jueves, 17 de julio de 2014

Estarbocs

Me gusta que la gente pelee por lo suyo, sobre todo cuando de creencias y principios se trata. Pero francamente, a mí sí me cansa la indignación de muchos por bobadas. Ellos, los mismos que se tocan porque nos relacionan con Pablo Escobar, o porque nos hacen memes cocainómanos, generalmente reaccionan con tal grado de violencia y predisposición que pareciera confirmar la inestabilidad de su identidad, como si las declaraciones de alguien pusieran en tela de juicio lo que en realidad somos.

El caso, de los mismos creadores de "Quejémonos con la Cancillería de todos los países del universo", llegan los enemigos de Starbucks, la compañía que comercializa y vende café (de aquí, por cierto) alrededor del mundo hace más de 43 años y que ahora llega a Colombia. La gente reacciona indignada, que eso daña a nuestros cafeteros de yipao andante, que ahora sí debemos comprar local, que pobrecito Juan Valdez y qué pecado con Conchita y así. La verdad, no tengo nada en contra de lo nuevo, pues ese delirio chovinista que me enceguecía con lo local se ha ido curando desde que empecé a viajar.

Entré por primera vez a un Starbucks en Los Ángeles, a tomar frappé en compañía de amigos colombianos. Nunca se me va a olvidar el impacto que me produjo ver a la gente con sus computadores y demás dispositivos escribiendo, algunos pasando allí todo el día con la tranquilidad y paciencia que se adquiere cuando se vive con mentalidad de primer mundo. Fue tal el impacto, que me distraje y dejé una cámara prestada sobre una mesa que, por error, fue balanceada y mandó la cámara a volar. Nunca se me va a olvidar el impacto de la pobre Nikon.

Años después, y ahora en otra estación climática, visité varios de estos cafés en Nueva York. En ese viaje, Starbucks tradujo Wifi y baño gratuitos, y un escampadero ante el inclemente invierno, porque como no tomo café no le veía la utilidad hasta que me dio por pedir un chocolate caliente, de esos que marcan a nombre propio y que para uno, nacido y crecido en el antiplano cundiboyacense, son manifestaciones de cariño en medio de una fría comunidad mundial. Fue tal el recuerdo que hasta le tomé foto:



La verdad, cuento esto no porque me sienta superiormente moral por el hecho de haber conocido Starbucks por fuera de Colombia, ni porque ya no vaya a hacer fila como muchos de mis paisanos. Es solo que las realidades afuera son distintas y cambiantes, y a mi modo de ver, cada quién verá qué hace con su plata y su tiempo, así como con su vida y las decisiones que toma.

También pienso, como torpe economista que todavía cuenta con los dedos, que la cosa se pone más interesante con la competencia, cuando el mercado se ve con posibilidades de repartirse ante nuevas ofertas. Es lo mismo que pasa en el terreno emocional, del cual puedo hablar con la propiedad de quien ha fracasado con mucho éxito. Puedo hablar, pero no se me antoja.

El punto de todo esto es que no es sólo la oposición frente a una nueva cafetería (que en serio, eso es lo que es), es más darnos cuenta de lo complicados que somos como colombianos, además de desocupados y trascendentales con tendencia a la indignación cuando quienes no nos conocen opinan. Creo que cuando nos tocamos tan fácil por lo que otros dicen, revelamos lo débiles, tristes y vulnerables que en realidad somos. He ahí la razón de por qué me gasto toda la plata en viajes, porque es mi forma de invertir en pensar diferente y criticar de lo que conozco, no de lo que creo suponer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario