viernes, 23 de noviembre de 2012

Los fantasmas

Últimamente he vuelto a moverme con miedo e incertidumbre, con esa sofocante sensación de estar entre ojos, bocas y manos de extraños. He vuelto a recaer en la paranoia, aquella vieja compañera con la que crecí. Digo que he vuelto, porque creí que era un tema superado; pero cómo no reactivarla si he vuelto a ver a los fantasmas. Sí, yo también veo gente muerta y aunque Bruce Willis trate de tranquilizarme, los veo vivitos y coleando, caminando cerca de mí, presionándome la conciencia y trayéndome el pasado al presente.

Siempre creí que el remedio ante el fracaso es seguir viviendo, pero va uno a ver y no. La realidad es que así uno decida convertirse en un zombi cristiano, de esos que mueren por la causa y dejan atrás el arado del pasado, siempre volverán esas personas, recuerdos y demás situaciones antiguas que todavía guardan facturas pendientes y que llegan a cobrarlas, sin importar que ya no son meses sino años vencidos y se supone, pagados.

Hace poco me pasó. Estaba comiendo tacos al pastor y creí ver el fantasma de una ex. Me paralicé y desconcentré, pero estoy seguro que no fue ni por la comida ni tampoco por el agua de horchata: es que siempre he creído que la ex es excremento y con la comida no se juega. La verdad es que los fantasmas tienen sus aliados, sus dobles, gente parecida que la simula y hasta representa. En realidad lo que vi fue una vieja muy parecida a la otrora novia, una humana con cara de fantasma. Mi desconcierto me llevó a pensar en que si no les debo nada, si ya todo supuestamente fue saldado, ¿por qué nos paralizamos? ¿por qué nos congela encontrarnos con el pasado? ¿por qué todavía veo gente tan parecida a otra? ¿por qué los vivos parecen muertos?

Lo malo es que a uno no le enseñan a enfrentar a los fantasmas. Intenté evadirlos, huírles, eliminarlos de Facebook, pagarle a mis héroes de infancia para que los capturen y hasta trepanarlos espiritualmente de mi cabeza, pero como si se empeñaran en aparecer, en pedirme cuentas del presente, ahí están. La televisión me los recuerda, los trae de vuelta desde su pantalla brillante, recordándome que de mí depende que vayan a descansar en los jardines de paz del recuerdo (mi cementario personal todavía no patentado). Lo cierto es que si han vuelto debe ser por algo, y como no sirvo para convivir con ellos, tengo que buscar la forma correcta de dejarlos ir.

Fui al pasado, donde los fantasmas fueron sinceros y honestos hasta donde tengo entendido. Fui al futuro, donde los fantasmas ya no tienen lugar. Estoy en el presente, donde los fantasmas me piden más que una movida, un cambio de ritmo que les deje claro que no soy el mismo que conocieron, que tengo algo para darles aunque mi intención tampoco es intimarles. Los fantasmas no saben de tiempos, solo viven en recuerdos que para mí se quedaron en el último viaje hecho en el DeLorean, en el cual volví a hacer una de las cosas que más amo.

Uno aprende a dejar de condenarse y de llorar sobre la leche derramada, porque eso del perdón de pecados por la cruz es una realidad; pero son pocos los que enseñan a restituir, a ponerle las dos mejillas a quienes afectó inmisericordemente con acciones mugrosas. No le tengo miedo a enfrentar a los fantasmas, solo que no lo había visto necesario hasta que me pregunté ¿qué pasaría si volvieran, si decidieran todos y todas juntos y juntas visitarme y halarme las patas? puedo enfrentarlos, sí, pero en el fondo algo me dice que yo debo producir dicho encuentro.


@benditoavila

viernes, 16 de noviembre de 2012

Medidas completas

Se supone que una casa es un refugio ante el apremiante ahogo de la calle, que un interior siempre será más barato y fácil para grabar que un exterior, que adentro hay más calor y abrigo que afuera. Parecen lecciones pre-kinder de Plaza Sésamo, pero hasta ahora las pude aterrizar, mucho más cuando viví en carne propia la transformación de una simple ducha casera en un arma asesina, electrocutante y enervante, algo que se opone totalmente al concepto de hogar.  

