lunes, 3 de agosto de 2015

Giro en U

Si estuviera agonizando en una cama y vinieran a pedirme un consejo para la vida, les daría uno y dos más, porque ya para qué: empiecen con lo que tienen, vean Breaking Bad mínimo una vez al año y viajen siempre, sin importar el destino. Pero ya como que ha de quedar poco aire y las conexiones neuronales no darán para más, les encimaría la joya de la corona en forma de ñapa: nunca, muchachos –suponiendo que muera en la ancianitud-,  nunca, pero nunca, vuelvan con una ex.

Esa es mi premisa con forma de mantra: “La ex es excremento”. Burdo para muchos, gracioso para otros, pero la gran mayoría coincide en que hay una suerte de vergüenza cuando uno, por razones que todavía desconoce, se ve otra vez atraído por un poderoso imán llamado “zona de confort”, o lo que en el mundo emocional se llama “cangrejear”.

Lo digo con autoridad moral personal, porque de un tiempo para acá empecé a recibir noticias de varias de mis ex-es. A algunas de ellas les dio por cristianizarse, por cambiar su vida y enderezar el caminado, y en esa medida están en terapia espiritual de redención, donde se supone yo debo estar. No entiendo para qué me quieren en contacto de nuevo, cuando para mí lo mejor que pudo pasarme fue dejarlas ir.

Ahora les dio por agregarme de nuevo a Facebook, por intentar acercarse para simplemente ser amigos, pero si algo aprendí de Friends es que uno no puede ser amigo de una ex, ni debería caerle a la ex de un amigo, y del mismo modo en el sentido contrario. La verdad hace tiempo tengo claro que hay ocasiones en donde uno debe dinamitar los recuerdos, quemar los barcos y destruir cualquier puente hacia la vida pasada.

Eso dice la teoría, pero va uno a ver y la vida es un remake constante, donde terminamos reculando en decisiones estúpidas para volver a lo mismo, a repetir las historias que juramos clausurar en los periódicos de ayer. Es así como en un abrir y cerrar de ojos uno está tomándose un café con una de ellas, y luego en otro abrir y cerrar de ojos la está recogiendo en la casa, donde ya no hay que presentarse ni caer bien; y en otro abrir y cerrar de ojos termina de vacaciones con ella, tomando literalmente un giro en u. Mi triste historia, por si acaso.

Solo quien viaja entiende la importancia de un retorno: una vía alterna que da la opción de volver, de revisar qué pasó detrás, si esos traspiés en la carretera fueron producto de la imprudencia de otro chofer o del afán de uno mismo. Uno hasta piensa en arjonadas así, como tratando de justificarse, pero en el fondo es una trampa emocional. Ahora, también hay que agregar que en esos retornos, que son como la reversa de los caminos, el control Z de la realidad, uno aprende a revisarse, a cerrar ciclos y enterrar fantasmas, todo en función de aprender, pero de fondo hay un miedo por esperar y conquistar lo nuevo.

Reciclaje de la vida es justamente eso, una edición dedicada a mirar el espejo retrovisor no para tratar de cambiar el pasado, pero sí partir de esos errores para aprender a equivocarnos cada vez mejor, que es como realmente se debe vivir. Y a eso sumarle que nunca se debe perder la expectativa de lo que falta por conocer y viajar. Lo digo con autoridad moral personal, porque por mi salud mental, cangrejeé de haber cangrejeado y sin necesidad de estar agonizando. Lo aprendí excrementándola.


Publicado en la Revista Mallpocket del mes de Agosto de 2015

1 comentario:

  1. Bueno, siempre se aprende algo nuevo: "Recular".
    Y sí, yo reculo, o, yo, re-culo... o ambas a fin de cuentas, parecen estar entrelazadas.

    ResponderEliminar