jueves, 14 de junio de 2012

México lindo y querido

La vida está llena de decisiones que uno toma en caliente, sin pensarse mucho y producto de impulsos instintivos. También hay decisiones que uno suele meditar un poco más detenidamente, pero esas a veces carecen de emoción. He tomado de ambas, pero sobretodo he tomado gaseosa de toronja para suavizar el picante de unos tacos al pastor en la Ciudad de México. No me piqué mucho porque también tengo un buen olfato de supervivencia ante la comida desconocida.

Después de la primera mordida uno siempre debe inhalar un poco de aire, como si fuera un cigarrillo alimenticio relleno de carne con cebolla. Pero más aire tuve que inhalar y exhalar en señal pacifista tras recibir el regaño por parte de la producción del evento, quienes no vieron con buenos ojos que me bajara de la camioneta que nos llevaría al Royal Pedregal tan solo para comer tacos callejeros, cuando en dicho hotel contábamos con 580 pesos de viáticos diarios. Yo no podía engañarme: para conocer realmente una ciudad uno debe recorrerla, comer en sus calles y oír a sus habitantes. Siempre supe que si tenía la oportunidad de viajar no me encerraría en una habitación, ni esperaría cumplir con lo políticamente correcto.

No fue el primer roce que tuve con los de Televisa, pues la primera noche también me amonestaron por llevarme a turistiar conmigo a una parte del grupo de expertos que íbamos a la grabación del homenaje a Chespirito. En mi defensa, puedo alegar que fue sin querer queriendo: primero nos dijeron que teníamos el resto de la noche libre, y yo obedecí gustoso. Y sí que valió la pena, pues aparte de comprar los respectivos souvenirs en La Meca del chespiritismo, conocimos varios centros comerciales, calles, estadios aztecas, avenidas Insurgentes y así.

La verdad es que tan solo fueron ese par de insignificantes impases, porque el resto de la semana la estupenda producción encabezada por Rubén Galindo hizo que todos nos sintiéramos locales y unidos como un mismo país. Compartí con personas de toda América Latina, todos con experiencias propias y locales que se reflejaban en la universalización de un fanatismo por los programas de Chespirito. Todos de diferentes contextos pero tan cercanos, de diferentes edades y generaciones, pero a la vez tan unidos por el poder de la televisión, de un programa y unos personajes emblemáticos y casi rituales.

He vivido toda mi vida en Bogotá,  y desde que tengo memoria he visto cómo mi ciudad ha sufrido por culpa de los múltiples problemas de movilidad. Viajar a otra ciudad me hace pensar que allá todo será diferente: y sí, todo fue peor: el problema de movilidad de Ciudad de México es proporcional a su desfasado tamaño. Si aquí lloran por el pico y placa aritmético ininteligible, allá no saben siquiera de soluciones. Debíamos llegar a las 8am hora mexicana al Auditorio Nacional, que queda a escasos 20 minutos del Perisur, pero tal parece que todo lo malo que pueda pasar en Ciudad de México es en parte culpa del tráfico, así que nadie objetó regañarnos por llegar una hora después. En México la costumbre es posponer todas las citas, pues no hay compromiso que se programe sin tener en cuenta el tráfico.

Aquí sufrimos con el millón y medio de vehículos que circulan entre los casi nueve millones de habitantes. Allá un taco de autos no es fácil de tragar, pues por más picante que tenga, un trancón bogotano no se le compara a uno integrado por los casi cuatro millones de autos repartidos en 24 millones de habitantes, sin contar con los seis tipos de taxis que circulan a diario.

Como las ciudades también se conocen recorriéndolas a través de sus sistemas de transporte, estuve en el Metrobús mexicano, que es como un Transmilenio pero notablemente más barato. Los mexicanos, y en general los latinoamericanos que conocí, no podían creer que en Bogotá se pagara casi un dólar por solo un trayecto de bus cuando allí se podía con 5 pesos mexicanos (600 COP) interconectar Metrobús, Subte y recorrer la ciudad a través de la Avenida Indios Verdes o la Insurgentes. Allí la cosa parece estar mejor armada, pues lo primero que tuve que aprender es que hay puertas a las que no debo acercarme, mucho más cuando son exclusivas para mujeres. Allá sí se respetan y se hacen respetar los espacios exclusivos para mujeres o discapacitados. Recuerdo que el bus se detuvo y hasta llegó un policía a sacarme para que entrara por la puerta de hombres, pues estando adentro tampoco permiten desplazarse a otra zona del bus.


Tenía este texto enlatado, pero esta mañana vi un pedazo de María la del barrio y me di cuenta de que gracias a la televisión mexicana todos hemos osado llamarle a la Ciudad de México el DF, así como logramos aprehender expresiones como la prepa, chido, et al. Eso me confirmó que sin importar el tiempo que haya pasado desde aquel viaje, mi responsabilidad es dejar claro que como turistas colombianos creemos ingenuamente que afuera las cosas sean mejor, que creemos que nuestro país es una vergüenza y que nuestros problemas citadinos deben enmarcarse; pero no del todo, hay países que también se rajan en lo que nosotros ya tenemos colonizado. No tengo claro en qué, pero lo cierto es que es tarea del colombiano encontrarlo.


A mí, un admirador a ultranza de Chespirito no hubo algo que me emocionara más de mi viaje a México que ver a un mexicano radicado en Guatemala cantar con los ojos emparamados esta canción, que a mi modo de ver resume el amplio patriotismo que sienten los manitos por sus tierras. Si tuviéramos que profesar el amor por Colombia, por Bogotá, no tengo claro qué sonaría, pero estoy seguro de que la cantaría con fuerza.



@benditoavila

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