jueves, 9 de octubre de 2014

Mandos medios

Desde que me lancé a la freelancería acomodada, mi calidad de vida parece ir mejorando: ya no vivo estresado pensando en que me va a dejar el F28, ni llevado de la gastroenteritis por comer porquerías en la calle. Ahora trato de viajar en horas valle -que a ciencia cierta parecen no existir, porque Transmilenio va igual de lleno a toda hora-, y me movilizo selectivamente, saliendo de a poquitos. Debo confesar que esta Fiebre de las Cabañas se hace real no solo digitalmente, sino en mi vida cotidiana cuando empiezo a disfrutar el encierro y la ausencia de contacto.

Así que cuando vienen los neófitos empleados a pedirme consejos, como maestro Yoda del oficinismo que soy, les resumo todo en uno solo. Bueno, en dos: renuncien a su trabajo para perseguir sus pasiones, y el más importante: jamás peleen con la señora de cafetería ni con el guardia de seguridad. Es en serio. Eso asegura el éxito en cualquier empresa, porque detrás de esa María que ofrece agua y tintos, o de ese vigilante del que solo sabemos que se apellida Alba y es hincha de Santa Fe, se esconden los secretos más profundos de la humanidad.

El mundo está en manos de los mandos medios, de esos que nos ayudan en la casa con tareas que pordebajeamos pero que son vitales. Son los mismos que nos reciben el tiquete de parqueadero, nos sirven la comida en los restaurante, nos radican y sellan las cuentas de cobro. En esas manos reposa nuestra paz mental y financiera, y está bien que así sea, porque está claro que a más de un profesional le hace falta recordar que hay técnicos, tecnólogos y bachilleres que sostienen la pirámide, y que es por ellos que puede escalar y soñar con seguir engordándose los bolsillos gracias al ascenso que obtendrá tan pronto llegue de hacer su maestría en el exterior.

En mi época oficinista vivía insuflado de ira con los ejecutivos y levantado wannabe que levitaban, que exigían que cualquier interpelación hacia ellos fuese precedida de "doctor", que eran capaces de humillar a sus empleados cuando percibían que "olían a manteca" o cuando estos les exigían revisión de sus maletas, como su trabajo lo demanda. Pasaba mis días viendo cómo después de que trapeaban el piso con ellos, estos mandos medios eran obligados a volverse insensibles y a añorar con todas las fuerzas poder tener un peón debajo con quién desquitarse.

En parte, haber estudiado y trabajado con gente que tiene linaje de expresidentes me hizo valorar mi sangre muisca, porque soy hijo de un par de guerreros que al romperse el lomo por mí, me enseñaron que no merezco estar donde estoy, así como tampoco podría alardear de donde voy a llegar. Esta es mi vacuna en momentos de éxito mental, autorecordar que yo también fui practicante, que aunque disfrute viajar por el mundo, todavía tengo aliento a coca de almuerzo preparado la noche anterior, y a mucho orgullo.

Soy yo el afortunado cuando María, el señor Alba y todos los mandos medios que he conocido me dan la bendición de conocerlos, porque si de algo me sirvió haber pasado por una Universidad y por una Iglesia, ha sido para confirmar que es mejor estar debajo de quienes están debajo, porque solo a través de esos actos aparentemente ridículos es que está la sabiduría y la grandeza.

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