sábado, 10 de enero de 2015

La Fiebre de las Cabañuelas

Ya van a ser cinco años desde que me gradué de la Universidad y el cartón sigue ahí, encima del armario, esperando a ser exhibido. La verdad no lo he colgado porque si hay algo a lo que temo es a que me pregunten qué sé hacer, o qué hago para ganar plata. Lo primero que respondo es que hago caso, porque para ponerme a explicar que escribo libretos, copies y artículos por encargo habría que dejar claro que no sé hacer algo técnico o concreto como cocinar, revisar pacientes o desarmar motores, al modo de ver de muchos.

Cuando uno quiere vivir de escribir, necesita conseguir un trabajo donde generalmente quede buen tiempo libre para hacerlo, porque esto de escribir no es que empiece a ser tan autosostenible como la gente cree, mucho menos cuando uno no nació en cuna de oro. He pensado en esto porque a veces uno no tiene la dimensión clara de lo que sueña, y cuando llega tal vez la cosa se vuelve una pesadilla. Esto porque para escribir hay que hacerlo con las vísceras, con pasión, conociendo lo que se está contando.

Todo esto porque nadie sabe que lo primero que escribí, así de manera pagada para ser publicado, fue un horóscopo. Sí, un cristiano de a pie posando de agorero a sueldo, que tristemente es la realidad de muchos fundamentalistas que mercadean los milagros. En mi defensa, puedo decir que fue un horóscopo medio parodiado, donde recuerdo simplemente jugar con emociones y enunciados positivistas, aunque otros eran más de resignación. Ya cuando agarré cancha y me pidieron dos más, empecé a recomendar flores, velas, colores y todos esos lindos placebos para calmar nuestras neurosis y preocupaciones.

No soy de los que piensan que hay que vivir de todo para tener autoridad de comentarlo, o sino no me le hubiese atrevido a hablar de salud, dinero y familia; pero he entendido que detrás de lo que se escribe debe apelarse a las emociones, y sobre todo al amor, que viene siendo la abeja reina de esta colmena. Basta con explorar caminos como la telenovela para darse cuenta que las concepciones del amor son tan variadas como las pintas de Lady Gaga. Para unos es placer, para otros es rutina, pero para mí sigue siendo decisión.

Escribir es conocer la condición humana a fondo, es adentrarse en la lógica de una cabeza pensante y pretender armarle unos giros en la vida que uno mismo le escribe. Curiosamente así me veo a mí mismo, como un protagonista al que quiero sacar adelante, aunque las dificultades apremien y las pocas certezas empiecen a ser probadas. Por eso aguanto, me sostengo fuerte y no lloro mucho, porque amar es una suerte de resistencia propia de los visionarios, los que no se enredan con cualquier fuego sino que perseveran por el sol de la mañana.

Y es que así como hay una delgada línea entre cabañas y cabañuelas, para fortuna mía, también el positivismo confeso y la fe se acercan, mucho más cuando va arrancando el año y todos andamos tan expectantes de lo que vendrá. Así como en las cabañuelas se asume que los 12 primeros días de enero revelan el carácter climático del resto del año, aquí en las cabañas solamente resta llevar a creer y confiar en que si he vivido unos intensos días post-onomástico lleno de trabajo, plata, cariño y respeto, lo que viene sencillamente descrestará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario