lunes, 30 de septiembre de 2013

La pecera

De Pescao Vivo aprendí que pez se le llama al animal cuando está vivo, y pescado cuando está muerto. Sea como sea, devoro un pargo rojo con patacones, ensalada y jugo de guayaba, responsable de prevenir cualquier alteración estomacal. Lo mejor de comer en la playa es la opción de meter los pies en la arena al tiempo en que se mastica, uno de esos placeres que no salen en televisión y por eso a simple lectura suena bizarro.

Es que el calor tiene un efecto secundario en mí, que además de despertarme una sensibilidad ramplona que se nota en lo que escribo, me hace cobrar fuerza y valor físico. Soy como un Wolverine de la tierra caliente, pues hasta me siento más vigoroso y saludable aunque de piel para afuera soy el mismo escuálido que no bebe cerveza. Me divierte ver que en esta tierra soy de los de estatura promedio, pues predominan tantas razas y credos como la diversidad lo permite, algo que disfraza mis piernas retráctiles.

Siempre he creído que en el mar la vida es más sabrosa. Y va a uno a ver y sí, sobre todo cuando de conquistar se trata. Ante mis ojos impávidos veo a un kogui (más bajito que yo) en proceso de flirteo con una hippie de acento chileno, que está a 20 centímetros más cerca del cielo y se nota que está de paso. Es evidente que mientras no venda todas sus manillas de tela no se irá, así que parece estar dispuesta a aprovechar el tiempo metiéndose al mar de la mano del kogui, seguramente a tener una aventura de gran tamaño. Al otro lado, una pareja de adolescentes en luna de miel también celebran con demasiada cercanía. No los envidio, porque si algo tengo claro, además de que estoy cercado, es que eso de estar emparejado está sobrevalorado.

Sobrevaloramos todo. Por eso no me sorprende ver que la oleada de centros comerciales agringados también ha llegado a la costa, y el Ocean Mall no es la excepción. Lo recorro casi que por obligación, porque es el punto de encuentro para que me recojan quienes prometieron llevarme a la Iglesia y vienen en camino, exactamente hace una hora. Espero como siempre, sin quedarme quieto ni varado. Lo mío es el movimiento, así sea en círculo, porque lo mejor es darse prisa mientras se espera. Sin saberlo, la lección de la noche iría por ese lado.

Justamente entro al Centro Bíblico Internacional, la misma Iglesia que la noche anterior me recibió en plena cruzada evangelística. Me reciben Yoenis y Doyza, ujieres locales que me indican donde sentarme. Y solamente hago eso, medio me acerco a la silla en plena reunión ya iniciada, para que la banda empiece a coverear una canción gratamente conocida. Me siento como en casa.

La reunión prosigue y ahora sale a escena el Pastor Donaldo, quien promete "fajarse" una predicación mejor que la de hace ocho días, que seguirá teniendo el mismo tema: amor, esta vez para solteros. Yo, como soy el Anthony Bourdain de las Iglesias cristianas, le compro la idea, porque solo quien se deja sumergir logra disfrutar del sabor hasta la última gota. Lo divertido es ver la ilustración con la que arranca, bastante acuática y adrede para la jornada en la que vengo.

El amor está en el aire (y en el agua)

Como evento eclesial cristiano que se respete, todo inicia con dinámicas comparativas, esas típicas interacciones tipo Recreación Cafam que hacen que uno alce la mano según su categoría. Solteros, casados, ennoviados, viudos, dudosos y así. El Pastor es claro e indica que, contrario a lo que muchos pensarían, la soltería es una ventaja, es el tiempo para descubrir quién es uno, de qué está hecho y para dónde va. Es plenitud con Dios.

Y le creo, porque eso de seguir la cruz demanda toda la energía posible, algo que de casado hay que aprender a moderar. Uno vive afanado por entrar al mercado del amort pero si algo enseña la Biblia es que Adán no estaba buscando una carne de su carne, simplemente trabajaba cumpliéndole a Dios con la tarea de ponerle nombre a los animales. Luego se cansó y se quedó dormido, lo cual lleva a pensar que no fue él quien se dedicó a buscar ayudaidonea, sino el mismo Dios fue quien lo introdujo en los asuntos del amor.

Debe ser por eso que cuando Dios labra el camino, él mismo pone las ideas para enamorar. Esto no es un intento de uno por hacerse notar, es más bien un ejercicio de nado constante dentro del cardúmen. Me siento ya no dentro de una cerca, sino en una pecera donde todos somos peces (o pescados, según el grado de descomposición) diferentes, coloridos, multiformes, pero sólo uno destaca por usar sombrero y sandalias de tres puntas.

Cuando termina la charla, salgo a comer. Me ofrecen pescado, pero me niego en el acto, porque en la pecera no nos pisamos las aletas.

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