martes, 31 de marzo de 2015

Maestro

Alguna vez alterné mis labores de libretista con el noble oficio de la docencia, exactamente el año pasado. Lo cuento con nostalgia porque de la Escuela donde empecé a dar clases de escritura creativa nunca me volvieron a llamar, se aseguraron de pagarme con prontitud y así finiquitar cualquier relación o excusa para contactarme de nuevo. Y no, no eran clases pésimas aunque no lo crean, puedo decir con toda libertad que en cada sesión dejaba todo en la cancha, así que morí con los guayos y las gafas puestas. Creo que el problema radicó en que adapté parte del modelo con que a mí me educaron mis senseis, siempre tan polémico pero efectivo.

Uno en la vida tiene muchos profesores, pero pocos maestros. Le agradezco a Dios porque en mi vida académica y personal di con personajes oligofrénicos, provocadores y absolutamente salidos de los cabales, al punto de que para muchos pasaban por groseros e insensibles. La verdad jamás me sentí agredido por ellos, pues siempre entendí que su método radicaba en la confrontación directa a la obra, nunca a la persona aunque así pareciera.

Debe ser por eso - además por la increíble música-, que disfruté tanto Whiplash, porque entiendo que el talento en cualquier área se puede obtener si se es mentoreado por un experto, que generalmente es un genio y como tal está ligeramente demente. Aquí en Colombia, la gente brinca cuando ve Master Chef, que por la rudeza y agudeza de los chefs jurados, por ejemplo. Pero va uno a ver y es tal nuestra mediocridad, que terminamos dudando de lo que somos por algo que otro dice, y nos terminamos indignado porque una persona con más experiencia nos da palo, cuando es equivocándose que uno se pule.

La confrontación siempre merecerá un palco para verla en primicia. A mí esas vainas me emocionan porque yo pasé por ahí, por realities creativos, de entregas a contrarreloj donde los nervios siempre están de punta y sólo brilla el talento pulido. Traté de hacer unas clases donde la gente se llevara algo en la cabeza para pensar en la vida. Pequé depronto por entusiasta, porque motivé a los estudiantes a que llevaran amigos desparchados, y la clase se llenó de gente que jamás pagó, pero al menos se rompieron la crisma, algo que muchos de los que estaban inscritos no se atrevieron a hacer.

Seguramente no puse caritas felices, ni les mandé estrellita en la agenda para que los papás los besaran complacidos; pero sí me aseguré de resaltarles lo bueno, de hacerles notar sus genialidades dormidas y la necesidad de despertarlas de zopetón, lanzándose al agua, que es como uno aprende a escribir o a lo que sea. Hablábamos de la vida, de televisión, de publicidad, de la gente y del amor, temas tan interesantes donde radica el verdadero aprendizaje, pero para algunos era injusto gastarse la plata en algo que jamás se calificaría.

Esta semana, un profesor dijo que la presión es lo único que transforma el carbón en diamante, y aunque no soy partidario de la violencia, sí empiezo a creer que la exigencia tiene sus frutos; por eso es que el que no quiere aprender se queda en la forma y no ve el fondo, su testarudez y carácter elemental no le dejan ver que si no le hablan bonito no es por algo personal, sino porque están detectando que todavía puede dar más, y a eso se llega tras apretar los botones indicados. Por lo menos así le pasó a Gokú.

Sólo quería inspirar, quería que ellos tuvieran la oportunidad, filtrada santamente por mí, de recibir conocimiento también depurado por grandes creativos y personajes de la vida a quienes todavía trato de maestros. Pienso en eso cuando tiempo después me mandan sus escritos, me comparten sus blogs y los felicito por eso, porque van en camino a ser maestros Jedi míos sin saberlo. Lo sé porque no se quedaron con mi versión Gordon Ramsay en Kitchen Nightmares, sino que vieron más allá.

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