esculcando en las vidas de gente que ni conozco, ocultándome detrás de un carné y unas gafas con cordón. Y escribiendo, por supuesto. Me pagan por escribir y por leer. Lo malo es que hay días en que no quiero ver ni una letra más, tan solo pienso en salir corriendo a tomar un avión que me lleve a algún país desconocido, o agarrar mi bajo y tocar hasta sangrar, o buscar a quien todavía no conozco. Asuntos lindos como los que nos gustan, cabañeros de mi alma.

Para muchos pierdo el tiempo, para mí estoy en temporada de aprendizaje. Me gusta perder el tiempo porque es la forma en que el cerebro se libera de la tensión social que se necesita para comportarse política y correctamente. Ahora estoy siguiéndole la pista a una serie que aunque se estrenó en 2008, la descubrí en Los Angeles hasta este año: Breaking Bad. Es la historia de Walter White, un profesor de química que se entera de que tiene un cáncer terminal justo cuando su esposa está embarazada y además su hijo mayor sufre una parálisis leve. Por cosas de la vida Walt se reencuentra con uno de sus alumnos antiguos, Jesse Pinkman, con quien emprende la tarea de "cocinar" metanfetamina para asegurar a su familia económicamente cuando muera. Walt va dando un giro impresionante: pasa de ser un Ned Flanders decoroso a ser un Pablo Escobar inescrupuloso, y la verdad me impacta cuando en el primer capítulo Jesse le pregunta sobre la razón de cambiar así. Walt solo le dice "I'm awake". Llevo varios meses con esa frase como nuevo caballo de batalla, pues de alguna manera esta ha sido mi temporada de despertar.

Lo mejor de Breaking Bad es verla en horarios de oficina, porque definitivamente uno no aprende grandes secretos de la vida haciendo lo mismo en el mismo lugar. Por eso, antes de que sigamos suspendiendo la vida sin aprender a vivirla, sacudámonos y salgamos a correr el riesgo de dedicarnos a ser expertos en el ocio, perdamos el tiempo en los hobbies que a nadie le importan, gastemos los días en lo que nos apasiona pero que nunca nos dará de comer. Hagamos lo que los hace felices, compremos un bajo y hasta una melódica, ensayemos triunfar y también fracasar, vivamos y dejemos vivir porque como dijo el maestro Willie Colón: "Matando tiempo no es lo mismo que tiempo pa' matar ¡No seas bruto!"


@benditoavila

martes, 11 de septiembre de 2012

Te Amok

Llevo varios días con la cabeza arremolinada y no precisamente por el pelo. Se me van los días tratando de encontrarle sentido a los múltiples puntos de giro que he estado enfrentando en la última temporada. Reescribo y reescribo buscando más que respuestas que buenas intenciones. Ahora leo lo que escribo y me parece tan falso y lámpara como lo que siempre he jurado destruir. Lo cierto es que le doy muchas vueltas porque el tema es el amor, aquel sentimiento que a la vez es grande y peligroso. El amor es maravilloso cuando se da y al mismo tiempo amargo cuando se pierde. Es extremo, violento y confortablemente desestabilizante. Puede que suene a oxímoron, ya ni sé. No sé por qué amo lo que creo amar, ni por qué decidí lo que he decidido.

El psicólogo Robert Sternberg escribió en su libro “El amor es como una historia” que los tipos de relaciones que las personas tienen corresponden al tipo de historias de amor interiorizadas. De ser esto así, se puede partir de que el amor no es solamente producto del azar o de la atracción a primera vista, sino también de una conciencia de las ideas preconcebidas que encarcelan a quien busca un amor integral. La teoría es linda y hasta tierna, pero le falta al manual contar que amar también es perder y que perder es ganar un poco hasta donde tengo entendido. Ya ni sé si gané, o empaté, o qué carajos.

