miércoles, 9 de mayo de 2012

Embajañero

En una Colombia ideal Shakira hubiera sido acribillada por no cantar el himno como debiera cualquier paisano. En una Colombia ideal todas las barrabasadas de La Mega serían penalizadas duramente con amputaciones de cuerdas vocales. En una Colombia ideal nuestro trabajo iría acorde con las ideas y no con las influencias. En una Colombia ideal estaríamos facturando por dar  trucos y consejos, porque de algo se ha de vivir. En una Colombia ideal podríamos viajar por todo el mundo confiadamente, sin la necesidad de someternos a escarnios y vergüenzas a la hora de solicitar visas. Así me lo imagino.

Soñar no cuesta nada, pero a mí me costó $252 000 que consigné fielmente para aplicar a la visa americana. Todavía me pregunto exactamente por qué buscamos viajar a Estados Unidos, si tiene que ver con la influencia infantil de entrar al Magic Kingdom y abrazar a Mickey Mouse, o recorrer las calles donde Macaulay Culkin se resbaló y  bandidos en Central Park. Uno de colombiano raso, oficinista y aspiracional que se cree mejor que la familia, siempre espera poder dar un paso más que ellos y destacar en algo, así sea exhibiendo una foto en las playas de Baywatch. Nos pegamos de lo que sea para humillar al par, al parce, al que se crió con nosotros pero no la supo hacer y fue papá a los 17.

Lo primero que uno debe tener claro es que es colombiano. La colombianidad nos lleva a la igualadez, al desparpajo, al atajo de querer colarse en la fila y a cuanta cosa burda uno sabe que a los gringos no les gusta. Ni a los gringos, ni a los venezolanos, ni a los británicos, ni a los eslovenos, y así con otros cientos de gentilicios. No es un misterio que solo 54 países del mundo no le piden visa a los colombianos; seguramente es porque nosotros, lindo pueblo arrodillado, le damos entrada a todo el que simplemente quiera venir a nuestras cumbres. Les cambiamos nuestro oro por sus espejos, nuestras mujeres por sus enfermedades, nuestra vida por su visa.

El hecho de ser colombianos nos da derecho de conocer Argentina -el destino hipster latinoamericano-, Filipinas -donde en algunas regiones todavía se habla en español-, Israel -la tierra del niño Dios-, Laos -que sí señores, es un país y no solamente las iniciales de Laura Ospina-, y así con otro reducido número de naciones. Este problema se basa en que como colombianos no sabemos viajar, porque pensamos que los únicos que pueden hacerlo son los ricos y que la fuerza oficinista estará condenada a revolcarse en las playas improvisadas de Cafam Melgar. Nada más falso que eso.

Para viajar se necesita derribar el paradigma de que es costoso. Es verdad, hay que ahorrar y esforzarse para no perecer en el intento. En mi poca experiencia como trotamundos, descubrí que los viajes se deben planear, que la gente espera que viajando se solucione todo o que en el viaje hayan milagros hollywoodenses como que en el camino algunos ancianos nos ofrezcan comida porque nos parecemos a sus nietos. Viajar es renacer, es tomar riesgos; pero como colombianos somos asalariados, acomodados y mediocres, nos conformamos con ver la alegría de otros sin siquiera intentar lo impensable.

Todavía me pregunto de dónde salen tantos mitos urbanos a la hora de pedir la visa: que si uno no mueve la cuenta con abundantes sumas de dinero se la niegan, que si dice que va solo se la niegan, que si duda en la entrevista se la niegan y así. Lo único que deberían decirle a uno es que lleve pantalones que no se caigan cuando le quiten la correa, pues ni a esta ni al celular les dan entrada. Uno saca un mundo de papeles, certificados laborales y bancarios, colillas de pago, retenciones, hasta fotos de uno feliz en Colombia; porque eso sí, si algo debe quedar claro es que uno no piensa quedarse, pues la vida está aquí.

Entender esto me llevó a diseñar una estrategia en redes sociales, tal cual como si fuera una marca. A diario empecé a comentar que me iba de vacaciones, que desde siempre he sido un firme imitador del Pato Donald, que me gustaba Star Wars y en últimas publiqué esta canción y aclaré que en vez de cantar "sueño", cantaba "vacaciones", no vaya a ser que algún cónsul piense que planeo quedarme a ganar en verdes.

Uno se esfuerza por irse perfumado y bañado, trata de comportarse a la altura a pesar de la corta estatura, menciona los países que conoce, alardea de la empresa donde trabaja, enumera su prominente manejo del inglés, y así se vende como colombiano de bien. Yo preferí el lado oscuro de la colombianidad, ese que sin mucho esfuerzo enseña una lección de proporciones bíblicas: la verdad libera. Dije que planeaba viajar, que iba de turista, que escribía como trabajo -que no es lo mismo que trabajar escribiendo- y que conocía México. La visa fue aprobada y ahora me doy cuenta de que no hay peor miedo que el no hacerlo por miedo.


@benditoavila

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