martes, 15 de octubre de 2013

Perro rabioso

He recibido quejas, amenazas digitales, intentos de fleteo y demás afrentas desde que decidí renovar mi mente y actitud bloggera. Para tranquilidad de ustedes, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, no tengo pactos con el Procurador Ordóñez, ni milito en la derecha, ni en la izquierda. Lo mío es el centro de cadera, como buen carnívoro en desarrollo aunque no en crecimiento. Ya saben que sigo siendo el mismo, pero no demasiado.

Amenazas no sólo digitales sino reales, pues desde que se han dado noticias como estas, he tenido que guardar mi integridad y la de Colbón, el pitbull familiar que llegó el enero pasado, cuando tan sólo era un tierno cachorro que representaba el premio por buen comportamiento de mi hermano. No suficiente con tener a Ágatha, la gata oficial, nos embarcamos en la tarea de educar un perro, de esos que para muchos son los de "raza peligrosa", los censurados, los asesinos, la ralea canina.

 Buscando un nombre pegajoso, dimos con Colbón. El chiste se cuenta solo.

Lo mejor de tener un pitbull es vivir con un animal gracioso que más que instinto asesino, como cree la chusma ignorante, es un animal leal y sumamente juguetón. Es un protector fuerte que cuando sale a la calle llora porque quiere jugar con otros perros que lo ven intimidados, mucho más cuando sus dueños gritan y se escandalizan al pensar que un terrier con bozal en el cuello se acerca.

Los dueños se llevan a los perros y Colbón queda íngrimo en el parque, con todas las ganas de relacionarse a cuestas. Me imagino que no hay que ser perro para sentirse menospreciado, porque peor que los perros somos los humanos. Nuestra raza bípeda, que se precia de la razón y la lógica como elementos de pensamiento, es la que más suele rechazar a los mismos de su especie basándose en las apariencias. Pero no culpo a nadie en particular, finalmente la ignorancia es la comidilla de la gente mediocre.

                           
Colbón y su juguete favorito. ¡No contaban con su astucia!

No hay animales peligrosos, sino maleducados. Para la muestra uno y hasta dos botones: Ágatha y Colbón.

No contentos con que use bozal, ni con que salga a deshoras, los vecinos y demás transeúntes de la ciclovía ocultan a sus niños, gritan y lanzan indirectazos al aire como si con palabras pudieran acorazarse de la supuesta amenaza. No los culpo, son los mismos que idolatran a gente como esta, que juzgan las razones y motivaciones de un paro agrario sin siquiera saber el por qué, que se sienten colombianos de bien porque sonríen entre sí, pero estarían dispuestos a clavarle el puñal trapero a su propia familia si se lo pidieran. Y lo hacen.

Tan solo puedo recordar la historia de Old Yeller, aquel perro que se convirtió en una amenaza y tuvo que ser sacrificado para que la comunidad pudiera volver a dormir tranquila. Pero eso, erradicar lo que nos incomoda, sólo es una solución tipo cobija corta, de esas que tapan la cabeza pero destapan los pies y que con el tiempo no servirán de nada.

Lo triste es darse cuenta de que somos una raza contaminada, que juzga, señala y se regodea en la caída de alguien para pontificar doctrina moral. Buscamos chivos y hasta perros expiatorios para cargarles nuestras culpas y así intentar redimir nuestras conciencias orgullosas. Tal parece que la rabia no es propia de los animales, que son esos perros humanos los que sobreviven con su mente corta y enferma, buscando una vacuna contra su infecciosa ignorancia.

Dame una risa que me muestre tu paladar.

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