jueves, 1 de noviembre de 2012

Estructura


Hoy estoy escribiendo muy mal. Sin norte, sin estructura, sin saber ni por qué lo hago. Ah claro, para poder pasar la cuenta de cobro y sostener un prestigio que ni siquiera habla de quién soy. El oficinismo salvaje es así, nos compara y forra como salchichas hechas en tanda buscando que no hagamos obras de arte, sino producción en serie. En serie que en serio no quiero sonar a artista mamerto -es como ser hippie con billete-, solo que experimento una turbulencia mental y creativa propias de los mayas, el fracaso emocional, la peste negra, los malentendidos por tuits sacados de contexto, la pobreza en África y por supuesto Samy. Eso es lo fácil, culpar al Alcalde Diamante, nuestra versión local de Sandy.

Son días en los que me devuelven todos los libretos porque o no se ajustan a producción, o están defasados en farsa, o la estructura no está clara. Mando los artículos para la revista y me alegan porque no tienen estructura, porque las ideas están pegadas con babas y los párrafos no cumplen la promesa de la introducción. Me senté a pensar eso y en definitiva, desestructurar la cabeza parece no ser tan bueno como pensaba. He vivido huyéndole a la estructura para comprobar que es necesaria.

Hace mucho dejé de pensar que la vida era un cubo de tres dimensiones y ahora la veo como un caleidoscopio rellenito de aristas por explorar. No soy un sujeto unidimensional, soy un yo que debe acompañarse de miles de adjetivos: el Luis Carlos oficinista no es el mismo al Luis Carlos hijo, ni al Luis Carlos melómano aunque se parezca al Luis Carlos libretista. Todos soy yo, pero ninguno podría resumirme. Lo malo de crecer es eso, que todas las estructuras sociales nos quieren encajar en una sola versión de uno mismo, como si con eso se asegurara un individuo social provechoso que nunca se rebelará ante el sistema. Así no funciona, Gran Hermano.

La estructura tiene esa función: pretender estandarizar el producto comercialmente, pues a nadie le pagan por decir lo que cree tan abiertamente, a menos que sea Fernando Gaitán o Adolfo Zableh. A mí, como todavía me faltan billones de letras por aterrizar, de personajes por crear, de peleas por cazar y hasta de ideas por bajar del cielo -que es en donde reposa la creatividad-, me toca sacudirme la cabeza y el bolsillo para pagar con entregas mediocres los recibos mensuales del Icetex mientras además alimento a mi lindo hijo caba-ñero.

No es resignación ni reclamo, solo que uno una debe confundir su identidad, lo que en realidad es, con lo que hace y como se ve haciéndolo. Ahí empiezan los problemas, cuando uno no aprende que la crítica no es personal ni ataca la esencia del creativo, solo su trabajo mediocre. Entonces no queda más que persistir y aventurarse a esperar la siguiente ráfaga de creatividad divina, de esa que llega en grupos de a 3 y vence a los otros 97 tríos mientras pasa.


@benditoavila

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