viernes, 8 de agosto de 2014

Fallas de origen

Cada vez se hace más difícil alimentar a este hijo bobo que tengo por blog, el único que me hace posponer una maratón de Breaking Bad o dejar de estudiar bajo, adicciones en la que gracias a Dios volví a caer. Escribir me desgasta más que cualquier cosa, porque cada vez que lo hago siento que lo dejo todo en la cancha; lo malo es que no hay sauna ni turco para el cerebro más que la misma calle, o un cambio de actividad, que siempre traduce gastar plata o tener contacto social.

Entonces me remito a mis coterráneos y a sus historias, porque cuando exprimo toda mi vergüenza en público no tengo de dónde más agarrarme que de lo que otros me cuentan. Hace poco estuve hablando con un hombre, quien me abrió su frustrado corazón para contarme que acababa de terminar con su novia. Eso no es noticia, y menos en Colombia, donde nos anestesiamos con la violencia diaria en pequeña y gran escala, casi como si fuese una sección más del noticiero. El punto es que el tipo contó que su ex lo mandó a volar bajo una excusa que, espero, alguien logre descifrar: "te dejo porque no te costó nada conquistarme".

En un libreto, ahí acotaría corte directo a otra escena, o hasta un inserto de un mico tocando los platillos dentro de mi cabeza, porque francamente sigo sin pillármela. Lo único que puedo concluir es que entrando al año donde Marty McFly flotaba en su patineta, seguimos construyendo esquemas rococós del amor y las relaciones que, sin querer queriendo, detienen el avance de la humanidad entera, casi como quien tiene la rueda para movilizarse e insiste en usar un cuadrado sin pulir.

Debo decir que la cultura del sufrimiento, del "Preocúpate cuando las cosas sean fáciles porque puede significar que su valor sea escaso" me parece acertada en primera instancia. En el amor funciona, y lo digo como libretista de televisión que soy, porque uno define la validez de las historias de amor en la medida en que son dignas de visualizarse, debido a la lucha y a las constantes oposiciones que vence una pareja para consumar su amor. Las historias amorosas en pantalla juegan a eso, a complicarse la vida porque quedan otros 118 capítulos por rellenar entre el capítulo uno, donde los protagonistas se conocen, y el 120, donde terminan casándose.

No quiero sonar a un Martín-Barbero de la era bloggera, pero es imposible no apelar a la definición técnica del asunto, donde además se está hablando de un high concept que sostiene una mentalidad: lo bueno cuesta, es caro y debes sentirte culpable si lo conseguiste con menos alteraciones de las que esperabas. Surgen preguntas: ¿Y si no sufriste, no fue amor? ¿Debe ir el amor, la plenitud y la consecución de los sueños personales ligado al dolor? ¿Es la vida como un gimnasio donde el éxito se mide por calorías quemadas y lágrimas derramadas?

Nacemos imperfectos, sobre todo de mente, conceptos y referentes empaquetados en miedos que gente como yo fabrica en las cabezas de la gente cuando los sienta a ver sus historias, donde todo es color de hormiga y muta a color rosa para que valga la pena haber pagado la boleta. Tenemos demandas sociales y emocionales que dictaminan cómo deben conquistarnos, querernos y demostrarnos interés. ¿Y qué si nuestras historias de amor no calcan lo que pasaba en Sweet November o en Betty la fea?

Nacemos imperfectos, y la cosa se pone peor cuando esperamos que otro nos perfeccione y complete. Esa imperfección se mantendrá hasta que entendamos que lo somos, y que las expectativas que tenemos frente a la vida y el amor no deben ser ciento por ciento cumplidas, porque esto no es ficción. No soy partidario de conformarse con lo que tocó, pero creo que hasta para esto, para dejarse sorprender con lo impensable, hay que aprender a renovar la forma de pensar. Decía una amiga que cualquier historia de amor verdadero es digna de contar, por más simple que parezca. Entonces, ¿por qué no eliminar esas fallas de origen, ese ruido blanco que no deja ver lo lindo de lo simple?

Ahora mi reto será escribir historias televisivas que partan de esto, de lo idiotas útiles que le somos a un sistema de pensamiento que deliberadamente nos acartona, cuando tal vez el amor, literalmente, quiera sorprendernos a la vuelta de un salón comunal, o en una fila de banco, o en cualquier lugar donde el romance también dependerá de quien se deje sorprender por él.


1 comentario:

  1. Una maestra que tuve me enseñó un pensamiento que me ha servido de mucho y que uso hasta que muera: "Hay que entrar con la de ellos para salirse siempre con la de uno".

    Y aquí te dejo mi blog que abrí: www.elpenultimoasalto.com

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