martes, 23 de diciembre de 2014

Miedo

Con el fin de los años, empiezan esos deseos inexplicables por valorar y revisar las metas. Inexplicables porque no se sabe si es herencia oficinista de andar chequeando informes de gestión en aburridoras reuniones de tráfico, o si en realidad es un deseo de mejorar, de volverse la mejor versión de uno mismo sin que a nadie más le importe. En mi caso, siempre, desde 1999 hasta la fecha, me he encargado de hacer una lista de propósitos para el año venidero, y me ha funcionado para muchas cosas.

Fue por una de esas listas que me obligué a volver a estudiar bajo, que renuncié a un trabajo para perseguir uno que otro sueño y hasta fracasé en el intento de volar. Pero esas listas, que a fin de cuentas me hacen sentir más bruto, también han sido las mercenarias de muchas promesas incumplidas, palabras postergadas, movidas fallidas que se han salido de mi plan. Allí han quedado plasmados mil y un intentos por disciplinarme haciendo ejercicio, o tratar de mejorar mis relaciones familiares, o simplemente mejorar mis relaciones, o en el peor de los casos tener relaciones, lo que implicaría ser muy familiar, pero la dinámica de la realidad es otra.

Antes le temía muchísimo a ponerme una meta que sabía que no cumpliría, y me dediqué a buscar maneras de cumplir exitosamente propósitos concretos, todo porque le tenía un profundo miedo al fracaso. Ahora no le temo al fracaso, ni a los perros, ni a quedarme otra temporada en Babilonia; mi mayor prevención es con el miedo en sí mismo. Y esto no es una frase redactada por Hassam ni por Jotamario sobrio, es mi realidad de cada día.

Le tengo pavor a que me den miedo las cosas, me produce terror profundo entrar en ese estado de acomplejamiento paralizante; me falta el aire de solo pensar que puedo convertirme en esa persona prejuiciosa que habla de lo que no conoce, y en el peor de los casos no se atreve a experimentar afuera de su pensamiento lineal y por eso juzga desde su tribuna.

Ya lo dijo Walter White: el miedo es el enemigo real. El miedo es una completa idiotez heredada de las experiencias de mis familiares, a quienes también les debo las deudas. Me acuerdo de mi papá, quien tiene en su casa, en su carro y en su oficina un kit de desastres donde guarda provisiones por si hay terremotos, tsunamis, derribos de torres y cuanto desastre se le venga a la cabeza. Y lo que no cubre el kit, seguramente está salvaguardado por alguna de las cuatro pólizas por muerte violenta, fideicomisos de usufructo y hasta plan canitas. La gente alega que hay que ser prevenido, pero francamente esas prevenciones son las que más quitan la paz, que es lo que uno debe procurar.

Es por eso que ante esa nostalgia campesina de quien quiere regresarse por donde vino, recordando con quien anduvo y hasta añorando el pasado infructuoso del terreno conocido, contraataco con amor innovador, que es para mí lo contrario al miedo rutinario. Esa nostalgia es medio peligrosa, y por eso me parece riesgoso cuando la gente termina el año frustrada por lo que no hizo, ignorando que todavía hay un presente, que a fin de cuentas es lo único que queda.

Para el año que viene, espero tener mi lista con propósitos que me dejen paniqueado de sólo pensarlos, porque tengo claro que no existen las condiciones perfectas para hacer algo. Así que espero perderle el miedo a trabajar con cristianos, meterme a un foro a leer comentarios en mi contra y hasta atreverme a fracasar de nuevo, porque siempre hay cierta pedagogía en hacer las cosas mal. En últimas, el miedo será algo que siempre enfrentaremos, pero entre más rápido salgamos de ahí serán muchas las oportunidades que se podrán aprovechar.

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