lunes, 8 de agosto de 2011

Puño y pata gospel

Una de las libretistas que conozco y más admiro -porque uno admira gente que jamás tendrá cerca-, me dijo alguna vez que las grandes hstorias parten de contarse sencillas y aisladas para luego imbricarse en una madeja dramática: que es más fácil pensar en hechos y personajes suelticos para luego interconectarlos con el universo planteado. Este ha sido un tiempo donde he podido accionar tal premisa en mi vida real, pues nuevamente entra el Deux ex machina a hacer de las suyas conmigo. Digamos entró, porque los sucesos del pasado fin de semana han sido dignos de plasmar.

De un tiempo para acá he visto mi giro hacia la efímera fama cristiana. Nunca esperé hacerme reconocido ni famoso, tampoco es que lo sea, pero en estas últimas temporadas varias personas me han hecho sentir su respeto y admiración con gestos, buenas palabras, souvenirs de Chespirito, libros, música, manillas VIP para Bogotá Gospel y hasta pocillos con la cara de Homero Simpson. Eso y la fama no son lo mismo, pero el hecho de empezar a surgir como líder de opinión cristiano -ojalá no como Moisés Angulo o Yuri- me ha llevado a reflexionar sobre la responsabilidad que La Fiebre empieza a adquirir.

Ya le he cumplido mi promesa al divino baby: hace una entrada prometí abrir mi cuenta en Twitter con la responsabilidad de nunca parecerme a Uribe. No quiero ser tomado como una otrora gloria del balón que se dedica a despotricar de quienes lo admiran y hasta apoyaron, así que desde @benditoavila he decidido tuitiar, trinar, reflexionar y hasta cuanto verbo eufemista queda para decir las cosas que o se me ocurren o me apropio. El punto es que desde mi Twitter y gracias a él logré una aclamada manilla azul para ver en platea al mero mero, al real Man, al que para mí es como un Joe Arroyo pero cristiano: Marcos Witt.

Justo cuando el panorama está casi resuelto, las cosas pueden cambiar estrepitosamente. Ese para mí es Dios, alguien tan sorpresivo como abrumante, que siempre ofrece cosas tan nuevas como a él se le pueden ocurrir. Nunca me hubiera imaginado que faltando tan solo dos minutos para irme al Simoncho, mis dos hermanos menores -apáticos cristianos de lobby-, decidirían ir al evento cristiano masivo y gratuito más grande del continente al que yo me dirigía. Eso implicaba tomar la decisión de dejar atrás las prebendas y los privilegios que pensaba me merecía, así que haciendo de tripas corazón salí a la calle dispuesto a engalanar de alabanzas el parque aquel, claramente desde el burdo gallineral.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba en una de las simuladas gradas del Simoncho rodeado de varias personas con quienes decidí disfrutar mi asilo ministerial. Allí jugamos, reímos y hasta charlamos de vanalidades como la estatura de algunos cantantes y lo difícil que es para mí siquiera ver una camiseta cristiana en alguien que la porta con indecencia. La gente no debería tener camisetas con versículos bíblicos que ni siquiera conoce, pues da grima ver gente de ropa con pescaditos e ixoyés como accesorios haciendo gala de lo galas que se ven.

Me controlo y me recuerdo a mí mismo: No soy Uribe. Hago planas mentales con estas líneas mientras recuerdo la hazaña de anoche, aquel regreso a los ruedos gospel y a las reparticiones preadolescentes de camándula, puño y pata al son de coros que proclaman a Jesús. Es real, el pogo cristiano existe, así como el mosh cristiano, el reggaetón cristiano, el club de solteros para cristianos, entre muchas otras categorías. Llevaba varios años sin romperme la crisma en el nombre de Jesús, pero anoche valió la pena solo por lo que terminó sucediendo minutos después.

Bogotá Gospel es un evento con tan solo cuatro años de antiguedad. Representa un esfuerzo inmenso de concejales, gente cristiana en altas esferas y muchos otros que le han apostado a que los cristianos tengamos en espacio en el Festival de Verano de la capital. Lástima que versiones anteriores se vieron empañadas con la presencia de Sammy el Heladero, quien fue el que aseguró que en su mandato este espacio existiría o dejaría de ser Alcalde. No tengo más comentarios sobre el particular.

El punto no es despotricar -cero y van tres-, lo realmente neurálgico es que la Biblia dice que donde hay dos o más que se reúnan en su nombre Él se manifiesta. Ayer nos reunimos más de cine mil personas, pero justo al lado de nosotros habían 15 particularmente curiosas: esa modalidad subversiva de cristianismo hipster que se ocupa solamente de golpear y dárselas de golpeadores como pretexto para no enfrentar a Dios cara a cara. Ayer, personajes de esta calaña se volcaron sobre mi parche -ya hablo como ellos- a buscarnos lío; y como a mí me encantan los retos debo decir que enfrentamos las cosas con una forma inusual de ultraviolencia.

Ante la mirada atónita de mis hermanos -punkeros en plena rehabilitación-, nos unimos a levantar las manos. Sí, justo cuando se abalanceaban sobre nosotros para trinar a pata a nuestras amigas -y no por tuiteras-, sale la banda de nuestra Iglesia a tocar. Con los ánimos arriba, los taches aún más en alto que nuestras propias manos, vimos cómo ese escuadrón de ralea con cara de fanáticos de Alison bajó la guardia. Nos miraban de lejos mientras nosotros lo hacíamos de reojo: cerramos los ojos, adoramos a Dios y tras un paso de tiempo fue increíble ver que éramos ahora una isla en la mitad de la plaza, isla observada por miles de ojos desarmados ante sujetos que queríamos impactarlos con nuestra forma de acercarnos a Dios.

Llegó el momento culmen cuando Marcos salió a tocar. Para ese momento, la manilla azul que me aseguraba el acceso a la tierra prometida importaba poco, pues no hay nada que me haga más feliz que rayarle la cabeza a quienes me observan, me siguen y hasta me admiran. Esto es lo que hay: tuitazo limpio, puñetera santa y timbos de agua bendita para repartirle, siempre desde un amor profundo por la diferencia y respeto por la divergencia.



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