No me da miedo contar que estoy experimentando el fracaso emocional. Me monté en una tabla de surf prestada y creí que arrodillarse era suficiente para balancearse, pero no. Abrí mi corazón y vida a alguien que habitaba en el pánico, y si algo aprendí de Star Wars fue que el miedo es el camino a perder, el camino a la ira, el camino al Lado Oscuro. Decidí enfrentar su sistema patriarcal y de valores, construir un propósito común y eliminé cualquier plan B, C, D, E y F. Ahora recojo los pedazos y barro la casa mientras de vez en cuando le pego al suelo en señal de frustración, porque no pienso en un futuro común. No me gustan las comas ni los dos puntos, soy de los mercenarios que prefieren el punto final.

Ahora no solo pienso en el amor, sino en el Amok, aquel síndrome rabioso que desemboca en la histeria y hasta en la muerte. Me siento enamokado porque me di cuenta que como cristiano he tenido un esquema del amor tan rococó y estúpido que debía romperse con un aterrizaje más que forzoso. Creo que el problema está en el sistema amoroso que muchos hemos adoptado, donde pensamos que en el amor no hay dolor. Nada más falso que eso. El amor también desgarra, demanda un rompimiento mental y personal donde uno se compromete a fondo con alguien en cuanto ese alguien también lo hace. Es un acto de negación afectiva donde ambos mueren para ganar. Puedo levantar la cabeza y decir que le metí la ficha y dejé todo en la cancha, así las cosas no hayan salido como el Profe dijo que saldrían. Quiser hacer de tu mundo el mío, de tu finca mi casa, de mis hijos los tuyos. No quise que fueras mi media naranja, quise que fueras el bulto entero.


He pasado la mayor parte de mi vida tratando de convertirme en el alguien-ideal de alguien, que ahora ni conozco ni tengo claro si llegará. No es que lo esté dudando, simplemente me doy cuenta de que he disfrazado mi egoísmo con fe, que he creído que se trataba solo de mí, de mi tiempo y necesidades solamente. Sí, amo a Dios y creo que "todo pasa por algo", pero nadie quiere tener que sentarse a borrar fotos en común, eliminar notas de voz con promesas en el aire, bloquear el Dropbox del alma para no compartirle nada más. He sido tildado de extremista y hasta de gañán, pero si algo tengo claro en la vida es lo que aprendí viendo Friends: uno nunca podrá ser amigo de quien fue algo más que amiga.


Ahora te amok profundamente, porque no comprendiste que toda historia de amor se encarna en una pareja que junta enfrentará mil y una oposiciones antes de consumar su interés. Te amok porque te quedó grande entender que el amor es una decisión que se toma, no una sensación en la cual se cae. Te amok porque el miedo te congeló la voluntad y la edad mental de paso. Pero sobre todo me amok, porque como sé que reacciono radicalmente, auguro que este es el cambio de hoja y no habrá más amok ni amor después de darle "Publicar".


@benditoavila

lunes, 10 de septiembre de 2012

Kindergarden

El jardín infantil siempre me ha sido reacio. Me gusta jugar entre sus árboles, esconderme en sus recovecos y crear universos en sus pasillos. Estoy frente a ella. La observo. El jardín infantil siempre me ha sido reacio. Ella me observa en picado, yo sigo sus tenis desde arriba y su cara desde abajo. Es el momento de decirle lo que siento. Me le acerco con disimulo casi sin respirar. No produzco ningún sonido. No pienso. Actúo. Actúo a los 5 años tan premeditadamente que parezco de 30. Camino y observo. Voy entrando por el centro. Decido quedarme quieto y contemplarla. Mirarla mientras espera. Yo también espero. Ya estoy muy cerca y solo resa moverme un poco para hacer notoria mi presencia en su ausencia. Ella cóncava, yo convexo. Ella percibe mi existencia. Nos miramos. No cruzamos ni una palabra pero sus ojos escudriñan todo. Se acerca a mi cabeza. Respira sobre ella. Me huele y muerde el pelo. Lo muerde miestras dibuja una pícara sonrisa entre sus labios. No la boservo más. Me doy la vuelta y me resigno porque al fin y al cabo el jardín infantil siempre me ha sido reacio.


