martes, 30 de agosto de 2011

La hora felina

Después de días platónicos, qué mejor que seguir con días plutónicos. Es que esa es la verdad, uno escribe muchas vainas serias y también muchas bobadas, pero ambas son realmente necesarias para el bien mental. Como La Fiebre -el lugar donde se vale decir "subamos arriba"- es un espacio más democrático que un baño público, hoy es tiempo de disfrutar de reflexiones sin sentido y sin mayor importancia más que para quien las escribe.

Cada vez estoy más cerca de convertirme en algo que no sé si quiero ser: un mamerto pop prepagado y oficinista. Me pongo el carné de la empresa antes de bajarme del Transmilenio, me sirvo agua del botellón de oficina que yo mismo pongo, saludo de beso a mis compañeras oficinistas a sabiendas del pútrido olor a pachulí que me impregnará, prendo el computador y reviso correos. Así llegan las primeras horas, en las que se van colando cascadas de imágenes en mi cabeza que ahora piensa en función comercial. Si usted alguna vez reprendió a alguien por estar pegado a un televisor y le dijo una frase como "Ni que le pagaran por ver novelas", es tiempo de que sepa que esa frase es una realidad real en mi existencia oficinista.

Menos mal existe La Fiebre, lugar donde mi mentalidad de oficinista feliz se da unas cuántas patadas con la lobotomía que a veces siento me realizan a la hora del almuerzo. Ahora respiro feliz mientras veo a gente hacer mal su trabajo, y no es que disfrute ni que me de un fresquito el sufrimiento humano, solo que en el ambiente oficinista uno siempre espera algo que rompa la cotidianidad: un petardo detonado que nos haga evacuar y hacer popó del susto, una celebridad que entra en ataque de amok y amenaza con matarnos, o por lo menos una caída de alguien por las escaleras. La cotidianidad se disfruta mucho más cuando se lee desde lo divertida que puede llegar a ser.

Menos mal todo oficinista tiene alguna importante razón para llegar a casa. La mía me acompaña hace más de un mes, exactamente desde el día que murió Joe Arroyo. La conocí y fue impacto a primera vista, pues ya hemos dejado claro que no existe el amor a primera vista aunque Salserín insista. Digamos que me impactó y cuando me le acerqué me perdí en sus ojos, más grises y girasoludos que sus propias manchas. Ahí conocí a la que sería mi primera-nueva-última mascota, una gata criolla que no es cualquier gata callejera como las que acostumbraban perseguirme en la Javeriana para aruñarme.

Esperaba que me entregaran un gato y negro, pero resultó que un hippie se lo llevó antes de que yo llegara. La vi y pensé: "Es una gata, ah, gata... ah gata". Se me dibujó una sonrisa en el rostro y como soy tan chocoloco y loco decidí bautizarla Ágatha, no por ninguna escritora ni menos por una diseñadora de perfumes más inmundos que los que usan mis compañeras oficinistas; sencillamente Ágatha, Ah gata, mi gata.

Tener mascota era de las últimas cosas que haría en mi vida, según mi Almanaque Bristol. Pero como buen escritor de horóscopos y magazines universitarios, encontré que para ser cool debía retar a aquellos que decían que no podría avanzar en la vida y además bailarles un merengue apambichao encima de sus tumbas. Tener una gata no me hace más corrido que aquellos escritores postmodernos que asocian la bohemia con un felino merodeando en sus ceniceros. Yo, un flamante opositor del neohippismo y del divorcio, he encontrado interesantes enseñanzas a la hora de cuidar y ver crecer un animal tan parecido a mí: independiente, punkero, interesado y además tan felinamente calculador.

Ágatha se parece tanto a mí que cuando llegó no quería tomar agua de la llave, sino que buscaba charcos en la cocina para saciar su sed. Ya era mi gata desde el primer día, pues también vivió sus primeras horas de existencia en el hacinamiento de un hogar clase media y ahora disfruta viendo comedias de situación a las que pocos le ven lo gracioso. Si las mascotas se parecen a sus dueños, Ágatha será una gata que se cree de mejor familia, que usa arena fina e impagable por sus propios medios y que además vive encontrando su propósito de vida felina a diario. Vendrán muchos años gatunos en los que enfrentará mil aventuras sin dejar herederos, en eso sí no nos parecemos: ella será operada prontamente y yo regaré mi semilla en alguna flor local, no tan prontamente pero sí ciertamente.


Ágatha equivale a un Bebé Huggies pero en la farándula felina

1 comentario:

  1. "Ágatha equivale a un Bebé Huggies pero en la farándula felina" hahahahahaha Gracias :)

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