martes, 21 de mayo de 2013

El Cabañazo

Este pasado 9 de abril se cumplieron 65 años de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo liberal que cambió la historia de Colombia. Vivo la hubiese cambiado de otra manera, pero muerto también lo hizo, pues a raíz de su incierto asesinato se desató la ola cruel de muerte y violencia que nos ha definido como país.

No creo que seamos el país del Sagrado Corazón -por aquello de que no soy católico-. Pienso que en realidad somos el país del corte de franela, del corte de corbata, del corte de florero. Somos unos caregallinas tristes, que todavía luchamos por ganar el sustento y por olvidar lo doloroso de nuestra condición, tal cual como sucedía en aquel 1948. ¿Pesimismo? Ojalá así lo fuera. Vivimos y sufrimos como colombianos porque nos importa más nuestra individualidad y comodidad que pensar siquiera en que existe otro.

Pero ese no es el tema de hoy, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, porque si buscan análisis noticioso y coyuntural, remítanse a los periódicos temporales.  De toda esta fatídica historia nacional, me cautiva el personaje de Juan Roa Sierra, a quien muchos atribuyen como el asesino de Gaitán. Ha sido tanto el interés por el personaje, que diversos autores han escrito e investigado, como Miguel Torres, quien escribió El crimen del siglo, un libro que no he leído, pero como buen colombiano citaré y juzgaré sin conocer, desde la ignorancia.

En primer lugar, Roa Sierra era un perdedor. Sí, porque nada tan perdedor como llegar a los 30 años y seguir viviendo con la mamá. Luego se casó y tuvo una hija, pero no supo hacerla feliz y lo dejó, negándole a su hija la oportunidad de tener un papá, como hacen los perdedores. Se le abona que le gustaba el tango, pero todo eso se desmorona cuando se refugia en el rosacrucismo y cree que el espíritu de Santander reposa en él. Otra vez Míster perdedor en acción.

Roa contó con la ayuda de Johan Umland Gert, un astrólogo de origen alemán que le adivina la suerte y le sugiere que vaya a la oficina de Gaitán y le pida ayuda para conseguir trabajo. Dice la historia que el caudillo lo ignoró, actitud que despierta el odio y el resentimiento de Roa Sierra. A este punto, empiezo a tener afinidad con el tipo, pues si en algo nos parecemos es en que ambos hemos recibido sendos portazos en la nariz, nos han tildado y rotulado de cosas que nosotros sabemos que no somos.

No pretendo justificar lo que pudo haber hecho -si es que en verdad mató a Gaitán-, pero lo que me inquieta es que Roa era un equis, un pobre diablo que supo jugarse la suerte de todo un país en una rabieta, que para muchos era producto de un delirio esquizoide -como La Fiebre de las Cabañas-. Lo cierto es que El Bogotazo no fue Gaitán muriendo, sino Roa Sierra suicidándose al hacerlo.

Me pregunto, ¿qué pasaría si yo fuese un caudillo prometedor? Lucharía por cambiar el mundo, por darle a conocer a la gente el amor de Jesús; pero en estos tiempos eso cuesta la vida. Para mí, la muerte debe ser directamente proporcional a quien la padece: si uno es alguien grande, debe morir como tal. Gaitán era un grande, pero morir en manos de un mequetrefe y zascandil gazmoño, -como dirían en la época-, le debió doler mucho más que nunca llegar a la Presidencia.

Pensé en mi muerte y en mi vida, en que paso por la vida sembrando ideas y cosechando enemigos, y que como tal espero morir en manos de otro grande, de un antagonista admirable, así como siempre debió ser. Ese sería El Cabañazo, el registro de haber caído en manos de un guerrero fuerte, no de un perdedor con suerte.

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