jueves, 20 de diciembre de 2012

Un cara a cara navideño

La navidad me ablanda el corazón. Todo el año suelo quejarme y desear mentalmente la horca de gran parte de la humanidad, pero llega diciembre y vuelvo a ser un ser de luz pura, tal cual como mis abuelas me soñaron. Como este fue un año de grandes actuaciones, me di a la tarea de pensar en probabilidades navideñas, en cómo el mundo se divide en dos clases de personas: los que le piden regalos a Papá Noel y los que le piden al Niño Dios.

Esta polaridad radical ha generado una lucha a muerte entre ambos bandos navideños, y qué mejor que estoy lúcido, sobrio de ira y henchido de amor, para jugar un poco con lo improbable. Esta es una carta que en mi criterio el dulcísimo Niño le escribiría a don Papá Noel. Abro comillas.


Señor o señora Santa:

Empecemos por ahí. ¿Eres mujer? Porque si fueras hombre te dirían Santo, pero nadie lo hace porque el único Santo soy yo. O bueno, eso es lo que me lo repite mi mami todos los días, aunque le explico que no es tiempo de que sepan que soy el elegido, el único, el salvador por el que todos suspiran. Tampoco deberían decirte Papá, porque el único digno de ese rótulo es mi papi Dios, quien junto con el Espíritu Santo comparte con nosotros el trono. Ya ves, mi familia es tan linda y amorosa que todos somos uno, o como uno.

Es claro que los dos no cabemos en el mismo mundo, por eso me alegra que vivas en el Polo Norte, que para mí es como la quinta porra. Supe que compartes casa con tu familia: tu esposa, renos alquilados y varios elfos de narices aguileñas. Empecemos por ahí: hasta yo, que soy un niño milagroso, sé lo que significa fabricar regalos para todo un planeta, y debo decir que ahí la tienes ganada: quién no se engordaría y dedicaría a promocionar gaseosas escandalosamente si tiene un grupo de enanos cantantes que fabrican todos esos regalos, además de renos obedientes para repartirlos. Me imagino que lo que haces es subyugar a tu anciana esposa para que los alimente y mantenga bien todo el año, con eso tu prestigio no decae en diciembre y logras quedar como el rey de la navidad.

Según me cuentan unos niños a través de las cartas que me envían (de eso hablaremos más adelante), entras a través de las chimeneas como un ladrón panzón y además de cuello negro, pues, por aquello del carbón que le regalas a los niños que se han portado mal. Yo jamás le daría a algún niño o niña carbón como castigo-regalo; de hecho, planeo alimentarlos bien a todos con panes, peces y un poco de vino por si quedan con sed. En cambio tú, aleccionador, piensas como un viejo y no eres capaz de renovar tu estilo, tan albirrojo como tan flojo.

Debo aceptar que de solo pensarlo me da risa: disfrutaría mucho viendo a un anciano haciendo el ridículo para posar de salvador, sobre todo si está enfrentándose al mismo hijito de Dios, a quien nunca le ha tocado ni robar ni pedir prestado porque por los méritos de su infancia nada le ha sido negado.

De lo que sí quiero hablar en mi carta –que ha escrito el Ángel Gabriel a regañadientes porque mis bracitos no saben escribir-, es que me parece un atrevimiento digno de excomulgación que los niños te escriban para pedirte regalos. No sé si sabías, pero yo reinaré, así que desde ahora me portaré como un pequeño tirano y te advertiré: tienes un mes para dejar tu oficio, desmovilizarte y reinsertarte.

Ya estuvo bien que te lleves el aplauso en las celebraciones decembrinas en mi honor, pues por si no lo sabías, estas celebraciones son por mí, porque nací, moriré y resucitaré, aunque mejor no hablemos de eso todavía.

                                                           Con cariño, tu divino Niño Dios. 

*****

Dicen que el viejo Noel iba a posponer la respuesta para la semana siguiente, como imitando el estilo de este blog asesino, pero se decidió el mismo día y escribió algo más o menos así, abriendo comillas y cerrando las anteriores:


Dulcísimo niñito:

 Espero que estés bien, calientico y cómodo en tu pesebrera. Me imagino que no debe ser fácil estar condenado a crecer y encoger para entrar al pesebre cada diciembre, ¿no? Debe ser duro que tus papitos hayan armado un negocio de tu infancia, como lo hicieron los padres de las gemelas Olsen. En fin, no tengo por qué quejarme del tamaño, pues yo lucho todo el año por apachurrarme dentro de diez fajas y así poder usar mi traje tradicional. En esas me demoro casi diez meses, pero hoy me detuve a escribirte, así que te pido por favor valores el preciado tiempo que invierto en escribirte.

Me gustaría que me explicaras cómo es eso de la Trinidad. ¿Tiene que ver con Trinidad y Tobago? ¿Es un invento del maligno? ¿De ahí se inventaron los trinos? No logro comprender cómo, si eres Dios, acabas de nacer cuando él no tiene tiempo; ni cómo pensar que Dios fue, o es niño; o el Espíritu en forma de paloma que además embaraza jovencitas vírgenes. Son preguntas que seguramente solo se resuelven en la retorcida cabeza de un libretista de telenovelas latinoamericanas.

Dicen por ahí que las canas traducen experiencia. Yo no solo tengo muchas, sino que me sobran y tuve que acomodármelas en la cara: no me podrás negar que te encantaría que te cargara cerca de mi robusta barriga, para que mientras juegas con mi barba me cuentes lo mal que te ha ido de niño. Seguramente, yo te regalaría un buen martillo con serrucho para que vayas perfilando tu rol de carpintero humano y te ganes el pan con el sudor de tu inmaculada frente.

Es que todavía te falta mucho por vivir. Probablemente no lo sepas, pero la humanidad es pedigüeña e ingrata con quien les da el regalo de sí mismo, te lo digo yo que me he dedicado a este negocio hace mucho. No se lo cuentes a nadie, pero la gente duda de tu existencia, dice que un niñito de brazos regordetes no va a poder entregar regalos ni hoy ni nunca, a menos que dé su propia vida y la verdad dudo que llegues a algo así porque no sería el estilo de un infante de luz como tú.

Aunque yo no creo mucho en tu credo, debo decirte algo para curar tu ingenuidad: esas cartas que nos dejan en los árboles, en las botas y en los pesebres mal armados, son leídas y cumplidas por los seres que realmente son mágicos y saben qué es dar la vida por amor: los padres, quienes finalmente hacen milagros para ver la tierna sonrisa de sus hijos cada navidad.

Así que acepto tu propuesta con una condición: si desaparezco yo, desapareces tú también. Eso sí, espero te acuerdes de mí cuando estés en tu reino, porque no es fácil alimentar a tantas bocas que dependen de mí y de este noble oficio que heredé de mi padre, quien aprendió de mi abuelo a disfrazarse cada diciembre para ganarse la vida honradamente.

       ¡Jojojo, Feliz navidad para ti!  Siempre tuyo, San Nicolás, alias Papá Noel


No les deseo Feliz Navidad, porque mi religión no me lo permite y porque el mundo se acaba este 21 de diciembre (guiño guiño). Deseo que recuerden que la navidad cambió la historia, porque la navidad es Jesús.


@benditoavila

Publicado en la Revista Mallpocket

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