La solución ante la ducha fue, desde el principio, cambiarla; cosa que por fin se pudo hacer gracias a la ayuda del celador, quien a estas alturas ha sido el hombre no solo de la casa, sino de todo el conjunto. A él le agradezco por despedirme a diario con un "Buen día, campeón", o "¿Cómo le fue, Luisito?". Es todo lo que recuerdo de afecto masculino desde que mi papá se fue.Ya no sufro por eso, solo una que otra noche en la que necesito consejo emocional, o cuando no sé en qué gastar la fortuna que estoy ganando con mis tres trabajos (guiño guiño). No sé si gastarlos pagando el Icetex, o viajando sin pensar en nada más, o endeudándome con otro antojo, o pagando alguna otra deuda heredada.

Cambiamos la ducha y nos ahorramos las electrocutadas, pero ¿por qué será que uno parece disfrutar eso de vivir al límite, al extremo de perderlo todo, al filo del abismo? Uno pasa la vida decidiendo a medias, como jugando con lo que debe cortar de raíz. No soy alguien radicalista y ortodoxo, pero empiezo a darme cuenta de que son las decisiones completas las que realmente funcionan. Si uno decide a medias, obtendrá libertades y frutos a medias. Si uno opta por ser un medio amigo, medio buen oficinista, o inclusive un medio cristiano, fracasará exitosamente. La vida no está ni para aguas tibias ni para duchas rotas.

En el fondo admiro a aquellos hippies aventureros (los admiro por aventureros, no por mugrosos) que en arrebatos emocionales de un día para otro, deciden renunciar a su trabajo, quitarse el grillete de la corbata y salir a bailar en la pradera mientras comen sánduches. Los critico por mamertos y hasta mediocres, pero a la vez quisiera tener los pantalones y los testículos para no vivir frustrado haciendo lo que me tocó. Todavía recuerdo mis sueños preadolescentes, en los que era locutor de radio, Dj de turno, bajista y cantante de una banda de reggae, viajero frecuente y comediante. Veo el hoy y estoy en un cubículo, pataleando para abrirme cancha en un medio en el que estoy seguro no estaré para siempre.

En el fondo, usted y yo anhelamos eso: tomar medidas completas, calvearnos y dejarnos la barba completa, pero somos tan cobardes y miedosos que preferimos la comodidad antes que la búsqueda personal de realización. Nos gusta lo predecible, lo que se ve políticamente correcto, lo fácil, lo ligero. Lo cierto es que por estos días aprendí que para tomar medidas completas se necesita persistencia poderosa, porque después de dar el paso es normal sentir miedo y desear la apacible cárcel.

No quiero ser de esos que se quedaron con el dolor de crecer de mentiras, sin haber vivido lo que soñaron de niños. Mucho menos me interesa volver atrás, como aquel pisco que después de terminar con esa exnovia diabólica y absorvente decide cangrejearse, como el perro vuelve a su vótimo, por miedo a quedarse solo para siempre. Lo mío es revisar la escaleta, reenfocar la brújula y creer, que es lo que queda  cuando uno ya ha hecho su parte.


@benditoavila

viernes, 9 de noviembre de 2012

Medidas medias

El fin de semana se dañó la ducha eléctrica de mi casa. Era algo inminente, pues no se ha inventado el electrodoméstico que logre vencer a mis hermanos y a mí, hombres de distintas edades pero compañeros de gaminería y amotricidad. La ducha duró con nosotros cerca de ocho años, y hace aproximadamente cuatro meses empezó a chorrear agua por encima.

Aquí vienen los comentarios de los chocolocos, los que dirán que de una ducha obviamente cae agua, esos mismos que publican algo en Facebook y se dan like a sí mismos, que se ríen de sus propios chistes y solucionan todo con alguna frase de Jorge Duque Linares. La ducha tenía una fisura en su parte superior y por ella se filtraba agua fría cuando uno quería bañarse con caliente, algo que yo no podía permitir.

Es desubicante y fastidioso bañarse en una ducha (¿o bajo ella?) que mezcla distintas aguas. Es provocante mucho más cuando el que pone la cabeza es alguien ligeramente neurótico, como es mi caso. Como no podía quedarme con la paralizante sensación de un chorro frío bajando por la espalda, decidí solucionar el problema: le di la espalda a la pared y esquivé como pude el agua helada.

