jueves, 29 de enero de 2015

Bailar al revés

Lo peor que le puede pasar a uno es acostumbrarse a algo. Es triste, porque aunque lo neguemos, somos animales de costumbres y rutinas, y no precisamente de stand-up comedy. Nos encanta tener el control de la cosas, o por lo menos tener la fe de que todo va a ponerse mejor cada día, que en mi caso siempre es elemento redituable.

La costumbre amarga, y en mi caso, andar por la vida con una perfección y buen raccord ha hecho que cuando me lleguen los traspiés, tenga la tendencia a pensar que todo está echado a perder, que de esta (otra) no me levanto y que la leche derramada la lloran los santos que van marchando. No es que le tenga miedo al fracaso, de hecho me gusta, pero si me dan a elegir lo quiero como amigo, como goce temporal, como un fin de semana largo, no como algo habitual con quien quisiera pasar el resto de mi vida.

Que salgan las cosas mal es el inicio de lo grande, pero uno insiste en buscarse la vida en la perfección, y no hay nada más humano que ser imperfecto. Tantas historias de gente maravillosa a la que el fracaso los catapultó, a quienes las crisis los sepultaron para resurgir como el ave Fénix de Bedout que son, que creo que hacerse leyenda demanda vivir conociendo a qué sabe la lona, o por lo menos haberla probado unas buenas veces.

Me toca creer, porque la inteligencia y el talento son traicioneros confidentes. Nada más creer, a pesar de que a la gente como a mí, que desde pequeños se les ha orientado al éxito y al "Eres especial", pocas veces se nos ha dicho que tocar fondo es el real proceso de santificación y consagración. A la gente como yo, que nace creyéndose la gran cosa, el destino se lo refuerza pero la realidad se lo derrumba, y está bien que sea así.

Todo esto no porque esté pensando en diomedizarme (que para efectos de este blog es morirme, o autosuicidarme colectivamente), más bien es un cúmulo de reflexiones después de haber visto Birdman y sentirme como el Michael Keaton del cristianismo: una suerte de héroe que día a día aprende a sobrevivir, con el peso de haber sido bueno y que cuando enfrenta crisis ve venir el retiro de las grandes ligas.

Y es que a uno no le enseñan que en la vida a los "buena gente" no siempre les va bien, que uno no es tan especial como para no hacer fila ni tan equis como para que no valga la pena acercarse. Nos ha hecho falta entender que no somos dioses especiales, que renunciar a veces está bien, que luchar no siempre es lo correcto y que ser hijos de Dios no indica que todo nos salga como lo hemos pedido. De eso se trata, de confiar en que hay alguien con mejor disfraz de héroe que el de uno, que ve las cosas en picado y está listo para accionar uno que otro milagro creativo inesperado.

Hay que creer que las montañas también tienen doble cara, como los discos de vinilo. Hay un lado B de todo, y es ese el que hay que aprender a buscar, que es como ciertas canciones de ahora donde uno no entiende nada pero suenan bonito. Y suenan bien justamente por eso, porque uno ignora lo que dicen y simplemente demandan que uno se deje llevar por el compás y baile con ellas, que generalmente es moverse en otras direcciones antes no exploradas, algo así como bailar al revés.

Bailando al revés, oyendo el lado B es que se recorren los nuevos caminos y probablemente ahí están las canciones sorpresas y las soluciones, las mismas que uno encuentra cuando oye con detalle, sin andar pensando en qué mensajes subliminales pueden llegar a tener. Por eso ahora espero, entendiendo que todavía no he visto nada y que es demasiado prematuro querer jubilarse cuando no se ha bailado lo suficiente.

jueves, 15 de enero de 2015

Babel

Recuerdo que cuando vi la película escrita por Guillermo Arriaga (porque el cine no es sólo de los directores), salí pensando en cómo la Biblia siempre nos sirve de pretexto cinematográfico, la base para desarrollar nuestras vidas y adaptarlas al contexto propio tomándola como referencia dramática. Yo, en parte, por eso la leo, porque detrás de la narración también hay una forma de encontrar a un Dios interesado en darnos las directrices para vivir con claridad en la tierra.

En Babel vemos cómo unos hermanos pastores en Marruecos se relacionan con una familia estadounidense de vacaciones por ese país, que a su vez tienen que ver con una niñera mexicana en San Diego que partirá al matrimonio de su hijo en Tijuana, y una muchacha sordomuda japonesa que sufre por la muerte de su mamá. En la Biblia vemos la historia de los orgullosos descendientes de Noé, quienes querían hacer una torre que los hiciera famosos y los llevara a tocar el cielo, literalmente. En la intersección, encuentro a la humanidad y su mayor facultad: la imperfección incoherente.

Ser humano es hacer las cosas mal, es ser intenso e incisivo con lo que se busca; pero también es ser miedoso e indeciso, lo cual nos vuelve contradictorios. Repasando el texto bíblico me impacta que Dios mismo dice que los humanos podremos hacer todo lo que nos propongamos y que nadie podrá detenernos, entonces ¿por qué las cosas no salen como se libretean? ¿Por qué fracasamos en nuestras historias personales si podemos hacer lo que se nos venga en gana?

