lunes, 21 de abril de 2014

Gabolandia

Este Jueves Santo me alegré de no ser periodista, porque tengo clarísimo lo que significa que un personaje importante muera mientras uno está de vacaciones: devolverse a la oficina, conectarse otra vez con la rutina mediática, leer frases evidentemente gugleadas por gente que jamás conoció al finado, pero ahora lo elogian y lloran como si hubieran perdido a su propia madre.

Me enteré de la muerte de Gabriel García Márquez cuando iba en carretera, y no pude evitar recordar aquella década de los 90, cuando aprendí a leer y conocí las letras en parte por su obra. Lo admiré con Noticia de un secuestro, lo sufrí con Crónica de una muerte anunciada, lo disfruté con Del amor y otros demonios. Y no voy a dármelas sacando mi prontuario de lectura, porque esas pretensiones son peor de enfermizas que una terapia de selfies, pero sí quiero reparar en las pretensiones de corte colombiano, las mismas que nos hacen subirnos al bus de la victoria por la puerta de atrás.

Al colombiano promedio se le olvida que Gabo se fue de este país casi que a la brava, perseguido por la derecha, como un exiliado y desplazado que se hizo Nobel afuera. Dicen que escribió Cien años de soledad en México, país que lo acogió y de cierta manera lo valoró mejor que nosotros, gente interesada a la que nos valió pito hasta ahorita que volvió a ser noticia.  Pero peor que este interés tan guayigol y chibcha, son esos que ahora lo lloran sin haberlo leído, que van a ir a su misa satélite en la Catedral Primada (porque la oficial es la que le harán en México)  y como por agarrarse de una tendencia opinan que Gabo esto, Gabo lo otro. No los culpo, para muchos García Márquez es sinónimo de imposición escolar, de obligación de un plan lector donde la literatura se forja no como placer sino como castigo.

A mí me interesó Gabo de nuevo justamente este año, cuando viví uno de sus sueños en vida y estuve en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Me cuestionó ver cómo todos los extranjeros me elogiaban el haber nacido en la misma tierra que él, casi como si fuese una decisión mía. Los veía comprando la trilogía donde está ¿Cómo se cuenta un cuento?, Esa bendita manía de contar y Me alquilo para soñar, alegando que tres libros de un gran escritor no se consiguen tan baratos sino solo en Cuba. Yo compré una postal de Gabo con Fidel, pero para regalarla porque eso pa' qué. Ahora me siento mal de haberlo hecho.

Creo que el mejor homenaje que un escritor puede recibir es que lo lean, que lo exploren entre líneas, literalmente hablando. Eso y valorar que detrás de unas letras hay una postura frente al mundo, un forma de contar la vida que es indivisible del ser que las redacta. García Márquez veía el mundo a su manera y fue dejando huella sin proponérselo, más bien eso fue consecuencia de escribir con honestidad, y para eso no se necesita vivir en esta Patria Boba, sino ser universal y largarse lejos, a ver si en otra tierra las ideas locales no son censuradas.

En plena granja de la EICTV, esta estatua de GGM. Al tomar la foto me preguntaba por su salud, curiosamente.

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