@benditoavila

lunes, 3 de septiembre de 2012

Laboriel

Lo que más me gusta de vivir como vivo es que todo me llegan después. Me gustan las cosas que en otra época tuvieron su apogeo: las gafas de Woody Allen, los Nike Air Force One, Chespirito, Breaking Bad y así con todo. No puedo pelear por ello, pues últimamente escribir en La Fiebre de las Cabañas es algo parecido, es como retransmitir una serie vieja y deslumbrarse con algo que en otro lado ya fue reconocido y valorado. Es celebrar al descubrir una canción estrenada en 1972 y seguir creyendo que hay muchas cosas nuevas en el pasado.

Lo bueno de llegar tarde a ciertos momentos de la vida es que siempre guardo la expectativa. Otros ya se deslumbraron con Europa mientras yo sigo esperando que llegue el día, algunos ya probaron las mieles del amor mientras yo acumulo 15 invitaciones a matrimonios donde la tarjeta va dirigida exclusivamente a mí. En 13 de ellos algunos invitados creyeron que era el pajecito, aunque eso es otra historia. Me gusta pensar que las cosas tienen su tiempo específico, que es cuando uno menos lo espera. Tal vez ese arrojo es el que me ha llevado a bailar al son que me toquen y no tanto a imponer un beat para el cual no estoy entrenado a tocar.

Desde que tengo memoria he amado la música. Este fue el año de rebobinar el casete y de vivir en lo impensable, de recordar que las cosas que apasionan jamás deben ser enterradas. Solo fue tomar la determinación de cambiar la estructura mental para que con un guiño el cielo me aprobara en gesto. Decidí reconectar mis dedos con el slap y con los callos que el teclado nunca podrá sacar. Retomé el bajo y justo por esos días me enteré de la visita de uno de los bajistas que más me motivó a tocar hace 10 años, un músico que a pesar de ser cristiano es excelente en lo que hace -sí, el común de los cristianos es mediocre-, un grande de los grandes que dictaría una clínica exclusiva, un jazzista emotivo y un genial instrumentista. Podría seguir ampliando la información, pero es hora de que sepan que es Abraham Laboriel.

La gente piensa que tocar bajo es aburrido y hasta insensato. Claro, todo es culpa de Los Simpson. Pero cuando uno ve tocar en vivo a Laboriel uno cambia ese concepto. Ver y oír algo como esto es bastante emocionante, pero lo que más me impacta de la gente que admiro es que no solo aprendo sus técnicas, los grandes maestros enseñan para la vida y Laboriel no es la excepción. Asistir a una clínica con él es un ejercicio espiritual más que musical, es un encuentro con las motivaciones y con la responsabilidad del músico y del melómano.

Abraham inicia hablando de su visión del músico. Para él, el mensaje más importante que un intérprete debe llevarse de sus talleres es que tiene la habilidad de provocar algo hermoso en otros, que así sea una sola nota la que se sabe tocar debe hacerse con todo el corazón porque solo así la gente percibirá el amor. Obvio los asistentes, músicos de todo tipo enfocados en la técnica solamente, siguieron derecho en muchas de sus frases célebres. Mi cabeza no pudo evitar tomar nota de algunas:

- "Las nuevas ideas nacen de alguien que se atreve a compartir"
- "La vocación del artista es ayudar"
- "Lo que practicas es lo que tocas a la hora de la verdad"
- "La pregunta correcta para un productor sería ¿qué puedo hacer con mi bajo para aportar a tu canción?"
- "Hay algo que suena en la radio y de repente me marca. Voy a la tienda, compro el disco y resulta que ahí toqué yo"
- "Denlo todo. Esto no es un ensayo"
- "La música no es un deporte para competir, sino un arte para compartir"
- "Las familias no deben ser víctimas del hambre de fama de un artista"
- "La amistad no depende de la identidad"

Lo mejor de conocer a la gente que uno admira es oír este tipo de percepciones, las cuales confirman que los dignos de admirar no solamente reposan en el virtuosismo, también son gente curtida y madura que ha llegado alto además por su forma de pensar. Salí retado, con ganas de escribir y además de tocar. Lo primero lo estoy haciendo ahora, tarde pero finalmente llegando. Lo segundo lo haré pronto. Muy pronto, solo por Nuestra Tele.


@benditoavila

lunes, 27 de agosto de 2012

Transmiseria

Las historias bien contadas tienen la ventaja de narrarse en tiempos variables y aún así siguen impactando. Uno puede contar algo y años después cómo ese algo afectó todo. Aunque ya volví a Colombia, debo confesar que quedó mucho material del viaje en el tintero que nunca pude plasmar por culpa del oficinismo. Ser oficinista es todo lo opuesto a creativo, soñador, visionario, aunque de eso ya he hablado mucho. Lo que más da grima del oficinista es su facultad de gorrero, goterero, recostado y cuando término coloquial colombiano quepa para definir a alguien oportunista y tacaño.

El oficinista no viaja. Vive su triste vida en un cubículo alimentando sus sueños de lo que oye de otros. Hay otros más aguerridos que se atreven a pedir regalo a quien se va de vacaciones. Uno piensa en estos de pobre mentalidad -porque muchos de ellos hasta ganan más que uno- cuando compra un llavero o una postal para regalarles. Es todo lo que verán hasta que no dejen de pensar que viajar es de ricos, o que no le ven sentido a un viaje solo y arriesgado, o que en Tabio también hay chinos como en Los Angeles.

Ese es nuestro problema, la mentalidad acomodada y algo que se podría denominar el "ustednosabequiensoyyoísmo". Sí, un término que nos remite a concejales borrachos, nepotistas y a uno que otro cristiano con ínfulas de grandeza pero poca convicción de realeza. La mentalidad de tercer mundo nos tiene jodidos. Es ella la que nos lleva a sentirnos orgullosos de la trampa, el morbo, Protagonistas de Nuestra Tele, la cultura narco y Andrés López. No progresaremos como nación hasta que no superemos los chistes de su pelota, su ventana y su frutica.

Estamos mal y se nos nota. No es posible que alguien en Transmilenio ante un reclamo como "Por favor tenga cuidado, estoy embarazada", consteste con un "pues si no le gusta, pague taxi". Para mí, un moralista contemporáneo, este tipo de cuadros me entristecen. Nos acostumbramos al codazo en la nariz, al apretuje, al contacto forzoso porque nuestra cabeza piensa que eso es no normal. Y no, amados caba-ñeros y caba-ñeras, será normal en el infierno tener clavada la axila de un reggaetonero en la nariz, o aguantarse un codazo en la nariz, o todo lo relacionado con la nariz como siempre me pasa. Uno no debe acomodarse en la mediocridad si lo que quiere es vivir el cielo.

Ese es mi caso. Todos los días me levanto con la intención de ser mejor persona, pero Transmilenio no me lo permite. Quiero simular sonrisas, posar de cristiano honorable y hasta hacer procesos de perdón a contrarreloj. Pero no lo logro. ¿Cómo ser mejor persona en medio de una caterva inadaptada que casi se chupa la poca humanidad que a uno le queda?

Lo triste de Transmilenio es que es como una novia de antaño: aunque quiero dejarla no me vería sin ella. Lo triste del oficinismo es usar Transmilenio. Lo triste es terminar revolcándose en su propia inmundicia, pateando ancianas, colando gente, leyendo Coelho y confirmando que todos estamos al borde del abismo cuando las situaciones extremas nos acorralan.


