viernes, 27 de junio de 2014

Me perdí el Mundial

Con todo esto de la freelancería, aquella bella práctica de prostituir el talento con varios clientes, sin mucho compromiso y a cambio de pagar recibos e icetexes, no me ha quedado tiempo para escribir. Eso, y además Colombia en el Mundial, un suceso que francamente me perjudica la concentración y hasta el ánimo.

Es que eso es lo que me gusta de los Mundiales, que despiertan ese lado deportiva de la cual carezco. Y como la gente lo ve a uno aficionado al Mundial, asumen que uno es un experto del balompié, que sigue la Champions o algún equipo en particular. Lo mío es más la mediocridad, el subirse al bus de la victoria por la puerta de atrás, sin pagar y además a pedir silla. Eso me pasa con la gente de la nueva oficina, quienes me preguntan por probabilidades, estadísticas y hasta técnicas, a lo que yo respondo como si supiera de lo que hablo, confundiéndolos y sintiéndome un Carlos Antonio Vélez menos arrogante y mucho más lindo.

Cuando me enteré de que la sede de esta Copa del Mundo sería Brasil, honestamente pensé que debía ir. Pero con el paso del tiempo, se volvió una de esas intenciones postergadas que de año en año se fueron aplazando hasta que llegó el día en que un amigo me contó que se largaba para Sao Paulo, que ya tenía todo listo y que si nos íbamos. Me emocioné por él, y no tanto por mí, porque estaba a punto de ser contratado en un proyecto y no podía dejarlo colgado de la brocha, al proyecto, así que le di mi bendición sacerdotal y lo mandé como corresponsal de mi alegría.

El tipo ha seguido a Colombia en Belo Horizonte, Brasilia, Río de Janeiro y además ha conocido gente de todo el mundo. No lo envidio, porque lo mío esta temporada es quedarme quieto, facturando a punta de teclas y escritos de todo tipo;  pero no puedo negar la desazón que me generó el día en que me contaron que el proyecto por el cual me quedé se cayó, y que gracias, que la puerta es por allá, te llamamos cualquier cosa y esas frases que también me han dicho mis exnovias cuando me terminan el contrato de manera intempestiva.

Pues es eso, que uno le apuesta a decisiones en la vida, a sabiendas de que debe decirle que no a otras opciones, y que el riesgo de fracasar también está latente. Nunca suelo echarme culpas cuando escojo mal, porque con la angustia de quedar desempleados que tienen en esta oficina basta; pero sí pienso en que todo en la vida es aventura, y en que no hay manera de aprender si no es embarrándola alguna vez.

Ahora que soy el Diego Costa de las decisiones laborales, me da vergüenza pensar en las otras ofertas a las que les dije que no, porque nadie quiere trabajar con gente indecisa y que luego llama a preguntar si quedó pega del banquete al cual lo invitaron. Lo nostálgico crece mientras tecleo en el computador de la oficina en desalojo, donde puse mis expectativas y opciones, pero también donde vi fútbol todo el día. Fútbol mundial que se parece a la vida, donde nadie sabe lo que se viene pierna arriba detrás de una decisión aparentemente infortunada, ya sea una renuncia o hasta un mordisco.

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