La respuesta la encuentro en el verso siguiente, donde ese mismo Dios, en un acto de amor incomprensible, esparce a los humanos por toda la tierra y permite que aprendan otros idiomas, para terminar de complejizar la vaina. Por un lado, cuando se nos desbaratan los planes y se cae el castillo de naipes, siento que está la mano de un Dios que permite la separación, pues sólo quien ha percibido el dolor de una pérdida sabe lo maravilloso que se siente recuperarse.

La película le apunta a los puntos de giro de la vida, no tanto por el azar sino a plasmar cómo las decisiones que tomamos en milésimas de segundo nos pueden dañar el caminado por el resto de la eternidad; y cómo nuestra vida también se ve modificada por las decisiones de otros, con alcances inimaginables por lado y lado. Siempre que pierdo a una persona pienso en esto, en que Dios mismo me permite elegir cómo va a ser mi vida, pero que llega un punto en que, si se lo pido, meterá mano y colmillo para llevarme a crecer, a subir de expectativas, ofreciéndome un camino lejos de lo escaleteado por mí mismo.

Nos interesamos por personas, pero no terminamos de decidirnos por ellas, y cuando las perdemos nos lamentamos, a pesar de que fue por falta de determinación. Y vivimos tranquilos hasta que se entra un tercero a colación, y reaccionamos con el síndrome del triciclo. ¿Quién nos entiende? Decimos muchas cosas pero las emociones nos cambian, y es triste, porque creo que madurar es aprender a vivir con las emociones calibradas y las decisiones fijadas, a pesar de lo que se pueda presentar.

Nadie ha pensado en lo triste que debió haber sido para estos personajes bíblicos perder la comunicación entre sí, cómo los que un día se trataron con cariño vieron que tiempo después no entendieron el lenguaje del amor del otro, y en esa cruda ignorancia creyeron leer las acciones de sus cercanos para darse cuenta de que no dijeron lo que creyeron.

Así como en Babel, donde queda claro que el dolor de la traición y la reconstrucción del amor son idiomas que no todo el mundo logra compaginar. Así como en la Biblia, donde la historia de amor de Dios con la humanidad implicó un gran sacrificio, difícil de comprender. Así como en la vida real, donde si el idioma de uno era movimiento, y el del otro quietud, sólo se puede concluir que no estaban corriendo en la misma carrera.

sábado, 10 de enero de 2015

La Fiebre de las Cabañuelas

Ya van a ser cinco años desde que me gradué de la Universidad y el cartón sigue ahí, encima del armario, esperando a ser exhibido. La verdad no lo he colgado porque si hay algo a lo que temo es a que me pregunten qué sé hacer, o qué hago para ganar plata. Lo primero que respondo es que hago caso, porque para ponerme a explicar que escribo libretos, copies y artículos por encargo habría que dejar claro que no sé hacer algo técnico o concreto como cocinar, revisar pacientes o desarmar motores, al modo de ver de muchos.

Cuando uno quiere vivir de escribir, necesita conseguir un trabajo donde generalmente quede buen tiempo libre para hacerlo, porque esto de escribir no es que empiece a ser tan autosostenible como la gente cree, mucho menos cuando uno no nació en cuna de oro. He pensado en esto porque a veces uno no tiene la dimensión clara de lo que sueña, y cuando llega tal vez la cosa se vuelve una pesadilla. Esto porque para escribir hay que hacerlo con las vísceras, con pasión, conociendo lo que se está contando.

Todo esto porque nadie sabe que lo primero que escribí, así de manera pagada para ser publicado, fue un horóscopo. Sí, un cristiano de a pie posando de agorero a sueldo, que tristemente es la realidad de muchos fundamentalistas que mercadean los milagros. En mi defensa, puedo decir que fue un horóscopo medio parodiado, donde recuerdo simplemente jugar con emociones y enunciados positivistas, aunque otros eran más de resignación. Ya cuando agarré cancha y me pidieron dos más, empecé a recomendar flores, velas, colores y todos esos lindos placebos para calmar nuestras neurosis y preocupaciones.

No soy de los que piensan que hay que vivir de todo para tener autoridad de comentarlo, o sino no me le hubiese atrevido a hablar de salud, dinero y familia; pero he entendido que detrás de lo que se escribe debe apelarse a las emociones, y sobre todo al amor, que viene siendo la abeja reina de esta colmena. Basta con explorar caminos como la telenovela para darse cuenta que las concepciones del amor son tan variadas como las pintas de Lady Gaga. Para unos es placer, para otros es rutina, pero para mí sigue siendo decisión.

Escribir es conocer la condición humana a fondo, es adentrarse en la lógica de una cabeza pensante y pretender armarle unos giros en la vida que uno mismo le escribe. Curiosamente así me veo a mí mismo, como un protagonista al que quiero sacar adelante, aunque las dificultades apremien y las pocas certezas empiecen a ser probadas. Por eso aguanto, me sostengo fuerte y no lloro mucho, porque amar es una suerte de resistencia propia de los visionarios, los que no se enredan con cualquier fuego sino que perseveran por el sol de la mañana.

Y es que así como hay una delgada línea entre cabañas y cabañuelas, para fortuna mía, también el positivismo confeso y la fe se acercan, mucho más cuando va arrancando el año y todos andamos tan expectantes de lo que vendrá. Así como en las cabañuelas se asume que los 12 primeros días de enero revelan el carácter climático del resto del año, aquí en las cabañas solamente resta llevar a creer y confiar en que si he vivido unos intensos días post-onomástico lleno de trabajo, plata, cariño y respeto, lo que viene sencillamente descrestará.