miércoles, 9 de enero de 2013

Plan retorno

En 2012 comprobé que lo más importante de un texto es el párrafo con el que abre, pues dentro de él hay una promesa tácita que el lector comprobará cuando lo lea en su totalidad. Así me enseñaron a hacerlo, así decía la teoría; pero como todo en este mundo caba-ñero, el tigre no es como lo pintan, unas son de cal y otras son de arena, tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, o como me enseñaron en México: del plato a la boca también se riega la sopa. 

Ese fue el primer párrafo de la primera entrada de este 2013, y como pueden ver, no dice nada. ¿Mala señal? ¿Cabañuela premonitoria? o por el contrario, ¿Un homenaje a Seinfeld que también se dedicó a hacer un show sobre nada? ¿Una joya más engañosa que un libreto de Breaking Bad? Lo único que sé es que vengo con las ideas acaloradas, porque como desde hace un tiempo tomé la sana costumbre de viajar cada primero de enero sin falta (solo lo he hecho dos veces), eso me suele revolucionar una que otra neurona, producto del Jet Lag y demás condiciones santamente adversas.

El primer viaje de 2012 fue plan de machos alfa, y para respetar dicha tradición, el de este año también. Ahora que lo pienso, el año pasado fue el que más viajé en toda mi historia, pues así lo diseñé con anterioridad. Ese es el problema, que muchos creen que las cosas buenas llegan por herencia, o que solo a través del chepazo se puede recibir lo maravilloso. El secreto no fue salir con maletas el 31 de diciembre, sino trabajar, ahorrar y creer. Sí, porque a medida que pasa el tiempo veo con mayor claridad la relación entre la fe y la razón. Si la cabeza se recalienta, evapora y reajusta cuando uno viaja, cuando hay una fe que se piensa el proceso se magnifica.

Lo que más me gustó de este viaje fue que en las carreteras del Triángulo del café (otrora llamado Eje cafetero), parecen cohabitar la mayor cantidad de retornos. Solo quien viaja entiende la importancia de un retorno: una vía alterna que da la opción de volver, de revisar qué pasó detrás, si esos traspiés en la carretera fueron producto de la imprudencia de otro chofer o del afán de uno mismo. Eso es lo malo de viajar con Nestea (el ron de los cristianos) en la cabeza: que uno se envalentona con la velocidad, con las canciones de Juan Luis Guerra, con la búsqueda insaciable de nuevo material.

Tomamos esos giros en u mientras buscábamos llegar a Manizales, pues en aras de hacerlo rápido nos afanamos y desbocamos: pasamos por Pereira, Santa Rosa de Cabal, Armenia, Salento y Chinchiná, buscando darle valor al día de la llegada a la ciudad en plena feria. Ya estando allí, comprobé que en vacaciones me porto como Doña Gloria pero con menos groserías: monté en Cable Aéreo, comí en La Suiza (importantísima pastelería manizalita), vi al Tino Asprilla en la cabalgata, subí al Corredor Polaco de la Basílica, y hasta me tomé fotos con una reina (no, no era una prepago).


Viví muchas cosas, pero nada me puso a pensar tanto como ver la cantidad de retornos en la carretera. Me di cuenta de que generalmente esperamos un detour salvador que con su señal rechinante nos muestre cuándo y cómo volver a donde de nunca tal vez debimos alejarnos. Me gustan los retornos, porque son la reversa de los caminos, el control Z de los viajes, la oportunidad de recapitular que detrás de la radicalidad extrema, de cerrar ciclos y enterrar fantasmas, tal vez quedan historias inconclusas que a gritos piden cerrarse. Inicio el año virando en uno de ellos, porque si el que es caballero repite, el que mira atrás también.


@benditoavila

No hay comentarios:

Publicar un comentario