miércoles, 11 de enero de 2012

Overwhelming

En un largo abrir y cerrar de ojos me vi sentado cerca de la playa aquella mañana soleada. El ambiente olía a coco con piña mezclado con bronceador, tal cual como alguna vez me imaginé que olería la felicidad. El clima, el jugo de lulo, la torta de cumpleaños y la charla eran perfectos: sin aspavientos ni ataraxias, todo fluía en una perfección escasas veces experimentada. Y ahí estaba yo, con la cabeza a mil tratando de digerir que esas eran tan solo las primeras horas de mi vigésimo cuatro cumpleaños, día en el que mi existencia confirmó que mi propósito debía seguir girando en torno al sueño que tuve aquel agosto pasado. Sentí entonces que era tiempo y que no podría dejarla pasar. La oportunidad, claramente.

Ese sería el párrafo de inicio de mi libro más romántico, donde armaría una historia tan linda que al final me terminaría dando risa. Mi estilo de exploración emocional nunca es tan elaborado, pues me gusta más optar por lo simple, lo divertido y cotidiano. Lo cierto es que en mi último onomástico me vi tan gratamente sorprendido que no podía dejar de comentar parte de lo sucedido aquel viernes cartagenero, el mejor de toda mi historia.

Tal vez ellos no lo saben, pero muchos de los que ese día me felicitaron usaron una expresión que al mejor estilo de Dragon Ball Z, terminó convirtiéndose en una Genki Dama poderosa que surtió efecto: que Dios te sorprenda como nunca antes, porque este año es el año. Para un cristiano promedio es normal usar esta frase como caballito de batalla, así como escandalizarse por usar un programa satánico para ejemplificar lecciones de vida espirituales. El punto es que ese día vi con mis propios ojos cómo aquellos buenos deseos se hacían realidad ante mis pupilas, cubiertas por las RayBan para bloquear el brusco sol que caía en Las Américas -no me refiero a mi oficina- a esa hora de la mañana.

La verdad, a mí todo ese cuento de un hombre que disfruta detalles con Dios se me hacía tan blandito que preferí evitarlo al máximo. Yo creo en un Dios fuerte que quiere hombres tiernos, pero nunca me vi a mí mismo admirando una flor o llorando por lo lindos que son los delfines. Uno de hombre se desvive ante una buena canción, un buen carro y hasta ante una buena mujer. Procuro hacer mis movidas inteligentes y calculadas, tanto que contrario a lo que pasa en mi vida real, he estructurado mi parte sentimental bajo un rígido esquema. Lo divertido de la rigidez es que cuando se rompe produce comedia, así que eso explica el por qué de mis predilecciones televisivas y culturales por el humor.

Me gusta cuando se rompe mi rigidez, pues eso me lleva a terrenos de riesgo mucho más desconocidos. Por eso estaba ahí, en un bus de servicio público desde Turbaco hasta la Boquilla (algo así como viajar en bus desde Fontibón a Chía), sin saber dónde bajar, cómo llegar ni mucho menos que terminaría recibiendo un detalle tan inolvidable como mi primer cuaderno Moleskine, agenda de notas usada por artistas y creativos. Viniendo de la persona que me lo regaló lo recibí con mucha emoción, tanta que recuerdo muy bien mi cara de estúpido y la frase con la que di las gracias: Yo que soy un hombre de palabras, no tengo palabras para esto.

La Genki Dama cargaba y veía como ese día iba in crescendo, pues con el cuaderno recibía otra misión: tomar la mayoría de fotos posible con una cámara que ahora me entregaban para ello, todo como parte de un ejercicio etnográfico de complementar puntos de vista: ya se habían tomado las fotos de la llegada a Cartagena en avión, ahora yo debía hacer lo propio pero desde mi flota y mi percepción terrenal en el sentido literal de la palabra. Creo que ese es el concepto de complemento para mí: unir el punto de vista con alguien que aunque no es igual, tiene muchos puntos en los que converge conmigo, al punto de parecer que nos conocemos de antes.


@benditoavila

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