miércoles, 2 de mayo de 2012

El Oficinismo

El oficinismo está sobrevalorado. Uno se levanta cada mañana a la misma hora, se baña con el mismo jabón, se queja de las mismas vías rotas al salir de casa, se monta en la lata de sardinas roja, finge preocuparse por otros oficinistas que no saben que encontrárselos en el camino no indica tener que conversar, se deja requisar a la entrada, asegura no traer armas cortopunzantes ni peligrosas, prende el mismo computador, revisa las mismas tablas de excel, contesta las mismas preguntas de las mismas personas que parecieran no tener nada nuevo qué contar, espera el almuerzo, saborea las lentejas cocinadas desde la noche anterior, le pide a otros oficinistas le compartan carne o legumbres, los oye hablar de sus inapetentes vidas, nuevamente finge preocupación, toma una siesta, espera que sean las dos de la tarde para volver al mismo computador a pensar en las mismas cosas que piensan los oficinistas, revisa el correo, se mete a Twitter a tratar de leer algún enlace interesante, oye música, se distrae a propósito, va al rapicade a pagar recibos, sube a recursos humanos a pedir colillas de pago, revisa el archivo a ver qué hay de nuevo, pide aromática, le ofrece candela a los que fuman, mete un billete en la máquina surtidora que no da vueltas, escribe en un blog, espera que sean las seis para irse a casa a pensar en que el fin de semana está muy lejano y que mañana hay que volver a repetir el mismo ciclo.

El oficinismo está sobrevalorado porque no hay nada más coartante que la rutina. Algunos oficinistas van ascendiendo, logrando otras plazas dentro de la compañía; otros vemos cómo los practicantes se quedan con lo que tal vez pudo ser nuestro. Seguimos contando billetes ajenos e imprimiendo ideas de otros con la esperanza de que el derecho de piso del que hablan las empresas valga la pena en el momento en que algún vicepresidente levante la mirada para buscar nuevo talento. Pero ni así, porque esa misma rutina hace que a uno lo vean como activo fijo, como otra fotocopiadora que pareciera estar destinada a quedarse ahí para siempre.

El oficinismo está sobrevalorado porque es el residuo de un sueño que no pudo ser, es el aborto de la creatividad, es una pega de arroz que ni el agua ha podido sacar. Claro que hay que estar agradecido con el oficinismo y el trabajo, pues de ahí uno come, paga las deudas y trata de ahorrar para tener dinero en la cuenta a la hora de presentarse a pedir la visa americana; pero pensar en una eternidad en la planta nuclear, en el mismo cargo y con Burns encima no es grato ni para el propio Homero Simpson.

El oficinismo está sobrevalorado porque hace darks a los creativos, les enseña mañas, los contamina de rencor y resignación ante un futuro que parece cada vez más distante y oscuro. Les roba el tiempo, les castra las ilusiones, los adoba en su propio y baboso jugo. No sé qué carajos quiere la gente que sueña con trabajar en una gran empresa, si para cuando el sueño se hace realidad el tiempo ya se ha ido y la vida también.


@benditoavila

3 comentarios:

  1. Cómo es la vida! Yo me encuentro en este momento entregada a una entrada llamada "El Culto al Oficinismo". Mañana verás mi versión del oficinismo

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  2. Pues y que? vanidad de vanidades todo es vanidad.
    Yo no soy conformista pero si me alegro con ser oficinista.
    Si tuviese mi propia empresa estaría igual: demandando y demandando. Ton? felizzzzzzz!!!!

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  3. la "patología" del oficinismo solo aplica en aquellas personas que están ahí en contra de su voluntad real, o con sueños frustrados de otras oficios que no pudieron realizar.

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