viernes, 21 de enero de 2011

Nova Express in Love I

Siempre que empiezo a escribir padezco del síndrome de la página en blanco. Me quedo quieto mirando como el cursor titila y me hace pensar que en realidad está cruzado de brazos observándome, frunciendo el ceño y zapateando en un intento por desesperarme y reclamarme traerlo a la vida para nada. Ahí me recuerdo que el cursor es mi amigo, así como los perros, los taxistas y los créditos educativos que en un principio tanto temía, pero que ya no huelen mi miedo porque disimulo muy bien.

Ya después de superar el suplicio, me recuerdo a mí mismo lo que iba a contar. Últimamente he reflexionado de nuevo sobre el amor, pero no el amor de un hombre a un buen cigarro ni el que dice tener una reina de belleza por el pueblo que representa. Es el amor que parece esparcirse por el aire y llenar la nariz de mucha gente a mi alrededor, es el exceso de dopamina, vasopresina y serotonina que produce acciones inesperadas y siempre sorprendentes para quienes observamos a los protagonistas desde la barrera.

-¿Me puedo hacer adelante? le pregunté al chofer del pequeño bus mientras me quitaba las gafas con las que me protegía del ofuscante sol. -Hagale chino, siga que a lo mejor hoy conoce a la mujer de su vida. Traté de ahogar una carcajada que me salió del corazón, mientras le aclaraba que no era lo que estaba buscando, que solamente quería llegar rápido a Girardot. Mientras lo miraba entrar al Terminal para buscar nuevos pasajeros, yo ya estaba adentro de la ruta aquella.

Una familia colombiana típica de comercial de La Fina ya había marcado su lugar usando sus pies y equipaje para delimitar el perímetro. Busqué la ventana más próxima en la parte de atrás y me dediqué a esperar con ansias la partida, pues no hubo manera de pronosticar el calor que hacía en Bogotá. Los pasajeros siguieron entrando y en el lugar adelante que previamente rechacé vi llegar a un soldado que pretendía viajar a Tolemaida tras terminar su licencia de vacaciones. En su cara se veía lo crudo que es retornar a la realidad si nunca se ha aceptado estar en ella, pues miraba con recelo las fotos de la familia que dejaba sola como todos los eneros.

Me gusta escuchar reggae. Mientras como, duermo y hasta oro, pero el poder y la esencia de esta música se despliega ante mí en toda su majestad cuando estoy dentro de un vehículo de transporte articulado y en alguna carretera nacional. Es como si muchos copitos Jhonson adobados con esencia de vainilla me acariciaran el alma en simultánea, pues hasta el paisaje siempre mejora cuando hay buena música. Un niño de la familia acaparadora de sillas me observa con una curiosidad extraña, que pasa de asombro a incertibumbre y se tambalea entre el asco y la sensación de estar viendo algo bizarro. La verdad ya estoy acostumbrado a generar ese tipo de miradas, así que no reparo en él pues algo más ya ha atrapado mi atención.

La familia entera observa hacia la entrada mientras ríen con complicidad. Es evidente que se ríen de mí porque los veo bajar la cabeza tan pronto me doy cuenta de ello. Lentamente comprendo que no ríen de mí sino de la situación, pues una joven muy bonita y que además me parece conocida ha abordado la parte de adelante y ahora será la compañera de viaje del soldado. El chofer ya está adentro prendiendo la nave y a través del retrovisor me mira con decepción, haciéndome ver que el lugar que pudo ser mío ya ha sido ocupado por otro. Por mi cabeza pasa un extraño flashback que me deja muy claro que ya la había visto antes en algun otro lugar del planeta, seguramente en otro viaje de vacaciones o en alguna calle local.

Por lo que puedo pensar y reflexionar, nunca me he enamorado. Me he tragado, encarretado, envideado y cuanto verbo conjugado-inventado pueda aplicarse; pero enamorado no creo. Se supone que para escribir sobre algo uno debe conocerlo, pero trato de disertar sobre algo que he conocido de forma diferente. Puedo decir que amo a Dios, a mi familia, a mis amigos. Amor ágape, amor storge, ¿amor eros? No, pero a veces pienso que todos estamos diseñados para eso y me siento un zombie plástico que nunca ha logrado entregar el corazón, no sé si por miedo a ser dañado o por no aprovechar la oportunidad cuando pude hacerlo.

Una mujer de aproximadamente 35 años se sienta a mi lado. Sus dos hijos observan que ocupo la ventana que tanto anhelan, así que deciden ubicarse detrás de nosotros. La mujer se recuesta y sin querer pisa mi maleta, un movimiento coreográfico en el que puedo ver a su lado a un muchacho de aparentes 23 años, que preasumo que es su hijo hasta que ella le toma la mano y lo besa en la boca. Nuevamente mi cabeza se pone a mil de solo pensar en que podría ser yo quien está en su lugar, no porque lo desee sino porque estaba en un momento mental poco saludable para desear algo como eso.

A estas alturas repaso lo que he escrito y veo un ambiente turbio, una cabeza recorrida y que para muchos podría ser tildada de loca. Pero aún así creo que este tipo de reflexiones algo venenosas son necesarias para seguir adelante. Es tiempo de detenerse, revisar la maleta y mientras se observa el mapa preguntarse ¿Tengo lo necesario o me perdí en el camino?. Ahora lo que creo que viene es un sacudón mental que remueva el virus y me libere de esta extraña sensación de creer que he perdido mi tiempo esperando algo que, aunque siempre ha sido mío, también ha sido esquivo y mezquino.

Uno no puede volver atrás y vivir para contarlo, por eso siempre debo estar purgando la cabeza y escribiendo historias que me lleven a la catarsis diaria. Esta fue la de hoy, una rara entrada que deja en punta, tal vez para una segunda parte...

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