jueves, 12 de diciembre de 2013

El fin de las vacaciones

Cuando la abrazoterapia va terminando y se escuchan los últimos sollozos, el profe sabe que es tiempo de repartir los pañuelos. Esta vez está ocupado, sosteniendo la cabeza del muchacho que vende churros mientras le da cauce al mar de lágrimas que tiene en su hombro. El profesor le hace un gesto a la niña de confitería, la misma que de cuando en vez ha tenido que entretener a los niños que visitan el parque. Diligente, ella reparte finos pañuelos de tela almidonada, forrados todos con un lazo negro.

Los empleados están de luto. Uno de ellos, el encargado de los juegos de feria, va mirando las fotos de tiempos de antaño, cuando la gente reía mientras perdía con sus juegos, diseñados todos para que el parque siempre ganara. A él se le suma la niña de la taquilla, quien le pide prudencia ante los dummies. Esos sí que la han sufrido con la noticia, pues aunque muchos creerían que el trabajo de fundirse en un traje felpudo y perder hasta la última gota de sudor en él es fastidioso, ellos se daban cita con los niños de la guardería con la mejor de las energías, todo antes de que ocurriera el siniestro.

Dicen que fue un extraterrestre, un artefacto de Lucifer que para muchos tomó forma de cerdo diabólico. Nadie sabe. Nadie da cuenta de eso, lo único cierto es que un destello fulguroso subió del suelo y penetró en las mentes de los humanos, quienes lentamente empezaron a olvidar el significado de las vacaciones. Todo fue paulatino: primero dejaron de verle gracia a los carros chocones y a la rueda de Chicago, luego olvidaron a qué sabe el algodón de azúcar y lo peor fue cuando dejaron de reír.

El profe rememora ese discurso cerca del féretro, el cual reposa en medio de la oficina de su oficina de administrador encargado, la misma que servía de comedor y dormitorio para empleados cuando el parque estaba en temporada de alta demanda. Siempre sabio, el profe recuerda que en la radio decían que las vacaciones eran no tener nada que hacer y disponer de todo el día para hacerlo. El de los churros no puede evitar llorar de rodillas, mientras la de confitería le pasa una insípida chocolatina que le sabe a nostalgia.

Tiempo después, dicen que la de confitería se dedicó a trabajar en una oficina; el de los juegos de feria siguió su carrera de estafador como abogado y la niña de la taquilla ahora es gerente de operaciones de un banco. El de los churros ahora es actor, según parece. Nadie supo qué pasó con el profe, el duro. Dicen que nunca pudo soñar un mundo sin vacaciones ni diversión y que por eso tomó la vía fácil: se fue a trabajar en la tierra de Mickey Mouse.


Publicado en la Revista Mallpocket 

No hay comentarios:

Publicar un comentario