jueves, 28 de febrero de 2013

Elogio de la primera vez


La primera vez es generalmente frustrante. Dicen que duele y que del afán no queda sino el cansancio, así que lo mejor es relajarse y disfrutar. Tanta presión produce que los músculos estén tensos, seguramente debido a la altísima carga de ansiedad que le adjudicamos, pues en aras de demostrar que nacimos para disfrutarlo, que tenemos las habilidades requeridas, buscamos a como dé lugar dar la impresión de dominio y control de dicha disciplina.

La ocasión se complementa no solo del hecho, sino del medio, del lugar, del escenario y el testigo. Nadie olvida esa primera ocasión en que la locura, pasión y entrega hacen su entrada, condenándonos a depender de ellas para siempre y a destapar el cuerpo y el alma buscando conocer lo inexperimentado, donde los corrientazos se mezclan con miedo, tensión y placer. Es natural: hemos esperado eso por años, meses y horas; hemos dejado el egoísmo y la comodidad para que nuestra vida experimente que esa vez nunca se repetirá.

Parece la entrada de una fusión literaria entre Arjona y el Marqués de Sade, pero no estamos hablando de la primera vez que ustedes creen, porque hablar de “la pruebita de amor” todavía no es recurso Mallpocket. Por ahora nos referimos a nuestra única y exclusiva facultad de debutantes en lo que nos gusta, en lo que soñamos y queremos hacer. ¿Qué monja no recuerda su primera comunión? ¿Qué arquero no recuerda su primer penal atajado? ¿Qué periodista no recuerda su primera chiva? ¿Qué músico no recuerda su primera canción? ¿Qué Revista no recuerda su primera edición?

Así podríamos seguir con muchos ejemplos. Hay miles de primeras veces, como hay miles de personas y lugares, pero todas tienen un factor común: permanecen en los recuerdos. De nada serviría vivir si estos no se construyen, pues son ellos los que nos definen como sujetos en desarrollo, avance y mejoría. Siempre hay una primera vez para todo, y precisamente de eso pueden dar fe los grandes genios de la humanidad, quienes no llegaron a la cima por accidente ni por suerte, pues su factor común fue valorar los pequeños grandes inicios. Basta con recordar a Leonardo Da Vinci, quien la historia destaca como pintor, escultor, inventor y científico. A los 17 años, Da Vinci viajó a Florencia a trabajar como aprendiz en el taller de Verrochio, donde aprendió las técnicas de pintura y dibujo que le permitieron 35 años después, tras arduas sesiones de trabajo, pintar La Mona Lisa.

Muchos podrán pensar que es que en otras épocas era más fácil, o que la vida de un genio no tiene parangón con la nuestra. Para no ir más lejos, tenemos ejemplos hollywoodenses más cercanos: el actor Kevin Costner, recordado por Danza con lobos, El guardaespaldas¸ entre otras, inició su carrera como guía de recorridos en Universal Studios de Hollywood. Estando allí, aprovechó la oportunidad para hacerse notar del director Ron Howard, quien lo incluyó en un cameo de la película Night Shift.

Podríamos enumerar las primeras veces y los comienzos de muchas personas, pero lo interesante es pensar en ejemplos más cercanos, porque son estos los que nos motivan: Si el Tino Asprilla pudo surgir, ¿por qué alguno de nosotros no podría? ¿Qué hay de malo en intentar, sin muchos caballos ni tiros al aire, ser un jugador profesional de fútbol? Si Silvester Stallone pudo ascender de limpiador de jaulas de leones, a actor porno, después a Rocky y luego a actor porno maduro, ¿quiénes somos nosotros para no poder conquistar lo que se nos antoje?

Hemos vivido frustrados es por eso, porque nos cuesta entender que para llegar a la perfección en cualquier técnica se requiere práctica, y ese es precisamente el problema: anhelamos el cinturón negro sin haber hecho el curso de aprendiz, gerenciar sin haber sido practicantes, triunfar sin haber fracasado. No interesa si tenemos facultades de genio en muchas áreas, pues el avance social y cultural nos ha demostrado que el universitario de ahora debe resaltar por su especificidad: antes se buscaban personas generalistas, multitask, que se le midieran a todo; pero la profesionalización y en parte el pensamiento contemporáneo nos han llevado a romper el esquema, a destacar por algo específico y disfrutar de eso.

Asistimos a una era laboral y académica que está obsesionada con la especialización, con gente que entiende que la integralidad nunca debe reducir la capacidad creativa pero sí moldearla. Si lo pensamos así, Steve Jobs estaba en lo correcto cuando decía que “es maravilloso tener mentalidad de principiante”, pues solo a través de ella se puede encontrar eso que detona en uno pasiones, intereses y motivaciones. Obviamente las palabras de Jobs quedaron enterradas junto con él, pero su reflexión vivirá en nuestros iPads y corazones.

Así como hay primeras veces, también hay últimas. Lo interesante es lograr que no sean una en sí misma, porque eso significa darse cuenta de que no se nació para ello, es decir, que se fracasó. Ejemplos de gente que descubrió que esa primera vez nunca debió existir, que pasó del anonimato al desprestigio pululan. Basta con recordar a Madonna protagonizando su propia película, al periodista Karl Troller actuando, a la exreina Andrea Noccetti cantando, a Marcelo Cezán haciendo algo fuera de su natal odontología.

Todo proceso creativo, por basto que parezca, fue una semilla que germinó con el paso del tiempo. Lo fundamental es encontrar eso, ese objeto de pasión y amor que permite que trabajemos en eso, nos dediquemos con ahínco y dejemos de conformarnos con lo vivido. En resumidas cuentas, la gente está cansada de lo mismo, y por eso necesita una nueva primera vez, que reemplace las anteriores, una que nunca se olvide.


@benditoavila



Publicado en la Revista Mallpocket

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