martes, 8 de abril de 2014

Distrito Capital

Uno no entiende lo mediocre que vive hasta que logra viajar a ciudades donde las realidades son atractivas, distintas y mutantes. Como sé que la ola de envidiosos que solo conocen Apulo y Girardot van a manifestarse, así como los opinadores que no leen entre líneas, estoy preparado para cuando me griten con babaza en la cara que si me fastidia tanto vivir en Bogotá por qué no me largo al extranjero, que soy un vendido y tacaño apátrida que no trae sino piedras y chocolates de souvenires.

No hay rollo con esto. Debo mencionar que amo mi país y por supuesto mi ciudad. De hecho, escribo desde Bogotá, de nuevo en la city, del bien y del mal que tantas cosas buenas me ha dado. Lo cierto es que volver a la realidad nunca es fácil. El viaje, sea a donde sea, es un sueño donde la burbuja se infla y vuela lejos, pero cuando llega el pinchazo y el avión aterriza, vuelve esa sensación de inseguridad al caminar en la calle, de frustración frente una caterva de ciudadanos a quienes parece les arriman la comida con palo, debido al carácter bestial que tan naturalmente manejan.

No me siento mi mejor ni peor por salir del país, digamos que pude compararme con ciudadanos de todo el mundo y veo que lo que nos tiene realmente atrasados es nuestra mentalidad. La mentalidad y lo costoso que es vivir en Bogotá. En 2012 salió un estudio que confirmaba que los bogotanos nos damos el lujo de vivir con precios del primer mundo y salarios del tercero. Además, dice que Bogotá es más cara en costo de la vida que Ámsterdam, Toronto, Madrid, Bangkok, Luxemburgo, entre otras.

Podría seguir citando infortunadas cifras, pero el punto es que ya me estaba habituando a pensar en otros seres humanos, a pedir disculpas en dado caso de involuntariamente pisar o siquiera rozar a alguien en cualquier calle. Monté en Transmilenio de nuevo y el empacarme al vacío con personas que parecen disfrutarlo francamente me paraliza (literalmente), mucho más cuando la billetera y la integridad se ven amenazadas.

Pero en el mundo hay de todo. Para todo Miami existe su Habana, y podríamos consolarnos con que hay lugares donde las cosas están peores, pero es una excusa mandada a recoger cuando somos la capital del ácido vengativo. Gandhi decía que lo único malo del cristianismo eran los cristianos. Lo malo no es Bogotá, sino nosotros los avivatos que estafamos, delinquimos y con la caradura esperamos vencimiento de términos para seguir campantes.

También los que nacimos aquí, los que venimos de otras ciudades a estudiar o trabajar y buscamos la forma de sobrevivir al menudeo en esta nevera. Por supuesto nosotros, los ciudadanos de a pie que nos la dejamos montar de una tradición y cultura abigarrada de tanta estructura. No quiero sonar a panfletario, pero hay que hacer manifiestos, hay que educar, hay que renovar la mente. Creo que fue a eso a lo que volví,  o por lo menos a intentarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario