lunes, 14 de abril de 2014

Balas sobre Cedritos

En Semana Santa siempre dedico unas horas a la reflexión. Creo que soy de los pocos que lo hacen, aunque mi pausa activa espiritual ni siquiera es para meditar en Jesús (para eso está bien cualquier día). Digamos que me quedo quieto o porque hay poco movimiento oficinista, o hay viaje, o porque soy freelance exclusivo, que en este año es la razón de la pausa obligada. Entonces vienen a mi cabeza las mil y un razones para acomodarme, pero la comodidad me da piquiña y termino buscando lío en Cedritos, o en este hijo bobo al que alimento una vez a la semana.

Cuesta quedarse quieto, mucho más cuando se está entrenado para llevar una vida vertiginosa y con mucho ritmo. Desde que tengo memoria me la he pasado corriendo, afanado por llegar a un lugar que no sé si existe, acumulando algo que todavía no sé qué es y esperando algo que no sé si me toca. Soy el conejo blanco de Alicia en versión humana, y para mí las pausas también tienen propósito y sentido creativo.

Es lo malo de tener una cabeza visionaria, que uno vive preocupado: es decir, ocupado previamente de lo que no ha pasado pero se avecina inexorablemente. Puedo decir que Dios ha sido fiel y me ha permitido cumplir muchos de mis sueños, pero el afán me lleva a querer correr más millas, a ocuparme de lo que ha de venir cuando tal vez sea el momento de dejar de remar, para simplemente dejarse llevar por la corriente y la inercia fruto del movimiento que ya se hizo.

Entonces decido ver películas, y me topo con joyas que me ponen el coco a toda máquina porque describen mi momento de vida. Viendo "Balas sobre Broadway"me entra el afán por dejar pasar el tiempo y no pegarle al perro con una obra maestra, pero también recuerdo que hay que hacer lo que hay que hacer, que en mi caso y por ahora es relajarme un poco. Entonces sufro, porque a veces siento que la gente me ama porque conoce al artista y no al hombre, y me acomplejo porque hay días en que me falta talento para retribuir tan alta estima.

Eso es el desamor, andar por la vida con gente que por poco y le pone a uno tapete rojo, pero cuando se dan cuenta de que uno es igual o peor, sufren y culpan a Dios. Lo mejor es enamorarse del hombre y no del artista, aunque eso implique desilusionarse con la humanidad de quien se admira. Pienso en las veces que he timado a la gente tratando de mostrar que soy un artista, ganando amores y pleitesías cuando en realidad soy un simple hombre de rulos y contradicciones, todo en una misma cabeza.

Lo importante es que en esta sensación reveladora de bloqueo, de sentirse improductivo y descubierto socialmente, es cuando más se puede experimentar la dirección divina. Es ahí cuando llega la canción de amor, la de esperar a Sus pies, escuchando Su voz y entendiendo que en medio de esta balacera mental se produce un efecto doppler espiritual, el responsable de confirmar que esperar es ganar, y que entrenar en la habitación del tiempo me hace más fuerte para lo que viene.

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