jueves, 23 de octubre de 2014

La misma cara del papá

La gente se me ríe en la cara cuando les confieso que mi sueño es ser padre de familia. Me dicen que soy un moralista, que no vivo en esta era y que hasta parezco un Susanita en versión macho alfa; y probablemente tienen razón. Mi fuerza está en ser diferente, en pensar todo lo bueno, honesto y opuesto. Por eso es que vivo trasnochándome pensando en esas vainas que ya no se usan, como montar y cuidar de una familia, ahorrar, no endeudarse de a mucho y crear un ambiente para que los cercanos lleguen a ser lo que quieran en la vida.

No puedo negarlo, tengo un delirio de patriarca local que espero concretar cuando me reproduzca y logre dejar un legado en mi descendencia, haciendo lo que según Daniel Samper Pizano todo buen hombre debe hacer: educar a sus hijos y malcriar a sus nietos. En mi caso, mi sueño de ser padre viene en contraidentificación, porque crecí en un hogar de papás divorciados a los que ya no juzgo, pero de quienes aprendí las cosas que no se deben hacer.

Mi familia fue un campo de pruebas donde aprendí a enfrentar la vida real, siempre pensando que se podía vivir mejor. Y aquí no quiero sonar resentido, porque si hay titanes a los que admiro son a mis papás; pero dentro de mi deseo de paternidad viene escondido un trauma masculino encarnado en el hecho de ser el primogénito. Uno no sabe si es una bendición o una maldición ser el que inauguró la fábrica, pues además de tener que dar ejemplo a los que vienen en la fila, se carga con las expectativas y los sueños de aquella pareja primeriza que embulle en uno también sus miedos y temores. 

Sé de lo que hablo al ser hijo mayor, heredero de un apellido y de un nombre que empezó mi abuelo, recibió mi papá y sufrí yo. Llamarme igual que mi papá fue solo el inicio de mis traumas, pues siempre representó ser la versión junior suya, aunque para él siempre ha sido el mayor acto de amor y orgullo varonil no solo que su primer hijo se llame como él, sino que tenga su misma cara. 

Ya he hablado muchas veces sobre mi papá, pero me ha faltado confesar que procuro no publicar muchas fotos de él para que no vean en lo que me voy a convertir; no porque me avergüence, sino porque prefiero dejar más cosas a la imaginación y a la espiritualidad azarosa de algo que puede cambiar. Tampoco he dicho hasta ahora que toda la vida quise ser como mi papá, y debe ser por eso que cuando crecí viéndolo en su trabajo como jefe de entretenimiento, líder social y hasta maestro de ceremonias, me fui inspirando para escoger la carrera que escogí.

Pensaba en esto en pleno Mundial de Fútbol, mientras veíamos la final y hablábamos de futbolistas favoritos, siendo el de mi papá Pelé y el mío Maradona. Mi respuesta fue tajante, porque recién algunos días había vuelto a ver el documental de Kusturica sobre Maradona, donde uno ve al Diego llorando conmovido, contando que está seguro de que si no hubiera tomado tantas malas decisiones (con las drogas), hubiese sido más grande (con sus hijas).

Desde entonces esa fascinación por el personaje de Maradona ha estado en mi inconsciente, y no supe por qué hasta ahora, donde entiendo que es porque me acuerda de mi papá: por el fútbol, pero también porque es un héroe caído, un guerrero de betún en cara que sabe sacudirse el polvo ante la adversidad y eso lo hace merecedor de admiración ilimitada.

Cuando uno madura se da cuenta de que los papás también cometen errores, y que a pesar de todo eso siguen dando la pelea por uno; eso me impacta de mi papá, que aunque es un hombre que no llegó a ser todo lo que pudo, estoy seguro que terminará la historia siendo un 10 histórico y bárbaro, un Anakin Skywalker redimido del Lado Oscuro de la Fuerza.

Quisiera usar esta entrada para contar que voy a ser papá o algo así, a manera de giro dramático, pero no. Las noticias no cambian, lo que perdura es esa moral retorcida de guionista, la misma que me lleva a admirar lo excéntrico y desproporcionado como material creativo, y a darle gracias a Dios por la vida que me tocó. Esa moral será la misma con la que me juzgarán mis hijos cuando tenga que pedirles perdón por embarrarla y así comprueben que en gran parte soy lo que su abuelo me enseñó.

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