jueves, 16 de agosto de 2012

El Regreso


Lo normal en un turista promedio es tomarle fotos clichezudas a todo lo que ve. Mientras pasa el tiempo del viaje uno se va haciendo vulnerable ante lo deslumbrante, así que deja de tomarle fotos a los taxis, a los edificios gigantes, a las calles pulcras y a los paisajes para sencillamente verlos o en su defecto no tomarle fotos a lo que para uno empieza a ser lo normal. Esta foto la tomé en el Aeropuerto Eldorado de Bogotá después de llegar. Es la bienvenida que el país me dio. Muy grata, por cierto.

Viajar es fácil, lo difícil es volver. Ahora entiendo a los que regresan del exterior hablando maravillas y se lamentan por la triste suerte de vivir en un país tercermundista. Como colombiano que solo conocía Melgar, debo confesar que esos comentarios me producían rabia e ira, pero ahora entiendo que lo mío era una envidia disfrazada al tener que conformarme con la réplica del Castillo azul de Cafalandia y no poder visitar el original en Orlando. Aunque no soy malagradecido ni niego mi esencia -recordemos que me he declarado un perro de parqueadero anteriormente-, en el viaje ya me estaba adecuado a una mentalidad y a una cultura que choca directamente con la mía. Y la verdad me gustó.

Allá el Metro Rail, donde uno puede recorrer la ciudad entera sin límite de entradas al sistema y sin miedo al cosquilleo, pues la gente se ocupa de su vida sin involucrarse en la de uno. Acá Transmilenio, donde las largas filas y el ambiente discotequero por omisión llevan al roce, al robo, al contacto innecesario y además al terror de sacar una cámara fotográfica. Empiezo a pensar que necesitamos un cambio fuerte, tan radical que de solo pensarlo ya me dan ganas de agarrar un avión, dedicarme a escribir copies publicitarios y casarme con una guatemalteca que sueñe con ser actriz hollywoodense. Eso sí, cristiana.

Yo amo Colombia, pero aborrezco al colombiano promedio. Me gusta este país y con orgullo sostuve que nací en él cuando pasaba por la aduana gringa y veía cómo me revisaban el equipaje de mano con recelo. Nunca negaría que soy bogotano de clase media aún si tuviera que volver a encontrar mi maleta abierta con una nota donde el Gobierno Americano se disculpa por romperme los candados para inspeccionarme el equipaje "por su seguridad y la mía". Dejaría que una vez más maceraran las arepas y los bocadillos veleños que llevo de regalo, porque no temo volver a confesar que soy paisano de Pablo Escobar, a quien casiñosamente le llaman el patrón del mal.

Empiezo a pensar que hay algo más que estudiar, conseguir un trabajo oficinista y miserable, casarse, tener hijos e ir pagando la casa a cuotas. Seguramente un viaje de dos semanas no construye una nueva vida, pero puede que sí siembre un nuevo punto de vista en el que concluyo que vivimos en una lenteja que se llama Colombia, en la que hay unos que quieren estar para siempre y otros como yo, que al salir del acuario vemos que en el mar también hay peces, tan diferentes, tan coloridos, pintorescos y curiosos. Regresar es difícil, pero es mejor regresar que nunca haberse ido.

Es común que al volver al oficinismo uno se encuentre con gente que lo envidia, otros que lo admiran y una pequeña minoría que lo aprueba. Esta última suele ser la clase ejecutiva, donde están los jefes que ya han viajado y saben de lo que uno les habla cuando cuenta las aventuras en un estadio de Béisbol o en un museo. Debe ser por eso que al regresar me impactó encontrar una postal que mi jefe me dejó con un texto de José Saramago: "El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. (...) El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje".

Si alguien me pidiera un consejo le diría que dejara de ponerse metas cortas y fáciles de cumplir, porque suelen ser esas las que nos vuelven mediocres. Ahora me dedicaré a ser un apóstol aduanero que además de conocer todos los países que menciona esta canción -y los que falten-, seguirá soñando en grande, con mentalidad de rico y de creyente a la vez.


@benditoavila

1 comentario:

  1. Lo entiendo completamente porque pasé por la misma (casi) experiencia, cuando hace un año estuve estudiando un mes en Madrid, España... y es cierto todo, es difícil volver, sobre todo a un pais como el nuestro, luego de estar en otro donde todo es ordenado, donde los conductores frenan cuando ven que uno esta cerca a la esquina para dejarlo pasar, donde todo el mundo va tranquilo en el metro con su smartphone, kindle o similares... Pero tambien es muy cierto que cambia la perspectiva y la forma de ver los sueños, en mi caso la gran conclusión que me traje es que realmente viajar no es difícil, no es algo reservado sólo para los estrato 5 y superiores, es cuestión de soñar, ahorrar y creer que se puede. Y sobre todo, queda uno con ganas de hacerlo mucho mas seguido!

    No se si lo haya visto, pero el video de Where the hell is Matt (en YouTube) es absurdamente inspirador, sobre todo después de haber regresado de un viaje como esos.

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