Lejos de pensar en que estaba buscando una ducha escocesa (esa terapia en que se mezcla agua fría y caliente para relajar los músculos), lo mío fue empezar a evadir el chorro que con el pasar del tiempo se volvió doble. Ahora tenía dos cascadas pequeñas contra las que debía pelear cada mañana, un par de serpientes marinas intangibles que con solo tocar mi cabeza se evaporaban, pues ahí ya tenía el cerebro hirviendo a mil revoluciones. Renegué, tal cual como lo haría Abe Simpson: con la mano enhiesta, el ceño fruncido y la impotencia de ser vencido por la hidráulica y la electricidad.

Fue entonces cuando decidí armarme de valor y sin perder más tiempo y paciencia, probar con mis propias manos qué sucedía. Subí la mano para tapar los huecos, con tan mala suerte que el corrientazo me mandó a volar. La mano izquierda fue a dar contra el quicio de la puerta, produciéndome un par de raspones exteriores. Estando ahí, tirado contra una pared de baño, recordé que ya he sido vencido por tomas de corriente, cerraduras, mangueras, hornos microondas y demás objetos inanimados de los cuales lo que más me enfada es eso: que no tienen vida, que no están hechos para lastimar pero aún así me han dejado callos y violencia con su sola existencia.

Esa es la vida: lastimarse con personas, animales y cosas que son el arezzo, la decoración escenográfica y hasta la utilería de un set donde se supone que es uno quien tiene el control. Nos esforzamos por tapar goteras usando el dedo y luego nos lamentamos ante el dolor de estar empapados. Tomamos medidas medias cuando lo que se requieren son medidas completas.


@benditoavila

jueves, 1 de noviembre de 2012

Estructura


Hoy estoy escribiendo muy mal. Sin norte, sin estructura, sin saber ni por qué lo hago. Ah claro, para poder pasar la cuenta de cobro y sostener un prestigio que ni siquiera habla de quién soy. El oficinismo salvaje es así, nos compara y forra como salchichas hechas en tanda buscando que no hagamos obras de arte, sino producción en serie. En serie que en serio no quiero sonar a artista mamerto -es como ser hippie con billete-, solo que experimento una turbulencia mental y creativa propias de los mayas, el fracaso emocional, la peste negra, los malentendidos por tuits sacados de contexto, la pobreza en África y por supuesto Samy. Eso es lo fácil, culpar al Alcalde Diamante, nuestra versión local de Sandy.

Son días en los que me devuelven todos los libretos porque o no se ajustan a producción, o están defasados en farsa, o la estructura no está clara. Mando los artículos para la revista y me alegan porque no tienen estructura, porque las ideas están pegadas con babas y los párrafos no cumplen la promesa de la introducción. Me senté a pensar eso y en definitiva, desestructurar la cabeza parece no ser tan bueno como pensaba. He vivido huyéndole a la estructura para comprobar que es necesaria.

Hace mucho dejé de pensar que la vida era un cubo de tres dimensiones y ahora la veo como un caleidoscopio rellenito de aristas por explorar. No soy un sujeto unidimensional, soy un yo que debe acompañarse de miles de adjetivos: el Luis Carlos oficinista no es el mismo al Luis Carlos hijo, ni al Luis Carlos melómano aunque se parezca al Luis Carlos libretista. Todos soy yo, pero ninguno podría resumirme. Lo malo de crecer es eso, que todas las estructuras sociales nos quieren encajar en una sola versión de uno mismo, como si con eso se asegurara un individuo social provechoso que nunca se rebelará ante el sistema. Así no funciona, Gran Hermano.

La estructura tiene esa función: pretender estandarizar el producto comercialmente, pues a nadie le pagan por decir lo que cree tan abiertamente, a menos que sea Fernando Gaitán o Adolfo Zableh. A mí, como todavía me faltan billones de letras por aterrizar, de personajes por crear, de peleas por cazar y hasta de ideas por bajar del cielo -que es en donde reposa la creatividad-, me toca sacudirme la cabeza y el bolsillo para pagar con entregas mediocres los recibos mensuales del Icetex mientras además alimento a mi lindo hijo caba-ñero.

No es resignación ni reclamo, solo que uno una debe confundir su identidad, lo que en realidad es, con lo que hace y como se ve haciéndolo. Ahí empiezan los problemas, cuando uno no aprende que la crítica no es personal ni ataca la esencia del creativo, solo su trabajo mediocre. Entonces no queda más que persistir y aventurarse a esperar la siguiente ráfaga de creatividad divina, de esa que llega en grupos de a 3 y vence a los otros 97 tríos mientras pasa.


@benditoavila