martes, 13 de diciembre de 2011

El Vaquero Vásquez

En un recreo de 1996 me hablaron de un rockero que tenía un ojo de vidrio, se había sacado las costillas y además presumía abiertamente de ser satánico. Fui a mi casa y le conté a uno de mis tíos, quien riendo y crujiendo los dientes sacó un disco que hasta la fecha nunca he tenido frente a mis ojos -y oídos- por más de 2 segundos: Antichrist Superstar, del polémico Marilyn Manson.

Ese día mi vida se partió en dos. Recuerdo que pensé que era algo excesivo y macabro, aunque yo presumía de ser un guerrero todoterreno, tal cual El Chavo del 8 a los 8 años. Ese día de diciembre fue la primera vez que sentí pánico real y tangible, pues recuerdo que desde ahí desarrollé una fobia enfermiza por Manson, por su imagen, su música y todo lo que conllevara su fétido nombre. Era tanto mi temor, que dejé de salir a la calle, al baño y evité por completo estar solo toda esa temporada de vacaciones a sabiendas que la había esperado con vehemencia.

En 1997 vivía en un 5° piso. Recuerdo que si quería salir al parque, debía bajar los cinco pisos completicos y sin detenerme, pues en la quietud oscura habitaba Manson. Si lograba bajar a toda prisa veía la luz de las zonas comunes al final del edificio, pero si me rendía sabía que Manson me tarerearía su música al oído y me haría llorar del terror en una esquina.

Mi estrategia para no enloquecer en el encierro fue memorizar las rutinas de los del cuarto piso: el vecino salía a trabajar tipo 9 am y yo, sin importar el estado de mi piyama, salía corriendo a escoltarlo en las escaleras, pues nunca sería capaz de decirle que no podía bajar solo. Días de experiencia me enseñaron a bañarme y vestirme en tiempos récord, costumbre que conservo hasta esta era. Lo mismo pasaba cuando lo veía llegar por la portería: sin importar la hora de la tarde, si el vecino subía, yo me obligaba a ir tras él, pues lo veía como el pasabordo hacia la paz de mi hogar.

Me cansé de vivir atado al horario de otro, así que desarrollé la estrategia más inteligente: bajar las escaleras cantando o silbando a la mayor velocidad posible; pero después de varios tropezones en el piso 2, donde vivían unos mormones que me regalaban quipitos, decidí enfrentar ese miedo que la Revista Dini me alimentó al poner una foto del suso-dicho (Si Suso hubiese existido para la época, yo ahora sería asesino en serie) entre sus páginas. Empecé a salir haciendo de cuenta que nada me afectaba, pero las noches sin dormir empezaron a pervertir las rutinas de todos con los que vivía, con mi familia para ser más exactos.

Fue ahí cuando mi madre tomó la decisión arbitraria de llevarme a un pequeño lugar en la Autopista Norte con calle 146, espacio que en la actualidad es un motel con fachada de club llamado Nápoles. Allí conocí a Ariel, un Pastor que puso una mano en mi hombro (recuerdo que era la única que tenía porque era manco) y me dijo que debía renunciar al miedo tan pronto como fuera niño, porque de adulto este me iba a poner tropiezos para todo lo que intentara hacer. Salí a casa con un colorido casete entre el bolsillo, una grabación que conservo hasta la fecha y que tras infructuosos procesos de búsqueda, encontré en versión bizarra en YouTube:



El Vaquero Vásquez y su clásico "Venciendo el miedo" eran el grito desesperado de muchos niños- cristianos o no-, que temíamos con revisar debajo de la cama, dentro del armario y hasta escarbar en nuestras conciencias porque no queríamos encontrarnos con nuestra propia frustración. Eran otras épocas, donde el teatro y las representaciones en playback eran lo único que los cristianos podían aspirar a hacer. Confieso que si fuera niño en esta época y me abordaran para curarme el miedo con algo como esto, los abofetearía. Eran días limitados, pero con mucha pasión por cambiar el futuro.

Recuerdo que escuchaba ese casete en la mañana, mientras desayunaba, cuando me bañaba con la puerta abierta, en medio del almuerzo, antes de acostarme, entre cobijas y en cuanto momento pudiera. De hecho, esta fue la temporada en la que dejé de oír Colorín Colorradio porque la historia de un perro miedoso era perfecta para mí: otro perro miedoso.



Después de recibir esta inyección de fe, empecé a enfrentar mis temores y a crecer -en el interior del mi corazón, claramente-. Creo que un niño con miedo es reflejo de una sociedad inestable que no ha sabido protegerlo o que en su defecto, no ha ofrecido un escenario con los fundamentos para que el infante descubra su personalidad y demás virtudes.

Después del párrafo patrocinado por Gilma Jiménez, no queda más que recordar esos pasillos oscuros, esos apagones de conciencia y demás esquirlas de intimidación que la infancia nos deja incrustadas. El miedo será algo que siempre enfrentaremos, pero entre más rápido salgamos de ahí serán muchas las oportunidades que se podrán aprovechar.

Le tuve miedo a Marilyn Manson, a la canción de Los Victorinos, al opening de un programa llamado Monstruos, a los perros grandes y a la soledad. Va uno a mirar atrás y el Vaquero Vásquez tenía razón: el miedo hay que expulsarlo y no ocultarlo detrás de valentías infantiles, porque cuando uno crece se da cuenta que lo que no hizo de niño dificilmente resolverá de grande.


@benditoavila

2 comentarios:

  1. Son discos que escuché durante la infancia, maravillosos y creativos, no sé a qué te ferieres con "decadente", por cierto el nombre correcto es: "Las aventuras del vaquero Vázquez" (con "Z")

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  2. Son discos que escuché durante la infancia, maravillosos y creativos, no sé a qué te ferieres con "decadente", por cierto el nombre correcto es: "Las aventuras del vaquero Vázquez" (con "Z")

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