miércoles, 27 de marzo de 2013

Serendipity

No hace falta salir a la calle para respirar el aire de rencor en el que vivimos. Basta con leer los foros y opiniones de distintas páginas para comprobar que en los desahogos digitales hay una suerte de satisfacción, lo que no somos capaces de lograr en la vida real. Es a lo que nos arriesgamos cuando opinamos, damos percepciones y hasta escribimos en nuestro propio blog, que en mi caso es como un hijo, un hijueblog. Esto no es un reclamo, ni una sacada de espina, es algo en lo que pensé esta mañana en el Transmilenio: la gente dice las cosas de frente, pero de frente a la pantalla.

Lo pensé justo cuando me encontré en una estación de Transmilenio a una cristiex, de esas con las que uno termina arrejuntado cuando nadie más responde el Messenger (sí, es una historia vieja), de esas que nunca fueron nada concreto, pero en su momento fueron objeto de oraciones y confirmaciones; de esas inmaduras atracciones producto de los faltantes más no de los propósitos definidos. No lo digo desde el resentimiento, porque habitualmente la he encontrado y nos hemos saludado con la madurez respectiva. Esta vez fue diferente, pues estaba en compañía de su novio recién llegado del exterior, quien estoy seguro sabe quién soy y fui, si es que vale la pena mencionarlo.

Fui el más feliz cuando a finales del año pasado me contó de su nueva relación, de su poco convencional forma de adquirir el compromiso en un aeropuerto, de sus viajes y sus aventuras en pareja. Tal vez por eso me sorprendí cuando nos encontramos los tres, en uno de esos episodios donde el accidente resulta comprobablemente feliz. No me sorprendió que el tipo no me saludara, porque no tenemos nada en común además de la propia existencia. Me asombró fue que no la dejó acercarse a mí, como en un intento de marcar territorio con abrazo y rumbiada en frente de mis ojos.

Es entendible, porque cuando se está frente a un macho alfa hay dos opciones: o se le enfrenta para limar los cachos, o se le evade desde la represión. El tipo prefirió evadirme, no sé si por los 20 centímetros de estatura que nos separan (y en teoría son ventaja para él). También optó reprimir...la, pues ella fue quien con un lejano mohín se limitó a saludar y despedirse en un mismo acto. Lo seguí con la mirada y pensé que en algún momento de la vida hubiera hecho lo mismo: usar una mujer como objeto de conquista y afrenta a los Adonis que podían estarme presenciando. Fue un regreso al colegio, donde uno podía presumir de tener novia bonita y hasta se atribuía esa belleza a sus propias acciones, como si fuera bonita por uno.


Me contuve y traté de escapar del incómodo cuadro, con tan mala suerte que ellos tomaron el mismo bus, y debido a la cultura de la Petrólolis (basura humana y humanos basura), debimos entrar los tres por la misma puerta, en un intento del destino (¿?) por unirnos una vez más. Dentro del bus, el tipo me dio la espalda, porque ni siquiera fue capaz de mirarme, la corrió con su cuerpo hacia otro lugar, lejos de mí.  Llegamos y él la sacó de la mano, con sus dedos entrelazados y al mismo tiempo apretados, tal como me imagino que estaban sus dientes.

Al final recordé el concepto Serendipity: aquel accidente que produce felices resultados. Y fui feliz al ver eso, no porque sienta algo hacia ella o quisiera ir a pelearla, sino porque por fin reaccioné desde el silencio, desde la comodidad de subir los hombros y sonreir mientras se sigue derecho. Me sentí satisfecho porque sabía que llegaría a la oficina a escribirlo, a buscarme lío contra la pantalla, a reflexionar en mis movidas. No es un acto de cobardía, es astucia aplicada, porque las palabras y las reacciones valen más en cuanto nutren la estrategia, más no la desvirtúan.


@benditoavila

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