viernes, 3 de agosto de 2012

Aire

Voy montado en un avión de American Airlines con destino a Miami, porque como desde Bogotá no hay vuelos directos hacia Los Angeles debí hacer conexión ahí. No soy de la clase de personas que salen del país con frecuencia, de hecho esta es mi segunda vez. Lo cierto es que con la primera bastó para darme cuenta de lo que viajar implica en mi vida. Viajar es renacer, es abrir la cabeza para cosas nuevas, es respirar un poco el aire del jardín vecino, no para ver si tiene el pasto más verde, pero sí para preguntarle cómo lo logró.

Como buen oficinista que además le da su sangre al Icetex, ahorré comidas, salidas y hasta lujos para poder venir a gastar aquí hasta lo que no tengo. Aún sigo pagándole a un par de mecenas, pero vale la pena cuando se ve el nombre de uno en el tiquete. Los expertos en viajes sugieren comprar tiquetes por lo menos con dos meses de anticipación, pues esto permite acceder a buenos precios y además a ciertos privilegios por si se liberan cupos. No tuve ningún privilegio aparte de poder escoger mi silla, algo que las aerolíneas ni al más rastrero de los oficinistas.

Lo único que Andrés López y yo tenemos además de la colombianidad es que ambos pedimos la ventana.  Él para meter sus discursos de cienciología, yo para que nadie me joda cuando esté viendo la película y además para poder tomarle fotos a las alas del avión, por si pasa algo para quede el registro del imperfecto. Lo triste es que el cálculo me falló y este avión tiene la estructura de una flota: pantallas en el centro, baño al final y mucha gente usando sombreros con ganas de conversar. Sí, los sombreros conversan con tanto color y rechinancia. Hasta ahora American Airlines y el Bolivariano se dan parejo.

Hay de todo aquí, pero me causa curiosidad una pareja americana que parece montar en aviones como yo en Transmilenios: con propiedad porque no hay nada más. Las azafatas los saludan de beso, les hacen notar que hasta han bajado de peso desde la última vez que viajaron con algunas de ellas. Se abrazan y sonríen en un acto que para mí no es gratuito, pues ya me imagino a quiénes les servirán primero el Omelette.

Viene el despegue y con él se activa mi sirena espiritual, aquella cómoda alarma que tengo en el pecho a la que le digo Espíritu Santo. Esa sirena suena y vibra no para alertarme, sino para darme green light, all access o como se le llame al sentir de que todo va a estar mejor que bien.


@benditoavila

1 comentario:

  1. Que cierto es esto! Amo viajar porque me encantan las sorpresas y al salir del país e incluso visitar otras ciudades y pueblos de Colombia, son un patrón constante. Un saludo ;)

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