@benditoavila

jueves, 16 de agosto de 2012

El Regreso


Lo normal en un turista promedio es tomarle fotos clichezudas a todo lo que ve. Mientras pasa el tiempo del viaje uno se va haciendo vulnerable ante lo deslumbrante, así que deja de tomarle fotos a los taxis, a los edificios gigantes, a las calles pulcras y a los paisajes para sencillamente verlos o en su defecto no tomarle fotos a lo que para uno empieza a ser lo normal. Esta foto la tomé en el Aeropuerto Eldorado de Bogotá después de llegar. Es la bienvenida que el país me dio. Muy grata, por cierto.

Viajar es fácil, lo difícil es volver. Ahora entiendo a los que regresan del exterior hablando maravillas y se lamentan por la triste suerte de vivir en un país tercermundista. Como colombiano que solo conocía Melgar, debo confesar que esos comentarios me producían rabia e ira, pero ahora entiendo que lo mío era una envidia disfrazada al tener que conformarme con la réplica del Castillo azul de Cafalandia y no poder visitar el original en Orlando. Aunque no soy malagradecido ni niego mi esencia -recordemos que me he declarado un perro de parqueadero anteriormente-, en el viaje ya me estaba adecuado a una mentalidad y a una cultura que choca directamente con la mía. Y la verdad me gustó.

Allá el Metro Rail, donde uno puede recorrer la ciudad entera sin límite de entradas al sistema y sin miedo al cosquilleo, pues la gente se ocupa de su vida sin involucrarse en la de uno. Acá Transmilenio, donde las largas filas y el ambiente discotequero por omisión llevan al roce, al robo, al contacto innecesario y además al terror de sacar una cámara fotográfica. Empiezo a pensar que necesitamos un cambio fuerte, tan radical que de solo pensarlo ya me dan ganas de agarrar un avión, dedicarme a escribir copies publicitarios y casarme con una guatemalteca que sueñe con ser actriz hollywoodense. Eso sí, cristiana.

Yo amo Colombia, pero aborrezco al colombiano promedio. Me gusta este país y con orgullo sostuve que nací en él cuando pasaba por la aduana gringa y veía cómo me revisaban el equipaje de mano con recelo. Nunca negaría que soy bogotano de clase media aún si tuviera que volver a encontrar mi maleta abierta con una nota donde el Gobierno Americano se disculpa por romperme los candados para inspeccionarme el equipaje "por su seguridad y la mía". Dejaría que una vez más maceraran las arepas y los bocadillos veleños que llevo de regalo, porque no temo volver a confesar que soy paisano de Pablo Escobar, a quien casiñosamente le llaman el patrón del mal.

Empiezo a pensar que hay algo más que estudiar, conseguir un trabajo oficinista y miserable, casarse, tener hijos e ir pagando la casa a cuotas. Seguramente un viaje de dos semanas no construye una nueva vida, pero puede que sí siembre un nuevo punto de vista en el que concluyo que vivimos en una lenteja que se llama Colombia, en la que hay unos que quieren estar para siempre y otros como yo, que al salir del acuario vemos que en el mar también hay peces, tan diferentes, tan coloridos, pintorescos y curiosos. Regresar es difícil, pero es mejor regresar que nunca haberse ido.

Es común que al volver al oficinismo uno se encuentre con gente que lo envidia, otros que lo admiran y una pequeña minoría que lo aprueba. Esta última suele ser la clase ejecutiva, donde están los jefes que ya han viajado y saben de lo que uno les habla cuando cuenta las aventuras en un estadio de Béisbol o en un museo. Debe ser por eso que al regresar me impactó encontrar una postal que mi jefe me dejó con un texto de José Saramago: "El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. (...) El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje".

Si alguien me pidiera un consejo le diría que dejara de ponerse metas cortas y fáciles de cumplir, porque suelen ser esas las que nos vuelven mediocres. Ahora me dedicaré a ser un apóstol aduanero que además de conocer todos los países que menciona esta canción -y los que falten-, seguirá soñando en grande, con mentalidad de rico y de creyente a la vez.


@benditoavila