jueves, 5 de febrero de 2015

El Príncipe de Persia

En mi último cumpleaños, recibí muchos regalos inesperados: el cariño de la gente, cientos de menciones y posteos en redes, memes protagonizados por mí, saludos de gente que ahora me dice "Chespiritólogo" y cosas así, de esas que no cuestan mucho pero terminan siento tan efectivas. Y es que creo que a esta edad, tan cerca de los 30, uno empieza a cosechar por lo trabajado, que en mi caso también tiene que ver con las huellas que he generado en las vidas de otros, y viceversa.

Pero entre esos mensajes, no esperé jamás recibir una nota de uno de mis héroes, que cada vez son menos desde que murió Chespirito. En este caso fue el Pastor de mi Iglesia, Andrés Corson, quien a través de un post-it me bendijo, deseándome que Dios me hiciera un hombre de palabra y conforme a Su corazón. Ocasionalmente, tengo la bendición y fortuna de compartir de cerca con él, el mismo al que los medios trolean por ser "el Pastor que curó a Nerú", pero recibir este mensaje fue especial por lo que sucedió unos días después.

Ahora que estoy en la tónica de aprender a fracasar y vivir siendo libre con eso, tengo más tiempo libre, curiosamente, porque el éxito y la fama son una ocupación en sí misma; así que empecé a tratar de llevar una vida de jubilado sin haber vivido, de pensionado que se dedica a esperar pero sin dejar de apurarse para recibir.

En una de esas mañanas callejeras, me encontré con el Pastor y le di las gracias por su mensaje, y me impactó que me miró y se atrevió a preguntarme: -¿Recibió el regalo que le mandé? Yo, pensando que se trataba de un chascarrillo propio de su humor seco accedí a soltar una mini carcajada de complicidad, donde le mencioné de nuevo la nota. Él, de ojos azules y voz gruesa y profunda me miró serio y me dijo: -No, yo le mandé una novia. ¿No la recibió? Oré por eso.

Hasta aquí el chiste pareciera contarse solo, o de hecho pareciera que ni siquiera es un chiste, y creo que así lo tomé, porque no hay nada más tranquilizante que saber que hay alguien que cuando habla con Dios se acuerda de uno. Pero la cosa despegó cuando bajé la cabeza y le dije que no, que de aquello nada, que yuca, paila, naranjas y nanay cucas, aunque no en esas palabras. El Pastor se llevó el dedo índice a los labios, como tratando de hacer una cruz, la misma en donde creemos deben reposar todas nuestras aflicciones. Sin rechistar me miró penetrantemente y me dijo: -Eso debe ser el Príncipe de Persia. Y como el mejor de los figurantes televisivos, desapareció en un abrir de ojos. Y ahí hubo corte de escena. Y fuera del aire.

Para mí, el Príncipe de Persia era el nombre del videojuego ese maravilloso de las clases de Sistemas, y uno de los pretextos para acercarme a los computadores por allá en 1996. Ya han pasado casi 20 años desde entonces, y unas dos semanas desde que terminé de leer "Esta Patente Oscuridad", novela donde el mundo espiritual es el escenario para la batalla de ángeles y demonios. Pues justamente a eso se refería el Pastor, a una potestad satánica que es mencionada en la Biblia en el libro de Daniel y que, según dicen, es el que en el terreno espiritual nos bloquea las bendiciones.

Ahora, esto pareciera no ser una entrada de este blog, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, pero en el fondo sí. No es la primera vez que veo una película y salgo pensando en que el protagonista puedo ser yo, como me pasó con Birdman; pero sí debuto como personaje principal de un libro con el que se me cayeron las vendas de los ojos. Fue un momento epifánico donde sentí que el libro cobró vida, y que esta vez el periodista loco y el pastor ingenuo se encarnaban en mí.

Es que en la tónica de relajarse y "dejar que las cosas pasen" parece que hay cierta mentira parcial, pues en realidad uno mismo es quien debe diseñar los cambios que producirán los milagros; pero también la moralidad cristiana tiene su parte, la misma que nos enseña que haciendo las cosas bien cosecharemos cosas buenas. Con esto está demostrado que no, que hay una guerra espiritual imperceptible donde el hábito y deleite disciplinado de orar cambia el panorama, cosa que uno no entiende así de primerazo.

Uno ora creyendo que el que gana es Dios, pero tampoco. Uno ora es por uno, no para irse al cielo o reclamar ciertas prebendas: uno ora es para que le vaya bien aquí y ahora. Yo suelo agradecerle a Dios por la comida, lo recibido también por lo perdido, pero ahora entiendo que hay cosas que compete pelear de rodillas, y que si uno no está viviendo a plenitud la vida que decidió, algo pasa.

Tal vez esto le sirva a alguien que, como yo, sabe que es hora de recibir algo esperado de maneras insospechadas. Y no sólo en el tema amoroso, que es lo mínimo, me refiero a una plenitud en todas las áreas, de esas que se obtienen tras intensas batallas, dejando músculos desgarrados y pieles con cicatrices espirituales.

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