jueves, 2 de diciembre de 2010

Choachí Memories

La vida puede cambiar en un trayecto de Transmilenio. Uno puede subirse a cualquier estación queriendo ir a cualquier destino, pero el recorrido siempre arroja interesantes paradojas. El mes pasado estuve esperando la llamada ganadora y nunca llegó. Esta vez me tomó por sorpresa y casi no pude contestarla por estar con una mano agarrado al tubo para no caerme, y con la otra encima de la billetera para no perderla. Al final, logré gambetear la maleta y sincronizadamente sacar el celular del bolsillo mientras el expreso rojo giraba hacia la Avenida Suba.

Después de colgar pensé en los bebés. Ellos no se preocupan por nada más que comer, dormir, ver Discovery Kids y aprender las canciones de Doki, defecar y repetir el proceso varias veces. Ellos tienen la plena seguridad de que su papá o mamá van a socorrerlos en caso de ser necesario. Pensé en qué momento dejé de ser un bebé que depende de su papá y me hice un pseudo-comunicador social que busca trabajos y vive de las labores del freelance. Pensé en cuán bueno es estar de nuevo en casa y saber que la llamada millonaria me haría Rico al instante.

Arranqué a trabajar ayer mismo. El regreso al lugar de donde salí siempre es agradable: la gente recuerda muy bien que soy cristiano, que mis papás son separados, que me encantan las comedias y que todavía no tengo novia. Mis compañeros de oficina se alegraron al saber que me tenían de vuelta, ahora con más salario y más oportunidades de progresar. He vuelto con toda, pero dándome cuenta que el reto no es estar adentro sino mantenerse, pues hay muchos chulos esperando que el cañón me golpee para comerse mis residuos laborales.

Lo normal es volver a una oficina a cumplir horarios, a guardar la urbanidad de Carreño: saludar, dar la mano, mirar a los ojos, comer chiclets para que la halitosis no se note, en fin. Yo le sumaría no ser lamberico, respetar a las autoridades y guardar siempre mi lugar. Nada más fastidioso que alguien igualado e intenso, que se cree el mejor amigo de todos y además no se pierde la movida de un catre. Catre que me dan ganas de moler a nudillo a personajes así.

Como el propósito no es dejarme llevar por la ira asesina que me produce frecuentemente alguna parte de la humanidad, hoy vuelvo a mi raíces lámparas. Amor, control, respeto, paz, el p.a.r.c.e de Juanes nuevamente es mi bandera y el tropipop la mejor herencia que llevaré a mis futuros viajes de Colombia es Pasión. Procuraré divertirme mientras observo a la farándula criolla desfilar ante mis retinas.

De todas formas, estoy feliz de volver a casa.

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