lunes, 23 de diciembre de 2013

Obey the pez

Llega diciembre con su alegría, pero también tristeza. Esperamos este mes porque traduce receso, vacaciones, primas, sobrinas y demás beneficios resumidos en descanso. Familiar, en el mejor de los casos. Uno espera tanto que llegue diciembre, que cuando llega es duro verlo escurrirse, desapareciendo con la promesa de volver el año entrante. Lo cierto es que desde febrero estamos esperando a que se acabe el año, no se sabe para qué, si lo rico del tiempo es perderlo con libertad.

Se acaba el año y lo agradezco, porque es momento de confesar que estoy entrando en estado catatónico, como me pasa cuando se acerca enero y el cerebro me rebota dentro del cráneo. Además de exhausto, mamado y con la batería a punto de fundirse, llego a diciembre chupado hasta la médula, tanto que hasta le estoy escribiendo una entrada al agotamiento, la idea refrita y figurativa de escribir con las pocas neuronas que quedan. Le escribo a eso y a algo que aprendí casi que a puños este año: la obediencia a ciegas.

Seguramente, oh amados caba-ñeros, caba-ñeras y caba-perros (porque las mascotas también tienen caba-lugar), ustedes habrán visto en Semana Santa la película de Jonás, o sabrán quién es, o lo inferirán por lógica planetaria, porque como saben no soy periodista sino plagiador, y de los buenos. Es la historia de un tipo que tenía la misión de advertirle a Nínive que sería destruida, pero se resistió a hacerlo y huyó, agarrando mar con unos tipos que lo vieron quedarse dormido mientras se armaba la hecatombe en Piscilago.

Cuenta la Biblia que los marinos que lo acompañaban echaron suertes y pillaron que la culpa no era de la vaca, sino de Jonás. Lo botaron del barco y todo mejoró, como deberían hacerse las cosas en muchos de los estamentos de la vida real, porque hay gente que no hace más que estorbo y a veces hay que darle de baja de nuestro bote, textualmente. El punto es que los marinos estos conocieron el poder de Dios y decidieron cambiar su vida fue precisamente por la desobediencia a Dios del profeta, quien terminó en el vientre de un pez. Lo que pocos saben es que Jonás no escapó por cobardía o falta de vitaminas, sino porque era un pueblo malo y perverso que había afectado a su propia familia.

Viéndolo así, yo hubiera hecho lo mismo. Yo sí dejaría que todos esos cafres se pudrieran carcomidos por el holocausto zombi, pero lo lindo de la historia es que después de salir del pescao-cao y todo eso, Jonás llegó y les advirtió el mensaje de Dios, con tan buena (o mala) suerte que la gente se arrepintió y cambió. Y lo más rococó: Dios los perdona y deja a Jonás viendo un chispero, rabón y al borde de una neurosis atípica porque el tipo lo que quería era ver las balas entrar y la sangre correr.

Lo que he entendido de Jonás es que se parece a mí, en que en cierta medida espero que todos mueran por culpa de sus malas decisiones, todo para quedarme moralmente por encima de ellos; pero ahora me doy cuenta que es la obediencia personal lo que confirma lo grande e incomprensible que es Dios. Jonás tal vez sabía que Dios haría eso, que le pediría que hiciera un conato infructuoso a pesar de tener la redención escrita. A mí me pasa lo mismo, digo y hago afirmaciones, promesas y cuanto voto moral puedo para saber que al final me tendré que tragar todas y cada una de las palabrejas.

Eso también es agotador y desgastante, pero como Johnny (como le decimos los cercanos), justamente es la rendición personal lo que atrae la salvación comunal. Pero lo impensable es que hasta en la aparente desobediencia, en el escapismo y lo que llamaban los Looney Tunes "la graciosa huida", hay sucesos que nos van llevando a brillar aunque insistamos en empuercarnos. Es algo así como meter gol con un tiro con chanfle involuntario.

Como se me acabaron las ideas por este año, y tampoco quiero pensar más en nada que sea viajar, termino el año dando las siguientes reflexiones, que son tuits moralistas recalentados y resumen lo que aprendí este 2013: Hay que dejar todo en la cancha, es prudente empezar con lo que se tiene y siempre es bueno mirar atrás, para nunca olvidar de dónde es que Dios nos sacó.

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