martes, 7 de mayo de 2013

Fuera del aire

Llevo toda la vida trabajando en medios de comunicación. No se dejen descrestar, pues mis años laborales como egresado no superan el lapso entre dos Copas del Mundo. Escribir, investigar, crear, proponer y sugerir son cosas habituales para mi cabeza oficinista, pero ahora que soy zombi me cuesta hacer de todo, inclusive en lo que creía que era bueno.

Ahora me la paso en medio del letargo, esperando como Pedro Picapiedra que chille algún pajarraco que me dé salida de la oficina. Cuento los minutos mientras llega el anhelado fuera del aire que gritan los directores para dar por finalizadas las grabaciones. Espero el final de los días, que pase el tiempo, pero no tengo muy claro para qué.

Siempre pensé qué escribir cuando volviera, y heme aquí, cuando ya ni lo quiero hacer, porque esto de la rendición y la consagración resultó más cómodo de lo que pensaba. Vivo tranquilo, dejando que la gente haga su vida y con la firme decisión de amar, de hacer resistencia justificada ante el sistema del mundo, de avanzar en lo invisible.  

Pero hay algo que no termina de ajustarse. Miro por la ventana de la oficina y me siento triste, como si me estuviera perdiendo de algo afuera, como si el corazón me gritara que me quite este carné verde, que viéndolo de cerca parece más un grillete que me recuerda lo infeliz que puedo ser. Infelicidad ilógica, porque hacer carrera como libretista en un canal de televisión es una oportunidad que muchos quisieran tener, pero ya ni sé si eso es lo que quiero, o para lo que nací, o lo que me hará disfrutar la vida.

Se despierta otra vez esa sensación de peregrino en lugar de paso, pues cuento los minutos para que llegue el fin de semana, no para descansar, sino para trabajar de verdad. Entre semana hipoteco mi visión, me pongo el disfraz de Peter Parker y vivo mi vida en medio de multitudes alicoradas y lujuriosas. Me cuentan de sus planes, sus tomatas y metas de vida, resumidos en vivir rápido para morir joven, pero con buen kilometraje. Yo solo pienso que hay algo más, que la vida no puede ser ahorrar para una Dodge Journey y una casa con ático triangular.

Siempre he dicho que la vida real es lo que pasa los fines de semana, cuando uno está más cerca de sentirse pleno pero más lejos de pagar las deudas. Cuando llega lo disfruto y no quiero que se acabe, pero también espero que llegue el lunes para volver a la oficina, a sentirme triste, volver a extrañarlo y así. Esto de pagar derecho de piso es un mal necesario, mucho peor cuando solo se sabe hacer algo con lo que pocos pueden sobrevivir: escribir.

Lo cierto es que en una era como la que vivimos, llegará el día en que los hobbies sean lo que nos dé de comer. Sueño con que llegue ese día, en que sea lo suficientemente valiente para tomar la decisión de confesar que amo los hobbies sabatinos y dominicales, porque hace mucho le dejé de ver sentido a lo que hago de lunes a viernes.

6 comentarios:

  1. Nos da la fiebre por vivir, por ver qué hay más allá de lo que nuestra ceguera nos deja ver. La pregunta es: ¿Te comerás la curiosidad y vivirás en necesidad? o ¿serás el que lo deja todo para encontrarse en medio de la nada?

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  2. Bienvenido de vuelta, hacia falta leerlo, y que encuentre ese camino para que llegue ese día.

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  3. Lo paradójico es que lo que se hace el fin de semana es para acercar a los que trabajan de lunes a viernes a una vida con sentido...

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  4. Este año me he sentido igual, Luis. Yo tomé la decisión de llevarme un poco del fin de semana para entre semana. Y ahora no estoy totalmente satisfecho, pero estoy más satisfecho que antes. Ah, y esperando lo mejor, siempre lo mejor. Dios te bendiga, de verdad.

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