miércoles, 21 de agosto de 2013

Mala memoria

Con el pasar del tiempo empiezo a sentir que mis súper poderes tradicionales están en proceso de reinvención. Ya conté que desde que me visitó la gastroenteritis no puedo volver a ser el pollo finquero de siempre; pero ahora tengo otro problema, y es que estoy perdiendo la memoria. No hablo de andar ocupado pensando en otras cosas, ni de frases mañé como esa que el infiel promedio reza: los caballeros no tienen memoria. Hablo de la amnesia temporal, del inexplicable borrón de recuerdos colectivos sin razón.

Hace mucho tiempo empecé a sospecharlo, pero preferí olvidarlo también. Creí que era la maduración de mi ya conocida memorización selectiva, que en pocas palabras traduce que me acuerdo de lo que quiero y ya. Me afecta, porque uno va por la vida construyendo recuerdos con las personas, quienes los atesoran y guardan en sus memorias, pero para mí ni siquiera son episodios borrosos, sino inexistentes.

Me di cuenta de esto hace unos años, cuando me encontré con gente del colegio que fielmente me recordaba las travesuras y demás matoneo que perpetré. No me acuerdo de nada. Después vinieron los encuentros con la gente de la universidad, donde más o menos guardo en mi cabeza colores y pantallazos con los colores de Facebook, pero nada concreto.

Lo confirmé hace un par de meses, cuando una amiga me recordó que comimos chocorramo en un parque. Para mí sigue siendo un enigma. Luego estuve en un cumpleaños, donde todos recordaban con claridad lo que sucedió el año inmediatamente anterior, pero a mí me costó mucho trabajo. También me pasa cuando me reencuentro con personas y en conversaciones sacan a colación supuestas frases mías de otras épocas, diciendo que las aprendieron y oyeron de mi propia boca. Quisiera que los que aprendieron algo de mí vinieran y me lo enseñaran de nuevo, porque ahora hasta lo aprendido está embolatado.

Ahora soy un homenaje al protagonista de Memento: vivo con una agenda escribiéndolo todo. Y cuando no la tengo a la mano, tuiteo. Y cuando me recuerdan recuerdos, redundantes para ellos pero frescos para mí, solo puedo quedarme callado, pensando en que tengo que escribirlo todo. Ahí recuerdo que por eso empecé este hijo bobo al que llamo blog, para que no se me olvide la razón de por qué hago lo que hago, pero hay cosas que prefiero dejar ir, como ciertos elementos del pasado, o sea de ayer.

Es duro, pero tengo memoria de protagonista de programa unitario: no tengo continuidad, resuelvo los problemas en cada capítulo y al siguiente sigo como si nada, confiando en que el guion no me va a llevar a repetir algo que ya vieron todos pero yo olvidé. Me da tristeza, porque quisiera seguir siendo ese vademécum de sabiduría pop cristiana, pero el cerebro parece no darme para tanto.

Me acuerdo (aunque no tengo derecho a usar este verbo) de Funes el Memorioso, quien no olvidaba nada. Quisiera tener una cabeza así, con una mente envidiable. Luego recuerdo al tipo de Una mente brillante  y pienso que es mucha responsabilidad. Avanzo, trato de atar cabos y concluyo que de meterle tanta información a la cabeza sólo queda la amnesia, cuando el sistema se atrofia para beneficio propio.

Suena contradictorio, pero es real. Tan solo recuerdo que alguna vez le pedí a Dios que me ayudara a dejar el orgullo, a dejar de alardear de mis logros y a perdonar a los que me lastimaron. Parece que su respuesta llegó en forma de mala memoria, la misma que Él usó para olvidar mis malos ratos y que me dio para avanzar en la vida.

2 comentarios:

  1. Esa MALA MEMORIA que mencionas en el último párrafo me trajo a la mente esa canción de Rescate. Es una manera efectiva para traer recuerdos.

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