jueves, 12 de marzo de 2015

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No tengo mantras, pero sí premisas de vida. Una de de las últimas es "Hay que aprender a equivocarse mejor". Buen tuit, corto, con concepto claro, estructura de copy y entrega impecable. Lo malo es que esas cosas que uno redacta bien, son las que más cuestan aplicar en la vida. Y por eso trato de escribirlas, para desenredarlas a través de los dedos y así ejecutarlas. Por eso tengo este blog, donde aunque no parezca, siempre escribo para mí mismo, para que no se me olvide lo vivido y errado.

Con lo fácil que parece no equivocarse, pero lo difícil que es entender que en el error está la humanización. Nacemos, crecemos, estudiamos, peleamos, nos arreglamos, nos mantenemos en esas y no aprendemos a usar el Ay exclamativo, que a estas alturas es muy triste. El punto es que en esa búsqueda de experiencias creemos que merecemos lo que llegaremos a tener, y como decía Paul Arden, "No es lo bueno que seas, sino lo bueno que quieras llegar a ser". Ahora cito publicistas con fluidez, porque me dio dizque por foguearme en ese campo.

Sí, ahora, igual que hace un año, estoy en un salón de clases entrenando el cerebro, pero esta vez rodeado de VP's, Directores Creativos, copies, diseñadores, entes y demás gente que no se parece a la que sale en Mad Men. Decidí aprender a escribir menos para vender -y ganar- más, porque en la freelancería acomodada en que vivo se necesitan cada vez más recursos. Sí, decidí ampliar el panorama laboral y reforzar que escribo libretos, pero también copies y tuits maravillosos que hasta usan en campañas.

El punto no es sonar ávaro, pero sí reconocer que lo mejor del mundo es volver a ser neófito de algo. Sólo volviendo a empezar- una carrera, un proyecto, un noviazgo- es que uno se da cuenta de la necesidad de dejar de pensar que se merece el éxito, alimento para egos famélicos, y aprende a disfrutar un poco más de la gracia, del recibir lo inmerecido.

No sé nada de agencias, ni de briefs, ni mucho menos de marcas ni de lagartear en cocteles. Me hablan de Cannes y pienso en perros -sí, el peor chiste del mundo-, y me siento como niño en dulcería, como hippie en junta de tambores, como geek en feria de robots y cuanta comparación indique que disfruto el espacio creativo de lo que no conozco y me atrae. Vengo de otra escuela creativa, y como tal sé que lo que importa aquí son las ideas, las mismas que me han pagado el colegio, la universidad y ahora Underground.

Hay que pensarlo así siempre: uno va girando por la vida con objetivos claros, como cuando va a comprar tenis en un centro comercial, pero en el camino se emociona con otra vitrina donde hay una camiseta de ensueño que resulta imperdonable no comprar, así que uno decide esperar un tiempo y luego volver por los tenis para completar la pinta. Ejemplos banales como los míos sólo indican esa necesidad de ampliar el universo mental, pues es lo único que queda para todos los que queremos vivir de las ideas.

En últimas, la creatividad demanda ser entregada de múltiples formas y creo que es bueno probarse en todas ellas, porque esa será la única forma de armarse un portafolio donde lo que me genera orgullo como creador refleja las mil y un veces que fracasé para haber dado con ese concepto. En el fondo, lo que pretendo es que me busquen por mis ideas, buenas o malas, y así mantener el arribismo mental de Don Draper para jubilarme a los 33, tal como lo hizo Jesús. Eso sí, después de intensos años de trabajo creativo y milagroso.

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