miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ávila on TV

La televisión ya ha hecho personajes como yo. Basta con meter en una licuadora al Grinch, al Chapulín Colorado, al Conde Pátula y a George Costanza para obtener una mezcla, que pasada por el fuego-fuego y tras varias horas de incorporación, produce este necticar con sabor a cicuta de apellidos Ávila Rincón.

Decir que crecí con la televisión es bastante atrevido, por eso prefiero sostener que la televisión ha estado conmigo y que yo... no he crecido mucho, pero he afinado mis ojos y les he enseñado a ver lo invisible. La pantalla solo arroja adefesios de la vida real, pues tiene la facilidad de deformar y apropiarse de cuanto material le ofrece la cotidianidad. El punto es que no todo el mundo sabe leer esto, pues al parecer siempre hemos sido pocos. Sé que suena presuntuoso hablar así, pero si de algo puedo presumir es de pertenecer, de saber quién soy y de reconocerme en mi identidad cristiana, algo darks por cierto.

Guillermo Arriaga dice que la única forma de hablar de uno mismo es con sentido del humor. Le creo, pues aunque llevo años tratando de entender los fenómenos cómicos que encarno todos los días, he logrado definirme desde la risa, la burla y la exclusividad. Tal vez por eso amo ver Seinfeld, pues lleva la cotidianidad a la pantalla y por sí misma ya genera situaciones cómicas y contradictorias.

La gente cree que para hacer comedia se debe ser una persona extremadamente feliz. Nada más falso que eso: el comediante es un títere cotidiano que lee el mundo distinto, y desde su lectura recoge las frustraciones y asombros de su público. El comediante vive energúmeno, insatisfecho, asombrado y siempre generando discursos que no son precisamente meritorios de entrar al paraíso. Por eso, mi forma de ver el mundo nunca será tan linda y rococó como la de muchos, por eso me fastidian los religiosos, por eso lucho contra los que no disfrutan la vida, por eso me la vuelan cosas que para muchos son normales y así con todos los temas que han sido objeto de mis reflexiones.

No han sido días fáciles de aterrizar todo esto, pues lo fácil es enmascararse y ser prefabricado como todos, buscando aceptación y pertenencia. Pero años de traspiés evolutivos me han permitido entender que el verdadero ascenso en el escalafón de la identidad se da cuando uno entiende que debe ser único, y que esa originalidad corresponde al diseño divino y no al remake de uno mismo. Digo que no es fácil cuando se reciben críticas de adentro y de afuera, de los que se oponen y de los que militan en el ejército propio y local.

Así las cosas -conector usado diariamente por Darío Arizmendi-, la reflexión no importa si uno no acepta su destino: si naciste para leñar, leña. Si naciste para trompetear, trompetea. Si naciste para tuitear, tuitea. Si naciste para lamparear, lamparea. Si naciste para estandapear, estadapea y así con todo. El hecho está en que nadie más podrá cumplir con la misión del otro, pues el propósito de vida es como una tarjeta de invitación a los Premios Emmy: personal e intransferible; así que nadie más podrá ejercer el rol con el cuál se escribió mi personaje, porque Dios es lo suficientemente creativo como para fabricarse mil muñecos igualmente perfumados y empacados.

No me puedo despedir sin agradecer públicamente a un personaje que me ha influenciado ampliamente y que, por milagros inesperados y por la cámara de Miguel Colmenares, me envió un saludo personal e intransferible, pues no hay otro Luis Carlos que siga a Rescate como este que escribe.




@benditoavila

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