viernes, 28 de marzo de 2014

¿Qué pasaría si Dios cumpliera todas nuestras oraciones, por estúpidas que fueran?

Sin duda, el mundo se iría para la física y pura porra, esa que queda a media cuadra de la ñoña y como a 20 minutos en carro de la que empieza con eme. De solo pensarlo, primero da como risa nerviosa, porque eso de tener rendidas a todas las mujeres del universo a los pies de uno sería delicioso, pero si Miss Universo pide fumigar a los latin lovers de bigote, ahí ya habría conflicto, porque nadie puede ser latin lover muerto, a menos que sea Erick Estrada, pero como no está muerto tocaría matarlo, además porque no tiene bigote, y así.

Cuando Bruce Nolan asumió las responsabilidades de Dios, en la película Bruce Almighty, dio unas pinceladas de lo caótico que sería que todo fuera un sí y un ya sin siquiera un amén. El mundo entero funciona bajo un orden, y como dicen las mamás, hay cosas que uno no entiende y es “porque el Señor así lo quiso”. ¿El señor Burns? ¿El señor policía? ¿El señor de los anillos? No se sabe.

Esto es físicamente aterrador, porque haciendo el ejercicio literal de reflexionar en todo lo que queremos en un día, nos damos cuenta de lo incoherentes que somos los humanos. Según el Instituto Tecnológico de Encuestas de Chapinero, ChapiNumberTech, al día pedimos más de dos millones cuatrocientos mil setecientos veinte y medio de cosas, muchas de ellas innecesarias, pero como las acaba de comprar el vecino, o como las vimos en rebaja, no nos podemos quedar atrás.

Otras son asesinas. Queremos que se abra el tipo que nos clavó la axila en la nariz en Transmilenio, pero si se abriera habría mucha sangre y tripas en los zapatos, y algún niño lloraría, y como seguramente pediríamos que se callara, el niño quedaría tendido en el suelo además con la boca cosida con hilos de oro.

Le clamamos al cielo que se acabe el colegio para poder crecer y entrar a la universidad, y cuando estamos en los primeros semestres extrañamos la camaradería y comodidad escolar. Después pedimos un buen trabajo para tener dinero, pero cuando las responsabilidades y la explotación oficinista nos abrocha lloramos para volver a la libertad universitaria.

Sufrimos amando en silencio a alguien que tal vez nunca lo sabrá y que además ama a otro, pero después de que como por arte de mafia logramos conquistarle, con la ayuda de algún sicario que dé de baja al íncubo que la tenía ciega, lloramos porque la princesa también tiene verrugas y por ciegos no vimos que no todo lo que es oro brilla, entre esas el dejar de ser soltero.

Lo chévere es que Dios simplemente se ríe cuando alguien trata de hacerle pataleta para torcerle Su celestial brazo. A diferencia de lo que muchos creen, no es un viejo de espesa barba que además de huraño es vago y anda merodeando en busca de pecadores incautos. La creación es muy basta y lo mantiene suficientemente ocupado como para estarse fijando en lentejas como nosotros, por eso tomó la decisión de darnos el libre albedrío, uno de esos regalos que cuando se destapan no se sabe qué cara poner porque ni se sabe cómo se usa, como la decencia y los maridos, diría la Chilindrina.

Si las cosas fueran como uno quisiera, uno no quisiera nada. Dios sabía eso, por eso hizo un mundo imperfecto, primero para que lo arreglemos, pero también para que disfrutemos de entender que hay cosas por las cuales hay que luchar, que si no se da a la primera, ni a la tercera ni a la quincuagésimo quinta es momento de preguntarse si hay que insistir, porque finalmente todo se basa en las decisiones tomadas, no en los rezos caprichosos.

Publicado completo en la Revista Mallpocket de Marzo de 2014

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