lunes, 6 de agosto de 2012

Jet Lag

Todo en la vida se devuelve, o por lo menos eso es lo que he experimentado desde siempre. No soy vengativo, pero sí sentiría un fresquito al ver a más de un gringo tragándose sus prejuiciosas palabras de prevención ante el colombiano promedio. Uno no sabe lo que es es ser tildado de periquero o cocainómano hasta que visita alguna ciudad de Estados Unidos, donde los habitantes nos apellidan Escobar, o en el mejor de los casos Valderrama o Asprilla.

Más que venganza, mi sensación al ver mi maleta abierta y con marcas de haber sido inspeccionada en el Aeropuerto Internacional de Los Angeles me generó sorpresa. Parece que a las aduanas no les convence con la entrevista y revisión que hacen cuando uno está presente, sino que deben forzar la maleta sin que uno lo sepa para luego disculparse con una nota, donde aseguran que lo hicieron por mi propia seguridad y la de ellos, esto en letra menuda como los buenos contratos engañosos.

La diferencia horaria entre Los Angeles y Bogotá es de dos horas solamente, tiempo que produciría Jet Lag en alguien enfermo o decadente pero no en un colombiano promedio. Ahora entiendo que el Jet Lag, esa descompensación y malestar del viajero, no solamente es producto de estar sentado por horas en un avión, sino que aumenta cuando se descubre que ya ni en el oficinista-colombiano promedio se puede confiar a la hora de viajar, pues son muchos casos de ambición traficante los que confirman que Charly García no se equivocaba al llamarnos Coca-lombia.

Arranco con esta expulsión voluntaria de veneno, oh amados caba-ñeros y caba-ñeras, pues prefiero que se empapen de lo amargo para proceder a escribir el bocado dulce y sublime de estar en esta gran ciudad, epicentro de la cultura pop y además casa de dos grandes amigos que desinteresadamente me reciben, hospedan y alojan mientras me alejo de la cruda rutina. Los Angeles es una ciudad muy limpia, ordenada y absolutamente pluricultural. Si quieren saber de cifras y todas esas liviandades, consulten Wikipedia, porque de lo que quiero hablar es de mi experiencia aquí y no de las exactitudes tropipoperas que reportaría un periodista.

Todo en la vida se devuelve, eso parece. Lo que no vuelven son los dólares que uno gasta aquí. Este es el país del consumo cultural en todo su esplendor. Por alguna extraña razón dejé de ahorrar en COP y empecé a gastar en USD, lo cual sería mi primer consejo a quien visite Estados Unidos por primera vez. No traduzca pesos a dólares, ni kilómetros a millas, ni modismos a phrasal verbs; viva su experiencia desde la diferencia y no desde lo que ya conoce, porque eso puede predisponerlo a lo peor que un turista puede hacer: comparar y buscar su versión colombiana de todo.

Aquí el sistema de transporte público supera cualquier idea que en Colombia se nos pueda ocurrir. Los Angeles tiene un sistema llamado Metro Rail que interconecta varios servicios de movilidad para que uno recorra la ciudad y sus condados aledaños si lo desea. Un ticket para pasear en Metro todo el día vale 5 dólares y permite además usar los buses que uno quiera sin pagar de más. Es un error comparar, pero el transporte aquí es algo mil veces mejor que un Transmilenio en el que uno se puede bajar y montar las veces que quiera y que además no está regulado por las autoridades: como las estaciones están abiertas, si uno quiere puede montarse sin pagar y nadie va a venir a pedir cuentas, pues la cabeza del americano pareciera trabajar en función de un status quo de bienestar y orden.

Los gringos son ordenados y eso es bueno, ya que hay procesos morales en todo movimiento en la calle. La gente no comete faltas no tanto porque le acarreen multas, pues pareciera que existe una ética de semáforo donde la gente obedece a lo kantiano, por el deber moral más que por el castigo. El colombiano promedio, típico avivato que comete perjuicios como un proceso natural, aquí es moldeado por la multa y por la exposición pública a desencajar ante un sistema que pareciera honrar su base protestante. Uno no ve a un gringo pasándose la calle por la mitad, ni pisando el acelerador en amarillo, todo aquí funciona como en Ciudad Gótica cuando Batman está retirado.

Me gusta que una ciudad funcione así, pero empiezo a extrañar el desparpajo, las colombianadas y mi cuna social, pues cuando las cosas son tan perfectas hay una suerte de insatisfacción y ausencia de conflicto demasiado cómoda para mi gusto. Sí, es buenísimo poder salir a caminar por el Downtown con la cámara al hombro y no temer un atraco, o tomar fotos a todos los lugares y personajes sin ser reprochado o tildado de guerrillero -como me ha pasado en Colombia-, pero esa perfección parece tener  sus propias reglas absorbentes.

Todo parece estar pensado para un uso específico. Por ejemplo, tuve que buscar un baño en Hollywood y me encontré que además del papel higiénico tienen un dispensador de papeles con forma de bizcocho por si uno necesita sentarse. Yo, de cabeza y cuna latinoamericana, recordé a mi mamá cuando me enseñó que si iba a hacer popó debía tomar tres trozos de papel y cubrir donde me iba a sentar, pero esto reemplazó y superó mi educación casera.

Aquí hay dispositivos para todo: no hay chinomáticos sino máquinas pequeñas a las cuales uno les paga el parking, no hay vendedores callejeros sino máquinas dispensadoras de cuanta vaina se necesite. Ahora entiendo a Phillip K. Dick cuando escribió uno de mis libros favoritos: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que inspiró una de mis películas favoritas: Blade Runner, cuando pronosticaban que el mundo en 2019 -y Los Angeles por supuesto- sería un terreno donde los droids serían más humanos que los humanos. Vamos en 2012 y lo que se ve en la actualidad no es para nada descabellado de lo que Scott propuso en su película.

Decía que esta es una nación de consumo y lo sostengo. Uno intenta comprar cosas de contado y con cash pero hay lugares donde solo reciben tarjeta de crédito, como una forma de amarre que genera reputación crediticia, algo clave para los gringos. Me explicaban que uno debe endeudarse como una forma de sobrevivencia, pues a la hora de pagar un carro o una casa no confian en quien tiene el dinero ahorrado y a punto de debitarse, sino en quien se ha endeudado para pagarlo.

No quiero sonar ingrato o malagradecido con este país, pues han sido más las cosas buenas por contar que las malas, pero de eso hablaré después de llegar de Santa Monica, Venice y demás playas que esperan y divierten más que estar encerrado escribiendo mientras el clima afuera está por los 28ºC.


@benditoavila

No hay comentarios:

Publicar un comentario